No es preciso, hijo mío, saber mucho para
agradarme mucho; basta que me ames
mucho. Háblame aquí, sencillamente,
como hablarías al más íntimo de tus
amigos, como hablarías a tu mamá o a
tu hermano. Activa tu fe, estoy delante
de ti. Te oigo. Y te miro como el mejor de
los padres miraría a su hijo muy querido.
Como la mejor de las madres a su hijo
pequeño, por quien daría mil veces su
vida. ¿Crees esto?.
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