Para ejercer en la Iglesia el ministerio sacerdotal es necesario recibir el sacramento del Orden. Este sacramento constituye obispos y presbíteros, para siempre, a los cristianos que han recibido de Dios esta vocación. Los obispos reciben la plenitud del sacerdocio o sacerdocio supremo. El episcopado hace del obispo el signo y el ministro de la unidad de la Iglesia local, en su interior y en la comunión de las Iglesias, expresada por el Colegio Episcopal presidido por el obispo de Roma, el papa. Los presbíteros participan del sacerdocio de Cristo, Cabeza de la Iglesia, y son, por ello, verdaderos sacerdotes que cumplen su ministerio propio como colaboradores de los obispos. Son ungidos colegialmente en torno al pastor de la Diócesis y llamados a ejercer el ministerio de unidad en el ámbito a ellos confiado. También los diáconos reciben el sacramento del Orden. Aunque éstos no son sacerdotes, sí son verdaderos ministros de Cristo y de la Iglesia. El diaconado es signo e instrumento del servicio de la Palabra y de la caridad en la comunidad a la que es enviado. Los tres grados de ordenación -obispos, presbíteros y diáconosconstituyen lo que se llama la Jerarquía de la Iglesia.
El sacramento del Orden se celebra de esta manera: los obispos imponen las manos a los que van a ser ordenados y oran con ellos a Dios para que les envíe al Espíritu Santo a fin de que reciban la consagración necesaria para el ministerio que se les encomienda, y lo ejerzan con fidelidad.
Carta de
Mons. D. Vicente Jiménez Zamora
Arzobispo de Zaragoza
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