
La mirada de Dios compasiva y misericordiosa nos sana y nos devuelve a la vida.

Su amor incondicional nos descoloca, tambalea nuestro hábito de juzgar y condenar.

La autoridad del Padre bueno ante el hijo alejado y perdido está en el perdón.

Su ternura de brazos abiertos nos acoge sin hacer preguntas, sin reproches.
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