Fuente: CEE
Eminentísimo Señor Cardenal Presidente,
Eminentísimos Señores Cardenales,
Excelentísimos Señores Arzobispos y Obispos,
Hermanos y Hermanas:
Acogiendo la invitación presentada por el Emmo. Sr Cardenal Juan José Omella Omella, Presidente de la Conferencia Episcopal Española, me es sumamente grato poder saludarles, a la vez que expreso mi agradecimiento por este gesto de comunión con el Santo Padre, el Papa Francisco. A todos Ustedes, así como a las Iglesias particulares que presiden en la caridad, les comunico la sensible cercanía, el saludo y la bendición del Papa, a quien tengo el honor de representar en España. Muy particularmente a los enfermos en esta pandemia, así como el sentido pésame y la seguridad de las oraciones de sufragio de Su Santidad a todas las familias que han sufrido la pérdida de seres queridos.
La observancia de las medidas sanitarias hace que, en la presente ocasión, el encuentro adopte este peculiar formato, entre presencial e telemático. En este marco, los pastores podemos apreciar el talante modélico del Santo Padre cuya actividad no ha parado, despierto con atención a las necesidades de la Iglesia y de las sociedades. En este duro contexto de la covid-19, el Papa, con su afabilidad de todos conocida, decía así en una entrevista que concedió en la primera ola de la pandemia: “La gran preocupación mía –al menos la que siento en la oración– es cómo acompañar al pueblo de Dios y estar más cercano a él” (Entrevista con Austen Ivereigh, 8/04/2020).
Sé muy bien que está viva preocupación del Papa, también está en ustedes. Lo muestran los diferentes trabajos que, al frente de las Diócesis, cada uno impulsa preguntándose, no solo por el grave problema que atienden las autoridades sanitarias, sino alargando la mirada al escenario que la pastoral ha de atender después en todos sus aspectos, considerando la incidencia de la crisis en los ámbitos personal, familiar, social y económico. La presente Asamblea será ocasión en la que, inmersos en esta situación, reflexionen en común sobre esta incidencia que ha traído el llorado deceso de muchas personas y tiene consecuencias en la vida de la Iglesia, muy en particular al interferir en la vital práctica sacramental y, por supuesto, en la vida social, en la cual se proyecta el luto, queda afectada la vida laboral y vemos surgir la dificultad económica.
Considero un deber de mi parte como Legado Pontificio manifestar a todos ustedes, al frente de las diversas Iglesias particulares, un vivo reconocimiento los sacerdotes y consagrados de diversos institutos que, ocupados en su misión, con el propósito de recordar a todos el amor siempre fiel del Señor en toda circunstancia y la cercanía de la Iglesia, han realizado creativamente formas y maneras de llegar a los fieles. Debida mención merece el voluntariado seglar organizado para ayudar en Institutos religiosos y otras asociaciones de caridad.
Al mismo tiempo, les expreso con cercanía los sentimientos de condolencia por los sacerdotes que, en su atención sacramental y de apoyo, sufriendo el contagio, no han superado la enfermedad y han fallecido. Por todos ellos ofrecemos oraciones con la confianza en la bondad del Señor Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. En este momento también tengo en cuenta a los miembros de esta Conferencia Episcopal, entre los que no sólo ha existido el contagio, felizmente superado, sino también el deceso. El pasado 15 de octubre, fiesta de Santa Teresa de Jesús, falleció por la covid-19 SE Mons. Antonio Algora Hernando, Obispo emérito de Ciudad Real. Hace cinco días, el 11 de este mes, falleció también el Sr. Obispo emérito de Lleida, Mons. Francesc Xavier Ciuraneta Aymí, aunque no sea un caso de la covid-19. Les recordamos ante el Señor.
Asimismo, tenemos sensiblemente en cuenta, con profundo sentimiento de gratitud, en primer lugar, al personal sanitario, médicos, enfermeras y enfermeros. Sus esfuerzos merecen el reconocimiento de toda la sociedad al que con gusto nos sumamos. También las fuerzas del orden público y a todas aquellas colectividades profesionales que nos facilitan el cada día con sus imprescindibles servicios que afectan a la manutención y sostenimiento digno. Valoramos y admiramos la aportación de cada uno, asumiendo riesgos por la salud de los conciudadanos. En todos ellos vemos la actuación providente de Dios que cuida de cada vida, pidiéndole luz en las investigaciones médicas y ánimo generoso en la acción de cada colectivo para bien de todos.
Esta situación de duración ahora incierta pasará. Por eso el Papa nos recuerda este principio: Con creatividad, “cuidar el ahora, pero para el mañana”. “Resérvense para mejores tiempos, porque en esos tiempos recordar esto que ha pasado nos ayudará. Cuídense para un futuro que va a venir. Y cuando llegue ese futuro, recordar lo que ha pasado les va a hacer bien”.
Me parece que este pensamiento completo y realista puede alentar los trabajos señalados en el programa de la presente Asamblea, los cuales afectan a la marcha inmediata de la Conferencia en su ordenamiento
y propósitos de fines pastorales en el próximo quinquenio 2021-2025 [10] y estudia la siempre pendiente atención a las vocaciones sacerdotales [nº 11] en su necesario número y urgente formación, siguiendo las disposiciones de la Santa en la última Ratio, como hombres verdaderamente entregados en todo al Señor y a la proclamación íntegra del Evangelio. Asimismo, deseo resaltar la importante reflexión sobre la vida parroquial en la Instrucción de la Congregación para el Clero por decisión del Santo Padre: “La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia” del pasado 20 de julio del presente año 2020, a fin de conferir a la parroquia un “sentido misionero” [9] con la implicación de todos los miembros del Pueblo de Dios.
Dejándonos “contagiar por el amor, no por el virus”, como nos invita el Papa, aseguro a los miembros de esta Conferencia Episcopal mi oración para que sus trabajos incentiven la generosidad de los corazones. Distinguiendo el nivel práctico y más inmediato, que avisa la prudente búsqueda de la salud, del nivel más profundo y decisivo que está en el amor, compete a la tarea que Cristo ha dado a los Santos Apóstoles y a sus sucesores, sacar a los hombres de las sombras atávicas que proyecta la experiencia de su vulnerabilidad, a fin de que, siempre consciente de su libertad, no quede a merced de ningún oscuro albur, ni pierda de la mano las riendas confundido en un porvenir incierto. La fe en Cristo, muerto y resucitado, nos da un mensaje comprometido y lleno de esperanza, pues como dice S. Pablo, “para la libertad Cristo nos ha hecho libres” (Gal 5,1).
Que María, Madre de los que sufren, acuda en remedio nuestro y de todos los hombres que luchan por la protección de los más vulnerables y débiles.
Muchas gracias por su amable atención.
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