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viernes, 31 de julio de 2015

La Cruz y la Espada, ¿rencores ideológicos?




Tras la conmemoración del Quinto Centenario se reavivó, y luego cada tanto se revitaliza, como es previsible, el empecinado odio anticatólico y antihispanista de vieja y conocida data. Y tanto odio alimenta la injuria, ciega a la justicia y obnubila el orden de la razón, según bien lo explicara Santo Tomás en olvidada enseñanza. De resultas, la verdad queda adulterada y oculta, y se expanden con fuerza el resentimiento y la mentira. No es sólo, pues, una insuficiencia histórica o científica la que explica la cantidad de imposturas lanzadas al ruedo. Es un odium fidei alimentado en el rencor ideológico. Un desamor fatal contra todo lo que lleve el signo de la Cruz y de la Espada.

Bastaría aceptar y comprender este oculto móvil para deshechar, sin más, las falacias que se propagan nuevamente aquí y allá. Pero un poder inmenso e interesado les ha dado difusión y cabida y hoy se presentan como argumentos serios de corte académico. No hay nada de eso. Y a poco que se analizan los lugares comunes más repetidos contra la acción de España en América, quedan a la vista su inconsistencia y su debilidad. Veámoslo brevemente en las tres imputaciones infaltables enrostradas por las izquierdas.


El despojo de la tierra

Se dice en primer lugar, que España se apropió de las tierras indígenas en un acto típico de rapacidad imperialista.

Llama la atención que, contraviniendo las tesis leninistas, se haga surgir al Imperialismo a fines del siglo XV. Y sorprende asimismo el celo manifestado en la defensa de la propiedad privada individual. Pero el marxismo nos tiene acostumbrados a estas contradicciones y sobre todo, a su apelación a la conciencia cristiana para obtener solidaridades. Porque, en efecto, sin la apelación a la conciencia cristiana —que entiende la propiedad privada como un derecho inherente de las criaturas, y sólo ante el cual el presunto despojo sería reprobable— ¿a qué viene tanto afán privatista y posesionista? No hay respuesta.

La verdad es que antes de la llegada de los españoles, los indios concretos y singulares no eran dueños de ninguna tierra, sino empleados gratuitos y castigados de un Estado idolatrizado y de unos caciques despóticos tenidos por divinidades supremas. Carentes de cualquier legislación que regulase sus derechos laborales, el abuso y la explotación eran la norma, y el saqueo y el despojo las prácticas habituales. Impuestos, cargas, retribuciones forzadas, exacciones virulentas y pesados tributos, fueron moneda corriente en las relaciones indígenas previas a la llegada de los españoles. El más fuerte sometía al más débil y lo atenazaba con escarmientos y represalias. Ni los más indigentes quedaban exceptuados y solían llevar como estigmas de su triste condición, mutilaciones evidentes y distintivos oprobiosos.

Una "justicia" claramente discriminatoria, distinguía entre pudientes y esclavos en desmedro de los últimos y no son éstos, datos entresacados de las crónicas hispanas, sino de las protestas del mismo Carlos Marx en sus estudios sobre "Formaciones Económicas Precapitalistas y Acumulación Originaria del Capital". Y de comentaristas insospechados de hispanofilia como Eric Hobsbawn, Roberto Oliveros Maqueo o Pierre Chaunu.

La verdad es también, que los principales dueños de la tierra que encontraron los españoles —mayas, incas y aztecas— lo eran a expensas de otros dueños a quienes habían invadido y desplazado. Y que fue ésta la razón por la que una parte considerable de tribus aborígenes —carios, tlaxaltecas, cempoaltecas, zapotecas, otomíes, cañarís, huancas, etcétera— se aliaron naturalmente con los conquistadores, procurando su protección y el consecuente resarcimiento.

Y la verdad, al fin, es que sólo a partir de la Conquista, los indios conocieron el sentido personal de la propiedad privada y la defensa jurídica de sus obligaciones y derechos. Es España la que se plantea la cuestión de los justos títulos, con autoexigencias tan sólidas que ponen en tela de juicio la misma autoridad del Monarca y del Pontífice. Es España -con ese maestro admirable del Derecho de Gentes que se llamó Francisco de Vitoria— la que funda la posesión territorial en las más altas razones de bien común y de concordia social, la que insiste una y otra vez en la protección que se le debe a los nativos en tanto súbditos, la que garantiza y promueve un reparto equitativo de precios, la que atiende sobre abusos y querellas, la que no dudó en sancionar duramente a sus mismos funcionarios descarriados, y la que distinguió entre posesión como hecho y propiedad como derecho, porque sabía que era cosa muy distinta fundar una ciudad en el desierto y hacerla propia, que entrar a saco a un granero particular. Por eso, sólo hubo repartimientos en tierras despobladas y encomiendas "en las heredades de los indios". Porque pese a tantas fábulas indoctas, la encomienda fue la gran institución para la custodia de la propiedad y de los derechos de los nativos. Bien lo ha demostrado hace ya tiempo Silvio Zavala, en un estudio exhaustivo, que no encargó ninguna "internacional reaccionaria", sino la Fundación Judía Guggenheim, con sede en Nueva York. Y bien queda probado en infinidad de documentos que sólo son desconocidos para los artífices de las leyendas negras.

Por la encomienda, el indio poseía tierras particulares y colectivas sin que pudieran arrebatárselas impunemente. Por la encomienda organizaba su propio gobierno local y regional, bajo un régimen de tributos que distinguía ingresos y condiciones, y que no llegaban al Rey —que renunciaba a ellos— sino a los Conquistadores. A quienes no les significó ningún enriquecimiento descontrolado y si en cambio, bastantes dolores de cabeza, como surgen de los testimonios de Antonio de Mendoza o de Cristóbal Alvarez de Carvajal y de innumerables jueces de audiencias. Como bien ha notado el mismo Ramón Carande en "Carlos V y sus banqueros", eran tan férrea la protección a los indios y tan grande la incertidumbre económica para los encomenderos, que América no fue una colonia de repoblación para que todos vinieran a enriquecerse fácilmente. Pues una empresa difícil y esforzada, con luces y sombras, con probos y pícaros, pero con un testimonio que hasta hoy no han podido tumbar las monsergas indigenistas: el de la gratitud de los naturales. Gratitud que quien tenga la honestidad de constatar y de seguir en sus expresiones artísticas, religiosas y culturales, no podrá dejar de reconocer objetivamente.

No es España la que despoja a los indios de sus tierras. Es España la que les inculca el derecho de propiedad, la que les restituye sus heredades asaltadas por los poderosos y sanguinarios estados tribales, la que los guarda bajo una justicia humana y divina, la que los pone en paridad de condiciones con sus propios hijos, e incluso en mejores condiciones que muchos campesinos y proletarios europeos Y esto también ha sido reconocido por historiógrafos no hispanistas. Es España, en definitiva, la que rehabilita la potestad India a sus dominios, y si se estudia el cómo y el cuándo esta potestad se debilita y vulnera, no se encontrará detrás a la conquista ni a la evangelización ni al descubrimiento, sino a las administraciones liberales y masónicas que traicionaron el sentido misional de aquella gesta gloriosa. No se encontrará a los Reyes Católicos, ni a Carlos V, ni a Felipe II. Ni a los conquistadores, ni a los encomenderos, ni a los adelantados, ni a los frailes. Sino a los enmandilados Borbones iluministas y a sus epígonos, que vienen desarraigando a América y reduciéndola a la colonia que no fue nunca en tiempos del Imperio Hispánico.


