SALUDO INICIAL
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Hermanos estamos aquí para despedir a este hermano nuestro, que ha acabado el camino de su vida en este mundo. Juntos rezaremos por él, y afirmaremos la esperanza en la vida eterna que Dios ofrece a todos sus hijos. Jesucristo, nuestro Señor, nos ha dicho: “Creed en Dios y creed también en Mí… volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros”. (Jn. 14, 1-3)
“Creo que mi Redentor vive, y que al final de los tiempos he de resucitar del polvo, y en esta carne mía contemplaré a Dios, mi Salvador. Lo veré yo mismo, mis propios ojos lo contemplarán. Y en esta carne mía contemplaré a Dios mi Salvador”.
Hermanos, que la paz de Jesucristo esté hoy muy especialmente con todos nosotros.
Compartimos el dolor por la muerte de nuestro familiar y amigo……. Lo habíamos conocido, lo habíamos querido y ahora vivimos la tristeza de despedirnos de él.
Pero, ahora, junto al dolor de la despedida, debemos unirnos también, de modo muy especial, al consuelo de la esperanza. Creemos que, por encima de todo, Dios nos ama y nos acoge.
Y también ahora, en el dolor de la muerte, esperamos que él acogerá a N…………, como a su hijo querido. El bien que él hizo entre nosotros, todo lo que ayudó a los demás, no se pierde, sino que el propio Dios, nuestro Padre, lo recibe como suyo y lo convierte en fuente de paz y confianza. Así pues, oremos. Pidamos al Señor que reciba a nuestro hermano que ha muerto, le perdone y lo llene para siempre con su amor. Y pidamos también los unos por los otros, para que también a nosotros nos consuele y nos dé fuerza la confianza en el amor del Padre.
Se puede encender un cirio
Que la luz de Jesucristo resucitado ilumine en nosotros la esperanza de la resurrección.
OREMOS: Señor Dios, Padre omnipotente, tú que nos has dado la certeza de que en los fieles difuntos se realiza el misterio de tu Hijo muerto y resucitado, por esta fe que profesamos, concede a nuestro hermano N………, que acaba de participar en la muerte de Cristo, resucitar también con él en la luz de la vida. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS
Carta de san Pablo a los Romanos. (Rom. 5, 5 – 11)
Lectura de la carta de san Pablo a los Romanos. Hermanos: La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. En efecto, cuando nosotros estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvados del castigo! Si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvados por su vida! Y no solo eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación. Palabra de Dios.
Salmo 22: 1 – 3. 4. 5. 6
El Señor es mi pastor, nada me falta.
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
Evangelio según san Lucas (Lc 24, 13 – 16. 28 – 35)
Lectura del santo Evangelio según san Lucas: Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban
conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?». Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
¡Palabra del Señor!
ORACIÓN DE LOS FIELES
Oremos confiadamente a nuestro Padre, el Dios de la vida, y respondamos a cada petición diciendo: ESCÚCHANOS, PADRE.
1.- Por la santa Iglesia. Que sepa renovarse constantemente, y avance cada día en la fidelidad al Evangelio. Oremos al Señor.
2.- Por nuestro hermano N………, Que la luz de la vida le ilumine eternamente. Que viva para siempre en la alegría de Dios, libre de todo mal, de todo dolor, de toda tristeza. Oremos al Señor.
3.- Por los familiares y amigos. Que Dios nos dé su fuerza y sepamos acompañarnos y consolarnos mutuamente. Oremos al Señor.
4.- Por todos los que sufren, sea cual sea su dolor o tristeza. Que puedan encontrar esperanza y motivos para vivir. Que tengan a su lado quien les ayude y anime a salir adelante. Oremos al Señor.
5.- Por todos los hombres y mujeres del mundo. Que en todos crezca el sincero deseo de hacer posible una vida más humana, más digna, más fraterna. Oremos al Señor.
Escucha, Padre, nuestras plegarias, y conduce a nuestro hermano hacia la vida plena de la resurrección, con Jesucristo, tu Hijo, hombre como nosotros, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.
DESPEDIDA
Hemos orado con fe por nuestro hermano. Ahora nos despedimos de él. Nuestro adiós, aunque no nos quita la tristeza de la separación, nos da, sin embargo, el consuelo de la esperanza. Vendrá un día en que nos alegraremos de nuevo con su presencia. Aunque hoy nos despedimos con tristeza, nos reuniremos un día en la alegría del reino de Dios. Consolémonos, pues, mutuamente en la fe de Cristo resucitado.
Venid en su ayuda, santos de Dios;
Salid a su encuentro ángeles del Señor
Cristo que te llamó te reciba,
Y los ángeles te conduzcan al regazo de Abrahán.
