Carta del Obispo con motivo de la “visita” de la Virgen de Candelaria a Santa Cruz y La Laguna
«María es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios. La Virgen María, a través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios, comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica» (EG 286).
Sin duda, estas palabras del Papa Francisco, en la Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio”, se cumplen plenamente entre nosotros. En efecto, desde los inicios del cristianismo en Canarias, la Virgen María ha sido fundamental en la evangelización de nuestra tierra. La devoción a la Madre del Señor tiene un gran arraigo en nuestro pueblo. No hay una sola localidad de nuestras islas en la que no se la venere con fe y se hagan fiestas en su honor. Ciertamente, María, es nuestra misionera ayer y hoy, y ha entrado a formar parte de nuestra identidad histórica.
Entre todas las imágenes con las que representamos a la Virgen María, para nosotros adquiere una especial relevancia la de Nuestra Señora de La Candelaria. De ella nos dice el Padre Espinosa, el más antiguo historiador de nuestra patrona:
“La imagen de Nuestra Señora de La Candelaria, fue medio para que los guanches vinieran a la fe evangélica y tuvieron conocimiento del uno y verdadero Dios. Aunque con palabras no divulgó el Evangelio, con su presencia dispuso los ánimos a recibirlo con mucha facilidad y a guardarlo con toda fidelidad y entereza”.
Esto ocurrió con nuestros antepasados guanches y ha continuado sucediendo hasta el día de hoy, a lo largo de los 600 años transcurridos desde que la imagen fue encontrada en la playa de Chimisay, en la costa de Güímar. La devoción a la Virgen María de La Candelaria ha sido – y continúa siendo- un medio privilegiado para llevarnos al conocimiento y seguimiento Cristo. Su nombre y su figura están tan profundamente arraigados en el corazón de los canarios, que la honramos como nuestra Patrona y protectora. Por fe y por sentimiento, Ella es de verdad “nuestra” Señora.
María, nuestra misionera ayer y hoy. Esta afirmación, es una verdad teológica que expresa la acción eficaz de la Virgen María en la misión evangelizadora de la Iglesia. Ella no solo acompaña y alienta a los que predican el Evangelio, sino que también abre los corazones de quienes están llamados a escuchar el mensaje y creer en su Hijo Jesucristo. Además, la vida misma de la Virgen María, -toda ella impregnada de fe, esperanza y caridad- es el Evangelio realizado en su plenitud.
Por eso, acercarse a María y conocerla es recibir el anuncio del Evangelio, no como un discurso o mensaje teórico, sino testimoniado por una mujer que escuchó la Palabra de Dios y la puso en práctica. María, es la mujer que confió totalmente en Dios y le dijo: “Hágase en mí tu voluntad”.
EL MENSAJE DE LA IMAGEN DE NUESTRA SEÑORA DE LA CANDELARIA
Nuestra imagen de la Virgen de La Candelaria, representa un acontecimiento de la vida de Jesús en el participó activamente María, su madre. La imagen, en sí misma, es ya un mensaje, un anuncio del Evangelio y una catequesis que nos explica aspectos fundamentales de nuestra identidad cristiana.
EL NIÑO. En primer lugar, la imagen nos recuerda la Presentación de Jesús en el templo en brazos de su madre, cuarenta días después de su nacimiento. Así, vemos que María lleva recostado en el brazo derecho a su hijo Jesús, un niño como todos los niños, un ser humano, “igual en todo a nosotros, menos en el pecado”. Pero, como leemos en el Evangelio de San Lucas, en aquella ocasión, por boca del anciano Simeón, el Espíritu Santo nos reveló que el niño es el Mesías, el Salvador de todos los pueblos y la Luz que alumbra a las naciones. Es la manera de expresar lo que conocemos como la doble naturaleza de Cristo: “Verdadero Dios y verdadero hombre”.
LA VELA, que María lleva en la mano derecha, nos muestra simbólicamente las palabras de Simeón: que este niño, este hombre nacido de mujer como cualquiera otro hombre, como cualquiera de nosotros, es en sí mismo “la luz del mundo”, es “luz de luz”, fuente de toda luz. La vela, o “candela”, que lleva María nos anuncia a todos la gran verdad que expresamos en el Credo de nuestra fe: «Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre».