La sed de Oro

Se dice, en segundo lugar, que la llegada y la presencia hispánica no tuvo otro fin superior al fin económico; concretamente, al propósito de quedarse con los metales preciosos americanos.

Y aquí el marxismo vuelve a brindarnos otra aporía. Porque sí nosotros plantamos la existencia de móviles superiores, somos acusados de angelistas, pero si ellos ven sólo ángeles caídos adoradores de Mammon se escandalizan con rubor de querubines. Si la economía determina a la historia y la lucha de clases y de intereses es su motor interno ; si los hombres no son más que elaboraciones químicas transmutadas, puestos para el disfrute terreno, sin premios ni castigos ulteriores, ¿a qué viene esta nueva apelación a la filantropía y a la caridad entre naciones. Unicamente la conciencia cristiana puede reprobar coherentemente —y reprueba semejantes tropelías. Pero la queja no cabe en nombre del materialismo dialéctico. La admitimos con fuerza mirando el tiempo sub specie aeternitatis. Carece de sentido en el historicismo sub lumine oppresiones. Es reproche y protesta si sabemos al hombre "portador de valores eternos" u homo viator, como decían los Padres. Es fría e irreprochable lógica si no cesamos de concebirlo como homo acconomicus.

Pero aclaremos un poco mejor las cosas.

Digamos ante todo que no hay razón para ocultar los propósitos económicos de la conquista española. No solo porque existieron sino porque fueron lícitos. El fin de la ganancia en una empresa en la que se ha invertido y arriesgado y trabajado incansablemente, no está reñido con la moral cristiana ni con el orden natural de las operaciones. Lo malo es, justamente, cuando apartadas del sentido cristiano, las personas y las naciones anteponen las razones finaneleras a cualquier otra, las exacerban en desmedro de los bienes honestos y proceden con métodos viles para obtener riquezas materiales. Pero éstas son, nada menos, las enseñanzas y las prevenciones continuas de la Iglesia Católica en España. Por eso se repudiaban y se amonestaban las prácticas agiotistas y usureras, el préstamo a interés, la "cría del dinero", las ganancias malhabidas. Por eso, se instaba a compensaciones y reparaciones postreras —que tuvieron lugar en infinidad de casos—; y por eso, sobre todo, se discriminaban las actividades bursátiles y financieras como sospechosas de anticatolicismo. No somos nosotros quienes lo notamos. Son los historiógrafos materialistas quienes han lanzado esta formidable y certera "acusación": ni España ni los países católicos fueron capaces de fomentar el capitalismo por sus prejuiclos antiprotestantes y antirabínicos. La ética calvinista y judaica, en cambio, habría conducido como en tantas partes, a la prosperidad y al desarrollo, si Austrias y Ausburgos hubiesen dejado de lado sus hábitos medievales y ultramontanos.

De lo que viene a resultar una nueva contradicción. España sería muy mala porque llamándose católica buscaba el oro y la plata. Pero sería después más mala por causa de su catolicismo que la inhabilitó para volverse próspera y la condujo a una decadencia irremisible.

Tal es, en síntesis, lo que vino a decirnos Hamilton —pese a sí mismo hacia 1926, con su tesis sobre "el Tesoro Americano y el florecimiento del Capitalismo". Y después de él, corroborándolo o rectificándolo parcialmente, autores como Vilar, Simiand, Braudel, Nef, Hobsbawn, Mouesnier o el citado Carande. El oro y la plata salidos de América (nunca se dice que en pago a mercancías, productos y estructuras que llegaban de la Península) no sirvieron para enriquecer a España, sino para integrar el circuito capitalista europeo, usufructuado principalmente por Gran Bretaña.

Los fabricantes de leyendas negras, que vuelven y revuelven constantemente sobre la sed de oro como fin determinante de la Conquista, deberían explicar, también, por que España llega, permanece y se instala no solo en zonas de explotación minera, sino en territorios inhóspitos y agrestes. Porque no se abandonó rápidamente la empresa si recién en la segunda mitad del siglo XVI se descubren las minas más ricas, como las de Potosí, Zacatecas o Guanajuato. Por qué la condición de los indígenas americanos era notablemente superior a la del proletariado europeo esclavizado por el capitalismo, como lo han reconocido observadores nada hispanistas como Humboldt o Dobb, o Chaunu, o el mercader inglés Nehry Hawks, condenado al destierro por la Inquisición en 1751 y reacio por cierto a las loas españolistas. Por qué pudo decir Bravo Duarte que toda América fue beneficiada por la Minería, y no así la Corona Española. Por qué, en síntesis —y no vemos argumento de mayor sentido común y por ende de mayor robustez metafísica—, si sólo contaba el oro, no es únicamente un mercado negrero o una enorme plaza financiera lo que ha quedado como testimonio de la acción de España en América, sino un conglomerado de naciones ricas en Fe y en Espíritu. El efecto contiene y muestra la causa: éste es el argumento decisivo. Por eso, no escribimos estas líneas desde una Cartago sudamericana amparada en Moloch y Baal, sino desde la Ciudad nombrada de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires, por las voces egregias de sus héroes fundadores.


El genocidio indigena

Se dice, finalmente, en consonancia con lo anterior, que la Conquista —caracterizada por el saqueo y el robo— produjo un genocidio aborigen, condenable en nombre de las sempiternas leyes de la humanidad que rigen los destinos de las naciones civilizadas.

Pero tales leyes, al parecer, no cuentan en dos casos a la hora de evaluar los crímenes masivos cometidos por los indlos dominantes sobre los dominados, antes de la llegada de los españoles; ni a la hora de evaluar las purgas stalinistas o las iniciativas multhussianas de las potencias liberales. De ambos casos, el primero es realmente curloso. Porque es tan inocultable la evidencia, que los mismos autores indigenistas no pueden callarla. Sólo en un día del año 1487 se sacrificaron 2.000 jóvenes inaugurando el gran templo azteca del que da cuenta el códice indio Telleriano-Remensis. 250.000 víctimas anuales es el número que trae para el siglo XV Jan Gehorsam en su articulo "Hambre divina de los aztecas". Veinte mil, en sólo dos años de construcción de la gran pirámide de Huitzilopochtli, apunta Von Hagen, incontables los tragados por las llamadas guerras floridas y el canibalismo, según cuenta Halcro Ferguson, y hasta el mismísimo Jacques Soustelle reconoce que la hecatombe demográfica era tal que si no hubiesen llegado los españoles el holocausto hubiese sido inevitable. Pero, ¿qué dicen estos constatadores inevitables de estadísticas mortuorias prehispánicas? Algo muy sencillo: se trataba de espíritus trascendentes que cumplían así con sus liturgias y ritos arcaicos. Son sacrificios de "una belleza bárbara" nos consolará Vaillant. "No debemos tratar de explicar esta actitud en términos morales", nos tranquiliza Von Hagen y el teólogo Enrique Dussel hará su lectura liberacionista y cósmica para que todos nos aggiornemos. Está claro: si matan los españoles son verdugos insaciables cebados en las Cruzadas y en la lucha contra el moro, si matan los indios, son dulces y sencillas ovejas lascasianas que expresaban la belleza bárbara de sus ritos telúricos. Si mata España es genocidio; si matan los indios se llama "amenaza de desequilibrio demográfico".

