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jueves, 11 de enero de 2018

Jesús transforma nuestra pequeña y débil vida en su misma vida divina.

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"Cuando el sacerdote al darnos la comunión nos dice el Cuerpo de Cristo”, nosotros respondemos “amén”, le estamos diciendo: “Si quiero, acepto, deseo que unas tu vida a la mía”. Jesús transforma nuestra pequeña y débil vida en su misma vida divina. Es por eso que, ante la presentación del Pan Eucarístico como el Cordero de Dios, nosotros respondemos con una profunda humildad: “Señor, yo no soy digno de que entes en mi casa, pero una Palabra tuya bastará para sanarme”. Todo esto es evidentemente tan sublime que, o se toma en serio o corremos el peligro de banalizar lo que, por gracia de Dios, enriquece y renueve nuestra vida.

El Cuerpo de Cristo. Una reflexión sobre cómo recibir la comunión


Carta de
Mons. D. Amadeo Rodríguez Magro

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