
Fuente: Jóvenes Católicos.
Querido lector: hace tiempo que tenía ganas de escribirte esta carta pero no sabía cómo hacerlo. Ahora, delante de Jesús Sacramentado, siento cómo el Señor me dice que ha llegado el momento. No te escribo enfadado, ni si quiera decepcionado, simplemente te escribo preocupado. No puedo evitar que se me empañen los ojos al pensar en todo lo que quiero decirte porque, te voy a ser sincero, es un tema que realmente me hace sufrir y me preocupa. Cada vez que entro en una iglesia y oigo a la gente hablar como si estuvieran en un mercado o en una terraza tomando un refresco; cuando veo a la gente que pasa por delante del Sagrario como si pasearan por los pasillos de un centro comercial… cada vez que noto que las personas no somos conscientes de la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía me acuerdo de aquellas palabras de Jesús: “Cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe en la tierra?” (Lc 18; 8). No te creas que te echo a ti la culpa de todo, quizás los sacerdotes nos hemos dedicado a predicar sobre muchas cosas olvidándonos de que si alguien puede solucionar las penas de este mundo es el que está “encerrado por amor” en el Sagrario. Pero ahora no es momento de buscar culpables, es el momento de poner soluciones y para ello hay que ir a la raíz del problema. A mi entender la raíz está en que la mayoría de personas no hemos tenido un encuentro vivencial con Jesús Eucaristía. Por el catecismo sabemos que Jesús está en la Eucaristía en cuerpo, sangre, alma y divinidad; pero yo me pregunto ¿hemos experimentado alguna vez la cercanía de Jesús hombre, de Jesús Redentor, de Jesús santificador, de Jesús Dios? Vamos a intentar ir por partes y a ver si así lo entendemos mejor.
Jesús hombre está en el Sagrario. Sus ojos nos miran, sus oídos nos escuchan, su boca nos habla, su corazón late y sus brazos nos abrazan. Es cierto que nosotros sólo vemos un trozo de pan, pero fue el mismo Jesús el que dijo “esto es mi cuerpo”, no es una metáfora, es una realidad. El Jesús niño, el Jesús adolescente, el Jesús hombre está en la Eucaristía, pero nos falta fe para creerlo así. Quizás pensamos que es cosa de niños el ir a hablar con un Jesús que vive en una cajita de oro. Y claro, si no creemos que Jesús está ahí, ¿para qué vamos a guardar silencio en la iglesia? Si no creemos que Jesús nos escucha en el silencio lógicamente tendremos que levantar la voz para que nos escuche el que está a nuestro lado. Y de ahí a que la iglesia se convierta en un mercado hay un paso. Querido lector, te invito a que vayas delante de un Sagrario y hagas un acto de fe: ponte a los pies de Jesús, cógele las manos y cuéntale lo que hayas hecho hoy (no sólo las penas y preocupaciones también lo que te haya hecho sonreír). Te aseguro que sentirás a Jesús hombre muy cerca de ti y después… después qué fácil te resultará ver a Jesús en todo y en todos.
La Sangre y el Alma de Jesús están en el Sagrario. En la película de “La Pasión”, después de la escena de la flagelación, se ve cómo María Santísima recoge la sangre de su Hijo con unas toallas que le trae la mujer de Pilato. Es un momento de la película impresionante, ¡qué devoción!, ¡qué ternura!, ¡qué delicadeza! Esa sangre redentora de hace dos mil años, el Alma de Jesús que aún hoy nos salva, están en el sagrario, y nos lo recuerda la lamparita que hay cerca de todos los Sagrarios. Muchas veces entramos en las iglesias para contemplar sus retablos, sus imágenes… eso está bien, al fin y al cabo, todo eso se ha hecho para glorificar a Dios, pero a menudo nos pasa desapercibida esa velita que cuelga al lado de una caja dorada. Esa vela, esa lucecita, con toda su humildad, nos está anunciando que allí está presente el que un día derramó su sangre para nuestra salvación, nos recuerda que allí está presente el que aún hoy es el único capaz de salvarnos. ¿Qué es lo que nos ha hecho olvidar la sangre derramada de Jesús por nosotros? Fácil respuesta, vamos a Jesús a contarle nuestras penas, pero no vamos a preguntarle por las suyas, no le dejamos hablar, no le dejamos que nos explique el porqué de su sangre derramada, no dejamos que nos cuente lo que hoy hace por nosotros. Hasta que no nos sintamos redimidos por la Sangre y Alma de Jesús no seremos capaces de ser agradecidos. Seguiremos entrando en las iglesias maravillándonos de las maravillas que ha hecho el hombre de Dios, olvidándonos del milagro continúo que Él hace por nosotros.
La Divinidad de Jesús está en el Sagrario. Jesús es amigo, Jesús es hermano… ¡cierto! Pero no es menos cierto que ¡Jesús es Dios! El catecismo explica diferentes tipos de oración y hay una que tenemos muy olvidada que es la oración de Alabanza. Esta oración es la que pone a Dios en “su lugar”, cuando alabamos no pedimos nada, simplemente ensalzamos a Dios por lo que es. A menudo, la oración de alabanza nos lleva a manifestar con signos externos lo que decimos de palabra o con el corazón. Por ello la oración de alabanza es la que nos hace entender y vivir aquello de “al nombre de Jesús toda rodilla se doble”. Quizás porque nos falta mucha oración de alabanza no somos capaces de hacer la genuflexión delante del Sagrario, no somos capaces de comportarnos como criaturas débiles y pequeñas delante de su Dios. La genuflexión es un acto de adoración, cuando lo quitamos estamos quitando todo el sentido al hecho de que Jesús se haya quedado encerrado en el Sagrario, porque de lo único que estamos faltos en este mundo es de Dios. Sin Dios nada tiene sentido, sin Dios nada puede ir bien, sin Dios no hay esperanza.
Querido lector, ya termino, esta vez me he extendido mucho pero el tema lo requería. Te invito a que vayas al Sagrario, encuéntrate con el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesús, encuéntrate con ese Jesús vivo que te está esperando y entenderás el porqué de las flores que adornan las iglesias, el porqué de la vela, el porqué del silencio, el porqué de la genuflexión. Si quitamos todas estas cosas… “Cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe en la tierra?”.
Un abrazo y reza por mí.
Antonio María Domenech
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