La verdad es que España no planeó ni ejecutó ningún plan genocida; el derrumbe de la población indígena —y que nadie niega— no está ligado a los enfrentamientos bélicos con los conquistadores, sino a una variedad de causas, entre las que sobresale la del contagio microbiano. La verdad es que la acusación homicidica como causal de despoblación, no resiste las investigaciones serias de autores como Nicolás Sánchez Albornoz, José Luis Moreno, Angel Rosemblat o Rolando Mellafé, que no pertenecen precisamente a escuelas hispanófilas. La verdad es que "los indios de América", dice Pierre Chaunu, "no sucumbieron bajo los golpes de las espadas de acero de Toledo, sino bajo el choque microbiano y viral",. la verdad —¡cuántas veces habrá que reiterarlo en estos tiempos!— es que se manejan cifras con una ligereza frívola, sin los análisis cualitativos básicos, ni los recaudos elementales de las disciplinas estadísticas ligadas a la historia. La verdad incluso —para decirlo todo— es que hasta las mitas, los repartimientos y las encomiendas, lejos de ser causa de despoblación, son antídotos que se aplican para evitarla. Porque aquí no estamos negando que la demografía indígena padeció circunstancialmente una baja. Estamos negando, sí, y enfáticamente, que tal merma haya sido producida por un plan genocida.

Es más si se compara con la América anglosajona, donde los pocos indios que quedan no proceden de las zonas por ellos colonizados -¿donde están los indios de Nueva Inglaterra?- sino los habitantes de los territorios comprados a España o usurpados a México.

Ni despojo de territorios, ni sed de oro, ni matanzas en masa. Un encuentro providencial de dos mundos. Encuentro en el que, al margen de todos los aspectos traumáticos que gusten recalcarse, uno de esos mundos, el Viejo, gloriosamente encarnado por la Hispanidad, tuvo el enorme mérito de traerle al otro nociones que no conocía sobre la dignidad de la criatura hecha a imagen y semejanza del Creador. Esas nociones, patrimonio de la Cristiandad difundidas por sabios eminentes, no fueron letra muerta ni objeto de violación constante.

Fueron el verdadero programa de vida, el genuino plan salvífico por el que la Hispanidad luchó en tres siglos largos de descubrimiento, evangelización y civilización abnegados.

Y si la espada, como quería Peguy, tuvo que ser muchas veces la que midió con sangre el espacio sobre el cual el arado pudiese después abrir el surco; y si la guerra justa tuvo que ser el preludio del canto de la paz, y el paso implacable de los guerreros de Cristo el doloroso medio necesario para esparcir el Agua del Bautismo, no se hacía otra cosa más que ratificar lo que anunciaba el apóstol: sin efusión de sangre no hay redención ninguna.

La Hispanidad de Isabel y de Fernando no llegó a estas tierras con el morbo del crimen y el sadismo del atropello. No se llegó para hacer víctimas, sino para ofrecernos, en medio de las peores idolatrías, a la Víctima Inmolada, que desde el trono de la Cruz reina sobre los pueblos de este lado y del otro del océano temible.
 
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jueves, 30 de julio de 2015

¿Contarle mis pecados a un sacerdote?



Cristo, durante su vida pública hizo muchos actos públicos de perdón de los pecados y en ninguno aparece que pidiera la lista de pecados del pecador.

No hay que olvidar que la Sagrada Escritura es sólo uno de los caminos por los que llegamos a la Revelación de Cristo. El otro es la Tradición de la Iglesia, es decir, lo que aprendió la Iglesia a partir del testimonio directo de los apóstoles que vivieron junto a Jesús. De hecho, el Nuevo Testamento lo escriben los mismos apóstoles y discípulos que o bien vivieron junto a Jesús, como es el caso de Mateo y de Juan, o bien escucharon el testimonio de aquellos Apóstoles que vivieron en la intimidad con Él, como es el caso de Lucas y Marcos, por ejemplo. Y la Tradición ha sido siempre muy fiel a las enseñanzas de Jesucristo, fiel hasta dar la vida con tal de no modificar sus enseñanzas.

La primera Iglesia vivía una forma de confesión en la que se decían los pecados en privado al Obispo de la comunidad y luego se recibía la penitencia. En esto veía la Iglesia una forma de ser fiel a la dinámica de la Encarnación, que buscaba siempre la salvación del hombre a través de la naturaleza humana y al mismo tiempo respondía a una constante del corazón humano, que es la necesidad se saberse objetivamente perdonado, de escuchar "te perdono".

No se trata de confiar en el perdón, sino de tener la certeza de que Dios está actuando a través de medios humanos, según Él ha querido actuar siempre, desde su encarnación (Cf Mateo 18,18; Juan 20,23; Mateo 28,18-29). El sacerdote no está ahí por morbo, sino como conducto humano entre Dios y el hombre. Él olvida todo y no puede hacer uso de lo que tú le dices pues le obliga el secreto sacerdotal, que por gracia de Dios, nunca ha sido violado por ningún sacerdote en toda la historia de la Iglesia.

El sacerdote está haciendo un servicio, que es actuar en nombre de Cristo. Jesús podía conocer directamente al alma e incluso no hacía falta que hiciese público que perdonaba los pecados. Bastaba con su deseo y ya estaba. Que Él quisiera decir en público que los perdonaba era otra cosa, pero hoy no puede hacerlo. Necesita servirse de la Iglesia, que no tiene el poder de conocer el alma del pecador de modo intuitivo. Por eso escucha el pecado y da el perdón. Es una simple tarea de intermediario.


¿Cómo lo hacían en otras épocas en que no existía esta forma de confesión?

En todas las épocas de la vida de la Iglesia ha habido siempre una confesión individual. Hay muchos libros publicados por autores que se han dedicado a estudiarlo a fondo sobre documentos históricos y todos recogen siempre alguna forma de confesión individual. Es cierto que la forma de confesar los pecados que ahora vivimos fue instituida por los monjes irlandeses, pero antes, cuando se imponía públicamente la penitencia y se absolvía en público al penitente después de cumplirla, siempre la imposición de la penitencia estaba precedida de una exposición rigurosa de los pecados al obispo, cosa que se hacía en particular. También, muchas veces, la imposición de la penitencia solía hacerse en particular, excepto cuando se trataba de pecados públicos.


¿Se puede exigir al hombre de hoy esta única forma de confesión?

Sí. El hombre es una unidad psicosomática, es decir, compuesto de cuerpo y alma. Es claro que el perdón de los pecados es algo que se refiere al alma, pero también es claro que el ser humano necesita escuchar ese "te perdono" que da tanta tranquilidad. Seguramente, tú has tenido dificultades en tu trato con alguna persona a la que aprecias mucho. Siempre pasa en las relaciones humanas. ¿No es verdad que cuando quieres "arreglar las cosas" necesitas escuchar que la otra persona te perdona"? Si no, no te quedas tranquilo.


¿Debemos de dar tantas vueltas al tema, cuando creemos de verdad en la misericordia y el perdón de Dios?

No, si se las damos es porque nos cuesta aceptar que con un acto simple como exponer nuestros pecados y recibir la absolución de un sacerdote se nos perdone algo tan grave como es una ofensa a Dios. O también se las damos porque nuestra naturaleza herida por el pecado no quiere humillarse delante del confesor y prefiere arreglarse de otra forma.


¿No es mucho más importante el arrepentimiento sincero que el cumplimiento de una norma de la Iglesia?