Dale. Señor, el descanso eterno,
Y brille para é la luz perpetua
Recibid su alma y presentadla ante el Altísimo.
Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad.
Rezan todos: Padre nuestro…
Oración: A tus manos, Padre de bondad, encomendamos el alma de nuestro hermano con la firme esperanza de que resucitará en el último día con todos los que han muerto en Cristo.
Te damos gracias por todos los dones con que lo enriqueciste a lo largo de su vida: en ellos reconocemos un signo de tu amor y de la comunión de los santos.
Dios de misericordia, acoge las oraciones que te presentamos por este hermano nuestro que acaba de dejarnos y ábrele las puertas de tu casa. Y a sus familiares y amigos, y a todos nosotros, los que hemos quedado en este mundo, concédenos saber consolarnos con palabras de fe, hasta que también nos llegue el momento de volver a reunirnos con él, junto a ti, en el gozo de tu reino eterno. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Al paraíso te lleven los ángeles,
a tu llegada te reciban los mártires
y te introduzcan en la Ciudad santa de Jerusalén.
El coro de los ángeles te reciba,
y junto con Lázaro, pobre en esta vida,
tengas descanso eterno.
Su alma y las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
OTRAS LECTURAS
Segundo libro de los Macabeos. (2 Mc. 12, 43 – 46)
Lectura del segundo libro de los Macabeos: En aquellos días, Judas, Jefe de Israel, recogió dos mil dracmas de plata entre sus hombres y las envió a Jerusalén para que ofreciesen un sacrificio de expiación. Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección. Si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos. Pero, considerando que a los que habían muerto piadosamente les estaba reservado un magnífico premio, la idea era piadosa y santa. Por eso, encargó un sacrificio de expiación por los muertos, para que fueran liberados del pecado. Palabra de Dios.
Libro de la Sabiduría (3, 1 – 6. 9)
Lectura del libro de la Sabiduría: La vida de los justos está en manos de Dios, y ningún tormento los alcanzará. Los insensatos pensaban que habían muerto, y consideraban su tránsito como una desgracia, y su salida de entre nosotros, una ruina, pero ellos están en paz. Aunque la gente pensaba que cumplían una pena, su esperanza estaba llena de inmortalidad. Sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes bienes, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de él. Los probó como oro en el crisol y los aceptó como sacrificio de holocausto. Los que confían en él comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque la gracia y la misericordia son para sus devotos y la protección para sus elegidos. Palabra de Dios.
Segunda carta de san Pablo a los Corintios. (2 Cor. 4, 14 – 15. 5, 1 -2)
Lectura de la segunda carta de san Pablo a los Corintios. Hermanos: sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él. Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios. Por eso, no nos acobardamos, sino que, aun cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando día a día. Pues la leve tribulación presente nos proporciona una inmensa e incalculable carga de gloria, ya que no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; en efecto, lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno. Porque sabemos que, si se destruye esta nuestra morada terrena, tenemos un sólido edificio que viene de Dios, una morada que no ha sido construida por manos humanas, es eterna y está en los cielos. Y, de hecho, en esta situación suspiramos anhelando ser revestidos de la morada que viene del cielo. Palabra de Dios.
Carta de san Pablo a los Romanos. (Rom. 6, 3 – 4. 8 – 9)
Lectura de la carta de san Pablo a los Romanos: Hermanos: ¿Es que no sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; 9pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Palabra de Dios.
Salmo 22: 1 – 3. 4. 5. 6
El Señor es mi pastor, nada me falta.
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
Salmo 102:,8 y 10. 13 – 14. 15 – 16. 17 – 18.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por los que lo temen;
porque él conoce nuestra masa,
se acuerda de que somos barro.
Los días del hombre duran lo que la hierba,
florecen como flor del campo,
que el viento la roza, y ya no existe,
su terreno no volverá a verla.
Pero la misericordia del Señor
dura desde siempre y por siempre,
para aquellos que lo temen;
su justicia pasa de hijos a nietos:
para los que guardan la alianza
Salmo 26: 1. 4. 7. y 8b y 9a. 13 – 14.
A ti, Señor, levanto mi alma
Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor.
Ensancha mi corazón oprimido
sácame de mis tribulaciones.
Mira mis trabajos y mis penas
perdona todos mis pecados;
Guarda mi vida y líbrame,
no quede yo defraudado de haber acudido a ti.
La inocencia y la rectitud me protegerán,
porque espero en ti.
Evangelio según san Juan (11, 17 – 27)
Lectura del santo Evangelio según san Juan: Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos quince estadios; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día». Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». Palabra del Señor.
Evangelio según san Juan (14, 1 – 6)
Lectura del santo Evangelio según san Juan: No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino». Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Jesús le responde: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Palabra del Señor.
(Diócesis de Barbastro-Monzón)
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