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domingo, 15 de marzo de 2020

El Amor, cuando es sencillo, hace milagros

Ayer, el IEME (Instituto Español de Misiones Extranjeras) nos invitó a compartir nuestro testimonio como matrimonio misionero. El tema era “La mujer en la misión”. Junto a otras dos mujeres magníficas, Maribel, religiosa misionera del Verbum Dei que estuvo de misión muchos años en Filipinas, y Eli, una madre brasileña que estuvo de misión bastante tiempo en su país, y hoy trabaja acá en España con población inmigrante, junto a su familia.
Preparar la presentación fue fácil y divertido. Compartir nuestra aventura y proceso formativo. Pero, en la parte de hablar del papel de la mujer en la misión, le pedí a Andre que me dejara a mí preparar y presentar ese apartado del tema.
Hoy, día internacional de la mujer, queremos compartirles esta pequeña reflexión, de lo que ha sido para mí, caminar en la misión junto a Andre. Del regalo que Dios me ha dado al poder compartir mi locura misionera junto a una hermosa loca enamorada del Amor. Y sobre todo, del montón de cosas que Dios me ha enseñado tomado de su mano, desde hace 7 años que nos conocimos y fuimos de misión, juntos, por primera vez.
Pero, sobre todo, esperamos con este blog, y nuestro testimonio, poder expresar lo que la mujer -toda mujer- ofrece y da en cada misión a la que el Señor la llama y se entrega, desde cualquiera que sea su vocación.
Una de las primeras experiencias al lado de Andre, fue en nuestra primera misión en la Parroquia de Palmar Norte, en un pueblo llamado Finca 8. Sólo éramos amigos. El párroco nos recibió con un: –“A donde van no querían misioneros, entonces vamos a esperar a ver si vienen a recogerlos, y si no los envío a otro lado”. Jajaja, hoy eso parece gracioso, pero en ese momento yo miré a Andre y recuerdo que sonreía.
Por gracia de Dios, nos llegó a recoger una joven madre con su preciosa niña. Andre estuvo jugando todo el camino con esa pequeña, feliz y tranquila. Nos dejaron en la casa donde nos íbamos a hospedar toda la Semana Santa y se marcharon. Recuerdo que, al día siguiente, por la mañana, nadie nos había dicho dónde íbamos a desayunar o quién nos iba a recibir.
Al lado de nuestra casa, vivía una familia indígena ngöbe con sus 4 pequeños. Los niños, curiosos como siempre, salieron por la mañana a conocernos. Al principio se acercaron tímidamente, pero Andre, con su sonrisa y sencillez, y unas cuantas cosquillas, se los ganó.
Andre me enseñó a amar con ternura. Esa sencillez para amar, sin máscaras, sin tanto trámite, sin cuestionarse. Amar y ya. Amar lo que vamos recibiendo de Dios, amar lo que Él nos da y aceptarlo, sintiéndose primero amados por Él. Amar lo simple, lo esencial, amar un plato de arroz, un camino lleno de lodo para visitar a una familia que vive lejos, amar el no tener electricidad o agua. Amar. Al final, los padres de los niños nos invitaron a desayunar. Por cierto, una hora más tarde, desayunamos de nuevo, en el hogar de la joven madre que había ido a recogernos. El Amor, cuando es sencillo, hace milagros.
Alegría del Corazón. Lo primero que me encantó de Andre, cuando la conocí, en el grupo misionero, fue su sonrisa. Era la primera vez que ella iba al grupo, y sonreía. Desde ahí, en nuestro camino juntos, nunca ha faltado el humor. Al lado de Andre no puedo aburrirme. Su sentido del humor me desarma siempre. En misión, eso es esencial.
La Madre Teresa lo tenía clarísimo: “la paz empieza con una sonrisa”. Cuando, en misión, hay momentos tensos, dolorosos, confusos. Cuando tu fe se tambalea ante ciertas situaciones o el cansancio te va ganando, la alegría es un remedio valioso. Una sonrisa es capaz de romper la tensión, de devolver la esperanza.
Incluso, cuando me he tambaleado en mi camino de fe, ahí ha estado ella para sostenerme entre risas y empatía. Algo que he aprendido es que, para empezar a amar y construir el Reino de Dios, la mejor forma es empezar con una sonrisa.
Otro regalo que he recibido en las misiones junto a Andre, es la autenticidad al hablar con la gente, al orar, al decir lo que se tenga que decir en favor de la Verdad y del Amor. Pero esto, ambos lo hemos aprendido, sobre todo de las niñas y niños, que tienen esa forma de ser que te desarma, sin máscaras. Si les caés bien, te sonríen; si les caés mal, te sacan la lengua. Si quieren llorar, lloran. Si te quieren abrazar, te abrazan. Tienen la capacidad de acercarse a Dios tal cual son, sin miedo al rechazo, libres.
Ojalá tuviéramos, los adultos, una pizca de esa autenticidad para acercarnos a Aquél que sólo sabe amarnos. En misión, esto es una exigencia: tenemos que aprender a devolver esa autenticidad con otro tanto igual.