Efectivamente, tanto que sin él no hay perdón de los pecados porque es la condición para alcanzarlo. Pero una cosa no quita la otra. El arrepentimiento, si es sincero, se expresa aceptando humildemente las normas de la Iglesia que no son inventadas, sino basadas en la Tradición de la Iglesia.


miércoles, 29 de julio de 2015

La anorexia espiritual


¡No te conformes! ¡No te acomodes en tu vida espiritual! Todo empieza por una distancia pequeña, y después podremos llegar a negarle, como le pasó a Pedro.


Por: Viviana Venegas | Fuente: Catholic.net 



Una de las partes que más me impacta del relato de La Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo es el momento en que a Jesús lo prenden, cuando sus discípulos huyen, antes de las negaciones de Pedro. Pero más específicamente, la siguiente parte:

“Pedro le seguía de lejos” Mateo 26, 58


¡Pedro le seguía de lejos! ¡Qué fuerte! Después de esto lo negó tres veces. Y ¿cómo no? Si le seguía de lejos…
Estoy segura que mirando hacia atrás en sus vidas, más de uno de ustedes se ha hecho alguna de estas preguntas (o parecidas a éstas) en cualquier ocasión:
¿Desde cuándo me volví así de indiferente? ¿En qué momento me dejé engordar tanto? ¿Cuándo se dañó tal o cual amistad? ¿En qué momento se enfrió nuestra relación (novio, amigos, familia, etc)? Y la más importante…. ¿En qué momento me alejé tanto de Dios?
La respuesta a esta última pregunta es: en el momento en que, al igual que Pedro, le empezaste a seguir de lejos. Y ¿sabes por qué? Porque en la distancia que permitiste que se diera entre tú y Cristo cabe cualquier cosa. Nada de lo anterior pasa de un momento a otro, todo viene sucediendo, solo que nos damos cuenta cuando ya hemos llegado al límite.

¿Por qué de repente empezamos a seguir a Cristo de lejos?

Pueden existir muchas razones, entre ellas:
  • Porque no estamos dispuestos a identificarnos completamente con Él.
  • Por respeto humano (miedo al “qué dirán”).
  • Por no estar dispuestos a renunciar a cosas del mundo que no son compatibles con Dios.
  • Porque no hemos renovado ese primer amor.
  • Por el desánimo.
  • Por la soberbia que produce desesperanza por “no entender las cosas de Dios”.
  • Porque hemos estado ocupados con los quehaceres de la vida, no tenemos tiempo.

Si bien existirán muchas más razones, quiero hacer énfasis en esta última: no hay tiempo, estoy ocupado(a), lo he dejado pasar…
Por esta razón he querido escribir de la anorexia espiritual. Todo empieza por una dieta de oración, de sacramentos, de actos de piedad, de servicio… Una dieta que poco a poco va debilitando el alma, pues no está recibiendo su alimento. Una dieta que se potencializa con la prisa del día a día y las preocupaciones que invaden nuestra mente. Una dieta que al final puede convertirse en lo que yo llamo la anorexia espiritual.
Cuando esto sucede ya no hay fuerzas para nada: para rezar, para identificar los millones de detalles que Dios tiene a diario con nosotros, para amar… Y es inevitable, pues desde hace un tiempo no te has alimentado. ¿Cómo te van a quedar fuerzas, ánimos, ilusiones?
Ojo con enfriarnos. Como dice un muy buen amigo: la mediocridad es una lepra que consume el alma… Estamos en la capacidad de alzar bandera roja cuando nos sintamos así. Y ¿sabes qué? Dios es el primer interesado en mandarnos rescatistas, no uno, sino los que sean necesarios. Él nos invitó a seguirle de cerca. Venimos de Él y estamos hechos para volver a Él. Cristo lucha a cada instante por ganar un espacio en nuestra vida para así llegar a lo que siempre ha soñado: mantener una relación íntima con cada uno de nosotros. Una relación que no es intermitente, que no tiene “peros”, que no varía según mi estado de ánimo… Una relación y una entrega total, porque es lo mínimo que Él se merece, y porque es lo único que nos va a llenar en plenitud.
¡No te conformes! ¡No te acomodes en tu vida espiritual! Todo empieza por una distancia pequeña, y después podremos llegar a negarle, como le pasó a Pedro.
“El ataque tiene muchas más probabilidades de éxito cuando el mundo interior del hombre es gris, frío y vacío…. De hecho, el camino más seguro hacia el Infierno es el gradual.” – C.S Lewis, Cartas del Diablo a su sobrino.
Puede costarnos muchos años construir una vida espiritual y solo basta un instante para echarla a perder. Por eso es necesario cuidarla como el tesoro más grande, aquél que, como decía San Pablo, llevamos en vasijas de barro.

“Si los pulmones de la oración y de la Palabra de Dios no alimentan la respiración de nuestra vida espiritual, nos arriesgamos a ahogarnos en medio de las mil cosas de todos los días. La oración es la respiración del alma y de la vida” – Benedicto XVI

martes, 28 de julio de 2015

¿Cómo tienes la conciencia?




La conciencia contribuye a formar el mosaico armonizado que es el hombre maduro. Si la madurez humana se manifiesta en la capacidad para tomar decisiones prudentes, en la rectitud en el modo de juzgar sobre los acontecimientos y los hombres, en la estabilidad de espíritu y en la autenticidad de vida, la luz sobre la cual todos estos actos se proyectan es una conciencia bien formada, pues es ella la que ilumina al hombre sobre lo bueno y lo malo.

Hay muchas expresiones que se han empleado para describir la conciencia que nos pueden ayudar a entender mejor lo que es: «El núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla» (Gaudium et spes, 16); el patio interior en el cual el hombre capta aquello que es bueno y aquello que es malo, la sede de las relaciones del hombre con Dios. Para hacerlo todavía más accesible, algunos han comparado la conciencia con los detectores de metal en los aeropuertos. Es aquella facultad que revisa nuestros actos conscientes y libres para dar luz verde si son buenos o encender la roja si son malos. Ciertamente, esto no es del todo correcto pero nos puede servir como ilustración.

Analizando un poco la época en la que vivimos, constatamos que son tiempos en los que es muy fácil la desorientación de los criterios morales. Estamos asistiendo a una desorientación gigantesca de la conciencia individual y social, hasta el punto de que a muchos les resulta difícil distinguir los límites de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo permitido y lo prohibido, lo honesto y lo deshonesto en la esfera individual, familiar, social, política y religiosa.

Por ejemplo, nunca como hoy el hombre ha sido tan sensible al valor de la libertad y nunca ha hecho peor uso de ella; así, por un lado, escribe una Carta de los Derechos Humanos y por otro, los suprime de raíz con el aborto, la eutanasia, el terrorismo, la dictadura, la manipulación de la opinión pública y las diversas formas de violencia. Por una parte, proclama a los cuatro vientos la propia madurez y por otra, adopta como pautas de comportamiento normas tan volubles como la opinión pública, el voto de la mayoría, los eslóganes de moda y los modelos culturales y sociales del momento. A veces la norma viene a ser: "Todos lo hacen, luego debe ser bueno", "lo dicen los medios de comunicación, así opina la mayoría o el partido o así piensa Fulano de tal, luego lo acepto incondicionalmente", "está admitido en las Constituciones de muchas naciones, luego es algo respetable", etc.

De hecho, algunos entienden la libertad como ausencia total de cualquier tipo de normas. Ser libre significa para muchos hombres "hago lo que me da la gana", es decir, un simple libertinaje. En una palabra, nunca como hoy el hombre ha sido más bárbaramente manipulado en el campo comercial, ideológico, político, ético y religioso.

