Hace unos días leía un discurso del Papa Francisco y decía que María era como “una montaña de ternura”. Me llamó mucho la atención esa expresión tan sencilla y tan llena de contenido, que a mí me pareció original. La verdad que nuestro Papa habla mucho sobre la misericordia y la ternura. Todo su mensaje está en torno a ello: ser misericordioso con un amor gratuito; lleno de dulzura y de acogida al otro.
Puede parecer que el ser tierno no es de personas fuertes, vigorosas, valientes… Y también el Papa nos dice: La ternura no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor.
Dios es la fuente de nuestra esperanza para poder vivir en esa ternura y misericordia en medio de un sociedad tan llena de fracturas: la emigración, la pobreza, las guerras, el hambre… toda la espiral de la violencia que no cesa. Con todo, podemos decir, cantar y proclamar que “La misericordia de Dios es eterna” (Salmo 136) y a ella nos acogemos porque “tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida…” (Salmo 23).
¿Cómo podemos vivir la misericordia con ternura? Lo primero será acoger la condición humana, tan llena de debilidades y limitaciones. Empezando por uno mismo. Quizás así podamos acercarnos y responder al dolor y sufrimiento de nuestros hermanos y nos lleve a vivir el amor, la acogida, la reconciliación y la no violencia. Todos somos, pecadores pero Dios nos perdona con un derroche de gracia, misericordia y ternura, en palabras del Papa Francisco. Los salmos lo expresan claramente “como un padre siente ternura por sus hijos, Dios siente ternura por sus fieles” (Salmo 103).
Vivir y anunciar “la entrañable misericordia de Dios“(Lc,1,7) es una forma de vivir y anunciar la alegría el Evangelio. Hay que acogerla, Dios nos la regala para vivirla, que supone convertirla en una vida concreta de ser misericordia y ternura entrañable.
Estamos terminando mayo, ese mes que siempre lo hemos tenido como mes mariano, que nos resuene al rezar la Salve ese Madre de Misericordia, a esa “Montaña de ternura”, con más fuerza, para ser como Ella: ternura, amor, misericordia, con quienes más lo necesita. Y este lunes de Pentecostés estrenamos una nueva fiesta mariana: María Madre de la Iglesia. A Ella nos acogemos una vez más como nuestra Madre y protectora de su Iglesia.
Fuente: Archidiócesis de Sevilla.
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