«¡Madre querida!…
¡Que no nos cansemos!
Firmes, decididos, alentados, sonrientes
siempre,
con los ojos de la cara fijos en
el prójimo y en sus necesidades,
para
socorrerlos, y con los ojos del alma fijos en
el Corazón de Jesús
que está en el Sagrario,
ocupemos nuestro puesto,
el que a cada uno
nos ha señalado Dios.
¡Nada de volver la
cara atrás!
¡Nada de cruzarse de brazos!
¡Nada de estériles lamentos!
Mientras nos
quede una gota de sangre que derramar,
unas monedas que repartir,
un poco de
energía que gastar,
una palabra que decir,
un aliento de nuestro corazón,
un poco de
fuerza en nuestras manos o en nuestros
pies,
que puedan servir para dar gloria a Él
y
a Ti y para hacer un poco de bien a nuestros
hermanos.
¡Madre mía... morir antes que
cansarnos!».
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