De ahí que hoy se haga absolutamente necesario formar una conciencia recta y tener un cuerpo doctrinal ético sólido. Así se podrá orientar acertadamente en medio de la confusión actual de valores y podrá ayudar a los demás a hacer lo mismo. Para lograr eso tenemos que conocer la naturaleza de la conciencia, sus deformaciones y los medios para formar y mantener una conciencia recta.


1. La conciencia recta

La conciencia moral a la cual nos referimos aquí es la capacidad de percibir el bien y el mal y de inclinar nuestra voluntad a hacer el bien y a evitar el mal. La conciencia moral se expresa a través del juicio "bonum facendum, malum vitandum". El hombre no sólo tiene el derecho, sino el deber de seguir el dictamen de su conciencia. Una persona es madura cuando se comporta según el juicio de la recta conciencia. La conciencia se dice recta si el juicio que formula es conforme con la ley o moral objetiva. Es decir, cuando la conciencia sabe distinguir el bien del mal.

La ley con la que la recta conciencia tiene que conformarse es la ley objetiva natural y la ley sobrenatural. La ley natural es aquella que todo hombre encuentra escrita en su corazón. Por ejemplo, el precepto que dice: "Hay que decir siempre la verdad". Por otra parte, existe una ley revelada y sobrenatural como: "Bienaventurados los pobres y humildes de corazón, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt 5, 1-8). Si tomamos el ejemplo de un católico que se pregunta si está bien trabajar los domingos como en cualquier otro día, estamos ante una aplicación concreta de la ley cristiana. En cambio, si tomamos el ejemplo de un estudiante que se pregunta si está bien copiar el trabajo del otro en un examen, estamos ante una aplicación real de la ley natural. El hombre restaurado por Cristo tiene una oportunidad grande para integrar y armonizar la ley natural y la ley revelada en su vida.

Entonces, cuando decimos recta conciencia nos referimos a la conciencia que emite juicios que están de acuerdo con la ley. Por eso, en la formación de la conciencia lo que se busca es la conformidad con la ley, de forma que lo que la conciencia personal juzgue como bueno o malo, sea lo mismo que dice la ley, como dos relojes sincronizados. Cuando existe desacuerdo entre los juicios de la conciencia y la verdad objetiva se origina una deformación de la conciencia.

El cristianismo, vivido como una relación amorosa con la persona de Jesucristo, lleva a la interio-rización de la ley. Esto ocurre de tal manera que ya no se trata de una norma extrínseca sino de algo connatural, como instintivo. Entonces la persona puede llegar a decir "mi alimento es hacer la voluntad del que me envió" (Jn 4, 34). Se trata de la armonía perfecta entre ley y conciencia. Ya no se trata de dos relojes sincronizados sino de uno solo. Dios mismo habita en la persona y actúa como causa y fin de sus acciones. Aquí la conciencia ya no es una voz que coarta a la persona, sino una fuente de fuego y dinamismo que lleva a vivir unido a Dios y cumplir sus mandamientos con perfección.

Pero una vez adquirida la recta conciencia es necesario afinarla, como las cuerdas de un violín, para que no se afloje. Se le ha de sacar brillo, siempre con el ejercicio continuo, para que el tiempo no la cubra de polvo.

Una conciencia recta puede mermar como puede progresar y perfeccionarse. En ese sentido el estado de la conciencia en un momento dado puede ser una muestra de la madurez moral y la coherencia de vida de la persona. Por eso, resulta importante saber cuáles son las principales desviaciones de la conciencia y los medios prácticos para llevar a cabo un trabajo de superación.


2. Deformaciones de la conciencia

Hay muchos factores en juego cuando hablamos de una conciencia deformada. Aquí trataremos solamente algunos:

a. Las máscaras de la conciencia
Se da cuando se tira la toalla en la lucha por vivir en la verdad. Cuando el hombre consiente en una divergencia entre lo que es y lo que aparenta, entre la fachada social y la vida real, entonces le pone un antifaz a su conciencia. Aquí el problema es la falta de identidad.

b. Conciencia indelicada
Esta es la conciencia que admite pequeñas transgresiones al deber cotidiano y por falta de esfuerzo cumple sus deberes a medias. Vive una vida incompleta. Es necesario hacer ver a la conciencia la realidad de su situación. Tanto el bien que puede resultar de un mayor esfuerzo como el mal que se sigue de su negligencia.

c. Conciencia adormecida
Esta deformación se produce cuando la conciencia ya no responde a estímulos y no emite juicios acerca de la maldad o la bondad de los propios actos. Puede ser por tibieza espiritual, por irreflexión o por insinceridad. Se apaga toda vibración espiritual o anhelo de superación moral. Los que viven así excusan fácilmente su conducta con frases como: "Hay que tomar las cosas con calma", "no hay que ser exagerado o quisquilloso". En este estado, la conciencia no reacciona cuando percibe que se obra mal.

d. Conciencia domesticada
Es la conciencia recortada a una medida cómoda. Suaviza todo, sabe encontrar justificaciones para todas sus faltas. "Estoy muy cansado", "todos lo hacen", "es de sentido común".

e. Conciencia falsa 
Es la conciencia que emite juicios falsos, es decir, juicios que no concuerdan con la norma objetiva de la ley. Esta conciencia llama bueno a lo que es malo. Puede o no ser culpable. En el segundo caso, la persona puede hacer un juicio moral equivocado y obrar de buena fe creyendo que obra bien. En ese caso no peca. No obstante, hay que afirmar que todo hombre tiene el derecho y la obligación moral de buscar la verdad, de adherirse a ella y de ordenar su vida según sus exigencias (cf. Dignitatis humanae, 2). Si la falta de conocimiento de la ley es querida en sí, entonces la persona es culpable. Como ejemplo, pueden servir los conductores que por una razón u otra nunca han aprendido bien las reglas de tráfico.

Hay otros tipos de deformaciones de conciencia de las que se puede hablar como laconciencia escrupulosa que exagera el papel de la ley hasta hacerla opresiva y angustiante o la conciencia laxa que deja pasar todo con excusas.


3. Cómo formar una conciencia recta

Hay algunos medios prácticos que ayudan al hombre a formar bien su conciencia y mantenerla siempre recta. Entre ellos se puede mencionar el examen de conciencia diario para analizar cómo se ha actuado frente a lo que es más importante en la vida: la opción por Dios. Tomarse unos momentos para ver cómo se está llevando a la práctica lo que se cree. Hecho de una manera consciente y práctica es un medio muy útil.

El sacramento de la reconciliación, la dirección espiritual, son medios imprescindibles para formar bien la conciencia. La actitud fundamental que hace valorar todos estos medios es la de la vigilancia y sinceridad para reconocer si uno está viviendo rectamente o si está consintiendo en la propia vida cosas ajenas a su opción fundamental.

Después de las ayudas prácticas, es importante también conocer el proceso de un acto moral para saber dirigir bien la formación de la conciencia. Se puede hablar de tres operaciones o fases en la formación de la conciencia:

 
  • La primera, que precede a la acción, es percibir el bien como algo que debe hacerse y el mal como algo que debe ser evitado. Éste es el momento de ver: "Esto es bueno hay que hacerlo" o "no, esto no está bien, debo evitarlo".
     
  • La segunda fase es la fuerza que lleva a la acción, impele a hacer el bien y evitar el mal. Se expresa cuando decimos: "Hago el bien" o "no, esto no lo hago".
     