La creatividad en la misión es algo imprescindible. Y más que eso, creemos que el Amor de Dios es nuevo siempre y, por tanto, esa novedad debe verse reflejada en la manera en que transmitís el mensaje y compartís el Amor. Como dijo Einstein, “si queremos resultados diferentes, tenemos que hacer cosas distintas”. No podemos seguir transmitiendo un cristianismo aburrido y rutinario.
Cada año, cuando vamos de misión en Semana Santa, podríamos llevar las mismas dinámicas, los mismos juegos, los mismos cantos, las mismas reflexiones para la liturgia, las mismas oraciones… Pero Andre tiene la paciencia y creatividad de buscar cosas nuevas. La creatividad de estar, de proponer, de hacer las cosas diferentes. De presentar al Amor siempre fresco, siempre actual.
odos hemos tenido la experiencia; y me atrevo a pensar que el 90% de las personas, hemos conocido el Amor de Dios y la fe, a través de nuestras madres o abuelitas. La mujer tiene esa fuerza espiritual que le brota naturalmente. Esa capacidad de acercarse al Señor de forma sencilla, natural, sintiéndose hija amada, confiada.
La mujer tiene la capacidad de sostener a la familia, a través de su relación con Dios. Incluso, en mi camino espiritual, cuando tantas veces me he derrumbado, ella ha estado ahí, sólo tomando mi mano y orando en silencio, para recordarme que Dios me ha amado primero. Esa paz incomprensible y ese vigor, sólo pueden venir de una profunda relación con el Dios que nos creó por Amor. La misión necesita de esa fuerza para sostenerse, una fuerza que se aprende y se recibe de rodillas delante de Él.
Aparte de esa fuerza espiritual, el valor y fortaleza que Dios puso en cada mujer, me impresiona siempre. Una vez íbamos para un pueblo de Puerto Viejo de Sarapiquí, donde es más sencillo llegar en bote. Sin embargo, ese día el motor no quiso funcionar, y se detuvo en medio río, rodeados de aquel hermoso paisaje. Andre simplemente agarró uno de los remos y empezó a remar. Como si nada hubiera pasado, haciendo lo que tenía que hacerse para llegar al destino. Obvio, todos seguimos su ejemplo. Valor y fuerza, con tal de hacer lo que sea necesario, para alcanzar nuestra meta, para llevar a Jesús, para compartir vida con la gente.
He visto a Andre montar a caballo entre riscos y piedras, para visitar la última casa del pueblo, que nadie visita porque “queda muy largo”. La he visto “volcar terneros” (enfrentarse a los terneros en un establo, para sostenerlos, vacunarlos etc.). Lo que haga falta, por Amor. ¿Ha tenido miedo? Les puedo asegurar que sí, pero el Amor fue más grande, el Amor fue su fuerza.
¿Cuántas veces ha pasado que, a pesar de los problemas en la familia, entre hermanos o primos, la mamá o la abuela nos ha reunido alrededor de la mesa, para compartir el pan, para conversar, para olvidar los resentimientos y empezar de nuevo? Sobre todo para recordar lo esencial, lo que nos une. La mujer es así a donde va. Es luz y guía para la familia, sostén del hogar, consejera. Se cansa para que otros descansen.
Cuando uno va de misión, el aroma a hogar lo pone Andre. Día a día voy aprendiendo.
Iniciativa. Esto lo defino como dar el primer paso. La capacidad de crear puentes, tejer lazos, abrir puertas, creer en la gente. Muchas veces, los jóvenes en los pueblos de misión no participan de las actividades, porque nadie los ha invitado o creído en ellos. Por iniciativa de Andre, hemos organizado campeonatos de fútbol misionero, rallys y excursiones a los ríos, para acercarse, para hacer sentir a cada persona amada, importante, llamada. Muchos se quedan afuera de las celebraciones en el templo, y ella ha ido sólo a preguntar el nombre, a conocerlos, a darles la bienvenida, para que se sientan en casa. La misión debe ser eso, crear hogar con la gente.
Otro punto, por medio del cual, la mujer enriquece la misión, es el trabajo. Es hacer lo que sea necesario para transmitir el Amor, para llevar a Jesús, para compartir la alegría de la vida.
Desde agarrar una pala para cavar un hoyo, hasta subir a un campanario lleno de murciélagos para tocar las campanas que no sonaban en un pueblo desde hacía años. Desde barrer el templo y cortar palmas con machete para el Domingo de Ramos, hasta ponerse a hacer tortillas o acomodar el templo para la Liturgia. Desde preparar el Via Crucis hasta los cantos de la adoración Eucarística. Cuando te mueve el Amor, los estereotipos quedan fuera, los prejuicios no tienen cabida, porque hacés lo que tengás que hacer para transmitir el Amor que te amó tal cual sos.
Artículo publicado en Misioneros de lo imposible

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