  • Por último la operación subsiguiente a la acción, el emitir juicios sobre la bondad o maldad de lo hecho. En esta etapa nos decimos: "He obrado bien" o "he hecho algo malo".


    En el primer paso lo importante es abrir la conciencia a la ley como norma objetiva. Es decir, educar una conciencia recta que sabe dónde va y qué es la verdad. Esto lleva al segundo paso que requiere trabajo para que la conciencia sea guía de la voluntad. Se trata de habituarse a la "coherencia", entendida como la constancia en actuar como pide la conciencia. No basta percibir que algo es bueno o malo, hay que saber dirigir la voluntad a hacer lo bueno y evitar lo que no se debe hacer. Percibir que es bueno ser paciente y amable con los demás es bueno, pero es insuficiente; esta percepción debe llevarme a acoger a los demás con bondad y delicadeza aun cuando me sienta cansado o de mal humor.

    Esto requiere un trabajo de formación especialmente en el campo de la voluntad y de los estados de ánimo. Los estados de ánimo tienen que ser educados para lograr en la persona una ecuanimidad que le lleve a realizar lo que le pide la conciencia en cualquier circunstancia. Además, la voluntad tiene que ser formada para que sea eficaz, es decir, para que logre lo que pretende.

    Por último, y todavía más importante, viene el juicio ulterior sobre lo hecho. Aquí es donde se juega de modo definitivo la formación o deformación de la conciencia. El que ha obrado mal y toma las medidas necesarias para reparar su falta y para pedir perdón ha dado un paso firme en la formación de su conciencia, mientras que el que la acalla, no prestándole atención, puede llegar a dañarla hasta que un día quizá sea incapaz de reaccionar ante el bien y el mal.

    En conclusión, podemos decir que la brújula más segura en todo este campo moral es la adhesión fiel a la voluntad de Dios, compendio supremo de la ley natural y la ley revelada. La coherencia ante ella es el camino de la madurez y de la felicidad que brota de una recta conciencia que vive en paz con Dios y consigo misma.

    Los estados de ánimo son elementos connaturales a todo ser humano y se manifiestan en el hombre espontáneamente por motivos diversos (humanos, físicos, psíquicos, espirituales...).

    Lo importante es no dejarse abatir por ellos; lo necesario es controlarlos y no dejar que se adueñen de las facultades superiores; lo urgente es no permitir la anarquía interna o la creación de estados habituales de sentimentalismo.

lunes, 27 de julio de 2015

El atardecer de la vida



El sol se despedía del Imperio Tré. El vasallo caminaba junto a la anciana del molino amarillo. Iban conversando sobre la vida.
- ¿Qué cosa es lo que más te gusta de la vida, anciana?

La viejecilla del molino amarillo se entretenía en lanzar los ojos hacia el ocaso.
- Los atardeceres –respondió.

El vasallo preguntó, confundido:
- ¿No te gustan más los amaneceres? Mira que no he visto cosa más hermosa que el nacimiento del sol allá, detrás de las verdes colinas de Tré.
Y reafirmándose, exclamó:
- ¿Sabes? Yo prefiero los amaneceres.

La anciana dejó sobre el piso la canastilla de espigas que sus arrugadas manos llevaban. Dirigiéndose hacia el vasallo, con tono de voz dulce y conciliador, dijo:
- Los amaneceres son bellos, sí. Pero las puestas de sol me dicen más. Son momentos en los que me gusta reflexionar y pensar mucho. Son momentos que me dicen cosas de mí misma.
- ¿Cosas? ¿De ti misma...? – inquirió el vasallo. No sabía a qué se refería la viejecilla con aquella frase.

Antes de cerrar la puerta del molino amarillo, la anciana añadió:
- Claro. La vida es como un amanecer para los jóvenes como tú. Para los ancianos, como yo, es un bello atardecer. Lo que al inicio el precioso, al final llega a ser plenamente hermoso. Por eso prefiero los atardeceres... - ¡mira!

La anciana apuntó con su mano hacia el horizonte. El sol se ocultó y un cálido color rosado se extendió por todo el cielo del Imperio Tré. El vasallo guardó silencio. Quedó absorto ante tanta belleza.

La vida es un instante que pasa y no vuelve. Comienza con un fresco amanecer; y como un atardecer sereno se nos va. De nosotros depende que el sol de nuestra vida, cuando se despida del cielo llamado “historia”, coloreé con hermosos colores su despedida. Colores que sean los recuerdos bonitos que guarden de nosotros las personas que vivieron a nuestro lado.

domingo, 26 de julio de 2015

Joaquín y Ana, Santos




Abuelos de Jesús


Martirologio Romano: Memoria de san Joaquín y santa Ana, padres de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, cuyos nombres se conservaron gracias a tradición de los cristianos


Una antigua tradición, datada ya en el siglo II, atribuye los nombres de Joaquín y Ana a los padres de la Virgen María. El culto aparece para Santa Ana ya en el siglo VI y para San Joaquín un poco más tarde. La devoción a los abuelos de Jesús es una prolongación natural al cariño y veneración que los cristianos demostraron siempre a la Madre de Dios.
La antífona de la misa de hoy dice: "Alabemos a Joaquin y Ana por su hija; en ella les dio el Señor la bendición de todos los pueblos". 

La madre de nuestra Señora, la Virgen Maria, nació en Belén. El culto de sus padres le está muy unido. El nombre Ana significa "gracia, amor, plegaria". La Sagrada Escritura nada nos dice de la santa. Todo lo que sabemos es legendario y se encuentra en el evangelio apócrifo de Santiago, según el cual a los veinticuatro años de edad se casó con un propietario rural llamado Joaquín, galileo, de la ciudad de Nazaret. Su nombre significa "el hombre a quien Dios levanta", y, según san Epifanio, "preparación del Señor". Descendía de la familia real de David. 

Moraban en Nazaret y, según la tradición, dividían sus rentas anuales, una de cuyas partes dedicaban a los gastos de la familia, otra al templo y la tercera a los más necesitados. 

Llevaban ya veinte años de matrimonio y el hijo tan ansiado no llegaba. Los hebreos consideraban la esterilidad como algo oprobioso y un castigo del cielo. Se los menospreciaba y en la calle se les negaba el saludo. En el templo, Joaquin oía murmurar sobre ellos, como indignos de entrar en la casa de Dios. 

Joaquín, muy dolorido, se retira al desierto, para obtener con penitencias y oraciones la ansiada paternidad Ana intensificó sus ruegos, implorando como otras veces la gracia de un hijo. Recordó a la otra Ana de las Escrituras, cuya historia se refiere en el libro de los Reyes: habiendo orado tanto al Señor, fue escuchada, y asi llegó su hijo Samuel, quien más tarde seria un gran profeta. 

Y así también Joaquín y Ana vieron premiada su constante oración con el advenimiento de una hija singular, Maria. Esta niña, que había sido concebida sin pecado original, estaba destinada a ser la madre de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. 

Desde los primeros tiempos de la Iglesia ambos fueron honrados en Oriente; después se les rindió culto en toda la cristiandad, donde se levantaron templos bajo su advocación. 

sábado, 25 de julio de 2015

Santiago Apóstol

Santiago es uno de los doce Apóstoles de Jesús; hijo de Zebedeo. El y su hermano Juan fueron llamados por Jesús mientras estaban arreglando sus redes de pescar en el lago Genesaret.

Recibieron de Cristo el nombre "Boanerges", significando hijos del trueno, por su impetuosidad.

En los evangelios se relata que Santiago tuvo que ver con el milagro de la hija de Jairo. Fue uno de los tres Apóstoles testigos de la Transfiguración y luego Jesús le invitó, también con Pedro y Juan, a compartir mas de cerca Su oración en el Monte de los Olivos.

Los Hechos de los Apóstoles relatan que éstos se dispersaron por todo el mundo para llevar la Buena Nueva. Según una antigua tradición, Santiago el Mayor se fue a España. Primero a Galicia, donde estableció una comunidad cristiana, y luego a la cuidad romana de Cesar Augusto, hoy conocida como Zaragoza. La Leyenda Aurea de Jacobus de Voragine nos cuenta que las enseñanzas del Apóstol no fueron aceptadas y solo siete personas se convirtieron al Cristianismo. Estos eran conocidos como los "Siete Convertidos de Zaragoza". Las cosas cambiaron cuando la Virgen Santísima se apareció al Apóstol en esa ciudad, aparición conocida como la Virgen del Pilar. Desde entonces la intercesión de la Virgen hizo que se abrieran extraordinariamente los corazones a la evangelización de España. 

En los Hechos de los Apóstoles descubrimos fue el primer apóstol martirizado. Murió asesinado por el rey Herodes Agripa I, el 25 de marzo de 41 AD (día en que la liturgia actual celebra La Anunciación). Según una leyenda, su acusador se arrepintió antes que mataran a Santiago por lo que también fue decapitado. Santiago es conocido como "el Mayor", distinguiéndolo del otro Apóstol, Santiago el Menor.

La tradición también relata que los discípulos de Santiago recogieron su cuerpo y lo trasladaron a Galicia (extremo norte-oeste de España). Su restos mortales están en la basílica edificada en su honor en Santiago de Compostela. En España, Santiago es el mas conocido y querido de todos los santos. En América hay numerosas ciudades dedicadas al Apóstol en Chile, República Dominicana, Ecuador, Cuba y otros países. 

viernes, 24 de julio de 2015

Las vacaciones de Jesús





Del santo Evangelio según san Marcos 6, 30-34
Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. Entonces Él les dijo: Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco. Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas. 

Oración introductoria
Señor, me conmueve tu preocupación por tus discípulos, una muestra más de tu infinito amor. Me presento hoy ante Ti, porque yo también quiero contarte todo lo que he hecho. Quiero darte todo mi corazón y amarte sinceramente. Ayúdame a ir a lo profundo, a esos rincones de mi conciencia para descubrir qué más debo entregarte o en qué parte de mi vida todavía no te dejo entrar.

Petición
Jesús, que no me distraiga, ayúdame a tener una experiencia de tu presencia en esta oración.

Meditación del Papa Francisco
El Evangelio de hoy nos dice que los apóstoles después de la experiencia de la misión, están contentos pero cansados. Y Jesús lleno de comprensión quiere darles un poco de alivio. Entonces les lleva a aparte, un lugar apartado para que puedan reposarse un poco. “Muchos entretanto los vieron partir y entendieron... y los anticiparon”.
Y a este punto el evangelista nos ofrece una imagen de Jesús de particular intensidad, 'fotografiando' por así decir sus ojos y recogiendo los sentimientos de su corazón. Dice así el evangelista: “Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato”.
Retomemos los tres verbos de este sugestivo fotograma: ver, tener compasión, enseñar. Los podemos llamar los 'verbos del Pastor'.
El primero y el segundo están siempre asociados a la actitud de Jesús: de hecho su mirada no es la de un sociólogo o la de un fotoreporter, porque Él mira siempre “con los ojos de corazón”.
Estos dos verbos: 'ver' y 'tener compasión', configuran a Jesús como el Buen Pastor. También su compasión no es solo un sentimiento humano, pero es la conmoción del Mesías en la que se hizo carne la ternura de Dios. Y de esta compasión nace el deseo de Jesús de nutrir a la multitud con el pan de su palabra.
O sea, enseñar la palabra de Dios a la gente. Jesús ve; Jesús tiene compasión; Jesús enseña. ¡Que bello es esto! . (S.S. Francisco, ángelus del domingo 19 de julio de 2015).
Reflexión
Julio es, para la mayoría de la gente, el mes de las vacaciones. Y parece que nuestro Señor quiso, incluso en esto, hacerse semejante a nosotros. El Evangelio de hoy nos cuenta que Jesús, viendo fatigados a sus apóstoles al volver de la misión, los invita a tomarse unas breves vacaciones: "Venid vosotros solos -les dice- a un lugar tranquilo y apartado para que descanséis un poco". Y es que "eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer". Bastante trabajo debían tener los Doce para que nuestro Señor tomara esta iniciativa.

Y, a la vez, ¡qué gesto tan hermoso y tan humano de parte de Jesús hacia sus apóstoles! No se le escapa ningún detalle y, como buen Amigo y compañero, se preocupa de que no les falte un saludable "weekend" para que descansen y repongan las fuerzas perdidas por el desgaste del apostolado. ¡Un feliz paseo en barca por el mar de Galilea en compañía de Jesús! ¡Qué descanso y qué compañía!

Sin embargo, en contra de las previsiones y a pesar del programa de "veraneo" que el Señor pensaba organizar a los suyos, mucha gente los ve marcharse y van detrás de Jesús y de los Doce, por tierra, para volver a encontrarse con ellos en el lugar adonde se dirigían. Poco tiempo les duraron sus "vacaciones" porque, al desembarcar, continuaron con sus afanes apostólicos y misioneros. ¡Qué ejemplo de entrega a los demás! A pesar de que se tenían bastante merecido su descanso, deben olvidarse de sí mismos y renunciar al legítimo reposo físico para continuar ayudando y sirviendo a su prójimo. Al menos, pudieron descansar unas horas. Y, conociendo la delicadeza de nuestro Señor, seguramente algunos días más tarde disfrutarían de un sabroso fin de semana de descanso.

Y aquí el evangelista nos presenta un rasgo sumamente bello y revelador de la persona de nuestro Señor Jesucristo: "Al desembarcar, vio una grande multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor". Sin duda alguna, este gesto del Maestro debió impresionarles poderosamente a los apóstoles porque Mateo hace esta misma observación tres veces consecutivas: antes de enviar a sus discípulos a la misión (Mt 9, 36-38) y antes de las dos multiplicaciones de los panes (Mt 14, 12ss y Mt 15, 32ss). El verbo griego que emplean los evangelistas es muy fuerte y significa, literalmente, "sentir ternura por alguien", "conmoverse las entrañas de compasión por una persona". ¡Qué hermosos y sublimes los sentimientos de nuestro Señor!

Pero no son sentimientos vacíos y estériles, sino que lo lleva a la acción y a buscar soluciones concretas para aliviar esas necesidades. En el primer caso, la compasión empuja a Jesús a mandar a sus apóstoles a la misión; y en los otros dos, le lleva a hacer numerosas curaciones y a saciar el hambre de toda esa pobre gente, signos externos de lo que estaba realizando en el alma de aquellas personas. Marcos nos presenta a nuestro Señor entregándose sin descanso, en cuerpo y alma, a la predicación y a la enseñanza de las multitudes: "y enseguida -nos dice el evangelista- se puso a enseñarles con calma". ¡Qué gran corazón de Jesús! ¡Qué bondad de Pastor, qué ternura de Padre, qué delicadeza de Amigo! Si así de generoso y de misericordioso es nuestro Señor, ¿quién tendrá miedo de acercarse a El?

San  Juan Pablo II decía a los miles de peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro, que las vacaciones de verano deben ser un período particularmente propicio para redescubrir los auténticos valores del espíritu. "Las numerosas ocupaciones y los ritmos acelerados de la vida -afirmaba- hacen que en ocasiones sea difícil cultivar esta importante dimensión espiritual. Las vacaciones veraniegas, si no son "quemadas" por la disipación y la simple diversión, pueden convertirse en una ocasión propicia para volver a dar aliento a la vida interior".

Propósito
Ojalá que, a la luz del Evangelio de hoy, sepamos aprovechar este período de vacaciones para renovar la paz y la serenidad de nuestro espíritu a través de una sana recreación y esparcimiento; y que dejemos también un espacio importante para el cultivo de nuestra alma a través de la oración, de las buenas lecturas, la meditación y la participación en los sacramentos para encontrarnos personalmente con Dios nuestro Señor.

Diálogo con Cristo
Jesús, gracias por enseñarme cómo tratar a los demás. Tú eres un escultor genial, vas moldeando en tus apóstoles tu imagen de bondad, de humildad y de generosidad. Nunca «usas» o ves a los demás como meros instrumentos. Dame tu gracia para poder ejercer tu estilo de liderazgo en todas mis relaciones, especialmente en mi familia y en la evangelización y promover el bien temporal y espiritual de cada uno. Que por encima de todo, brille tu caridad en mi corazón.

jueves, 23 de julio de 2015

Educación y coherencia








Ya Benedicto XVI subrayó la relevancia del testimonio personal y de la autenticidad del educador, entre los aspectos principales de la actual urgencia educativa. En las últimas semanas el Papa Francisco ha vuelto a situarse en esa línea, de un modo que se puede sintetizar en una palabra: coherencia. Esto es particularmente clave en la educación de la fe.

En su discurso a la Congregación para la Educación Católica (13-II-2014) ha puesto de relieve tres aspectos: el valor del diálogo, la preparación de los educadores y el talante de las instituciones educativas católicas.


Diálogo intercultural

a) El valor del diálogo intercultural ha sido subrayado por un reciente documento de la Congregación para la Educación Católica (*). A este propósito, Francisco ha señalado que la educación católica busca una educación integral de las personas, con pleno respeto a la libertad de cada alumno y a los métodos propios del ambiente escolar y académico; al mismo tiempo que presenta “la propuesta cristiana, es decir, a Jesucristo como sentido de la vida, del cosmos y de la historia”.

Así como Jesús anunció la buena noticia de la salvación en Galilea –una encrucijada de razas, culturas y religiones–, hoy también hemos de educar en un ambiente multicultural, conjugando creatividad con fidelidad a la propia identidad católica:

“Los profundos cambios que han llevado a la difu¬sión cada vez mayor de las sociedades multiculturales, exigen a cuantos trabajan en el sector escolar y universitario implicarse en itinerarios educativos de confronta¬ción y diálogo, con una fidelidad valiente e innovadora que sepa llevar a encontrar la identidad católica a las diversas ‘almas’ de la sociedad multicultural”.


Preparación de los formadores

b) La preparación de los formadores –señala Francisco– debe ser una preparación seria que les ayude a saber comunicarse con los jóvenes:

“Educar –observa el Papa– es un acto de amor, es dar vida. Y el amor es exigen¬te, requiere empeñar los mejores recursos, despertar la pasión y ponerse en camino, con paciencia, junto a los jóvenes. El educador en las escuelas católicas debe ser en primer lugar muy competente, cualificado, y al mismo tiempo lleno de humanidad, capaz de estar en medio de los jóvenes con estilo pedagógico, para promover su crecimiento humano y espiritual”. 

Francisco destaca el valor del testimonio y de la coherencia personal de los educadores: “Los jóvenes necesitan calidad de enseñanza y conjunto de valores, no solo enunciados, sino testimonios. La coherencia es un fac¬tor indispensable en la educación de los jóvenes. ¡Coherencia! No se puede hacer crecer, no se puede educar sin coherencia: ¡coherencia, testimonio!”

Por consiguiente, se impone cuidar la formación permanente tanto en el ámbito intelectual como espiritual: “El educador necesita él mismo una formación permanente. Es preciso, pues, invertir para que los docentes y dirigentes puedan mantener alta su profesionalidad y también su fe y la fuerza de sus motivos espirituales. Y también en esa formación permanente me permito sugerir la necesidad de retiros y ejercicios espirituales para los educadores. Es bueno hacer cursos sobre tal y cual argumento, pero también es necesario hacer cursos de ejercicios espirituales, retiros, ¡para rezar! Porque la cohe¬rencia es un esfuerzo, pero sobre todo es un don y una gracia. ¡Y hay que pedirla!”


Responsabilidad de las instituciones educativas

c) La responsabilidad de las instituciones educativas en relación con la ciencia y la cultura supone participar en el diálogo intercultural, conscientes de la luz que la fe puede aportar: “Es preciso que las instituciones académicas católicas no se aíslen del mundo, sino que sepan entrar con valentía en el areópago de las culturas actuales y ponerse en diálogo, conscien¬tes del don que tienen que ofrecer a todos”.


Coherencia del cristiano en el pensar, sentir y actuar

Dos semanas después, en su homilía del 27 de febrero en Santa Marta, Francisco ha retomado la cuestión de la coherencia del cristiano. Después de administrar el sacramento de la confirmación, ha afirmado que ser cristiano significa dar testimonio de Jesucristo: ser una persona que “piensa como cristiano, siente como cristiano y actúa como cristiano”. Es la coherencia de la vida de un cristiano. “Uno puede decir que tiene fe, pero si falta una de esas cosas, no es cristiano, hay algo que no va, hay una cierta incoherencia. Y los cristianos que viven ordinariamente en la incoherencia, hacen mucho daño”.
La carta del apóstol Santiago –precisa el Papa– dice que defraudar el jornal a los segadores clama al Cielo (cf. Sant 5, 4). Y Jesús habla muy fuerte contra el escándalo, sobre todo el causado a los niños (cf. Mc 9, 42). Estas actitudes hacen mucho daño a la fe y a la credibilidad del Evangelio. De poco serviría una biblioteca entera de argumentos sobre la existencia de Dios sin el ejemplo de coherencia cristiana. En cambio, es precisamente este ejemplo el que sirve para que el Espíritu Santo pueda trabajar en los corazones de los no creyentes, alejados o necesitados de formación.

De ahí la importancia de la coherencia que hemos de pedir, puesto que es un don:“Señor, que seamos coherentes’”. “¡Señor, que yo sea coherente! ¡Señor, que yo no escandalice nunca, que sea una persona que piense como cristiano, que sienta como cristiano, que actúe como cristiano!”

Si caemos por debilidad, termina el Papa, pidamos perdón; porque todos somos pecadores, todos tenemos la capacidad de pedir perdón y Dios nunca se cansa de perdonar:

“Vayamos adelante por la vida con coherencia cristiana, con el ejemplo del que cree en Jesucristo, que sabe que es pecador, pero que tiene la valentía de pedir perdón cuando se equivoca, y que tiene mucho miedo a escandalizar. Que el Señor nos conceda a todos esa gracia”.

En suma, la coherencia del educador cristiano es clave para educar en la fe, lo que incluye anunciarla y transmitirla a muchos, empezando por sus alumnos. La relación entre educación y coherencia, siempre esencial, se sitúa hoy en un lugar prioritario.