EL TÍTULO “VIRGEN MARÍA DE LA CANDELARIA“, procede de la “candela” o vela que la imagen porta en su mano izquierda. Sí, la Virgen de La Candelaria toma su nombre de esa “candela” que, como acabamos de leer, nos explica la identidad del niño que lleva en el otro brazo. Con nuestra imagen de la Virgen de La Candelaria, a ejemplo del salmo 19, podemos decir: Sin que hable, sin que pronuncie, sin que resuene su voz, a todos anuncia el mensaje del evangelio. Ojalá que, por medio de esta venerada imagen, se cumpla también hoy entre nosotros lo que el Padre Espinosa decía de nuestros antepasados: “Fue medio para que los guanches vinieran a la fe evangélica y tuvieron conocimiento del uno y verdadero Dios. Aunque con palabras no divulgó el Evangelio, con su presencia dispuso los ánimos a recibirlo con mucha facilidad y a guardarlo con toda fidelidad y entereza”.
EL AVE, en las manos del Niño, es el símbolo de las tórtolas o pichones que –según el ritual de la época- la madre debía ofrecer al presentar a su hijo en el templo. También puede tener otros significados, entre ellos, la paloma como símbolo del Espíritu que aquí expresa que Jesús fue concebido en el seno de María “por obra del Espíritu Santo”.
LOS ADORNOS DE LA IMAGEN: “Vestida de sol, la luna por pedestal, coronada por doce estrellas”. Estos tres símbolos, que adornan la imagen de Nuestra Señora de la Candelaria, están tomados de la Biblia en el libro del Apocalipsis (cap. 12). “El sol” que rodea la imagen de María con sus rayos de luz, significa que en Ella todo es luz, sin oscuridad ni mancha alguna; es la “llena de gracia”, como la saludó el ángel Gabriel, la que está colmada del amor de Dios. “La luna” que tiene a sus pies, es símbolo de la muerte y de la mortalidad. Aquí significa que María está por encima de la muerte, es decir, está libre de toda sombra de muerte y totalmente llena de vida. La luna bajo sus pies es signo de que María, por una gracia y un privilegio singular de Dios fue llevada al cielo en cuerpo y alma. “Las doce estrellas”, hacen referencia a los doce apóstoles, que son el fundamento sobre el que Cristo fundó el nuevo pueblo de Dios, que es la Iglesia. “Las doce estrellas”, por tanto, nos representan a todos los cristianos que con nuestra fe, vivida en el amor a Dios y al prójimo, somos la “corona de estrellas” de nuestra Madre María. La corona que de verdad honra a la Virgen María no es de oro o plata, sino la de unos hijos que, como ella, siempre y en todo hacen la voluntad de Dios.
“MARÍA, NUESTRA MISIONERA AYER Y HOY”
En nuestro actual Plan de Pastoral, tenemos como objetivo el ser “una Iglesia Diocesana en salida misionera”. Por ello, hemos puesto como lema de la Visita de la Virgen de La Candelaria a Santa Cruz y La Laguna: “María, nuestra misionera ayer y hoy”. Como beneficiarios de su acción misionera queremos darle gracias por ello y, al mismo tiempo, aprender de ella. Estamos insistiendo en que la Iglesia es misionera por naturaleza y que, a ejemplo de María, cada discípulo de Jesucristo tiene una misión. ¿En qué consiste esa misión?
Misión es un término que significa encargo. A quien se le confía una misión se le está haciendo un encargo, o sea, recibe instrucciones de parte de otro sobre una tarea a desarrollar. La misión supone, entonces, una encomienda, un depósito de confianza.
Trasladando este concepto, la Iglesia –y en ella cada cristiano- es la depositaria de la misión de Jesús. ¿Y cuál es la misión de Jesús? Él mismo la define con una sentencia: “Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn. 3, 17). Jesús es consciente que el Padre le ha encargado la misión de salvar al mundo. La Iglesia, continuadora de la misión del Hijo, debe trabajar sin descanso para que la salvación llegue a todos, para que todos conozcan a Cristo, para que todos lo encuentren y puedan disfrutar de su redención salvadora. Esta es la encomienda, el encargo que tenemos. La misión de la Iglesia es expandir el mensaje de salvación que le ha confiado el Señor, la misión de la Iglesia es evangelizar.
Aplicando esto a la Virgen María, podemos decir que “toda su existencia es una misión permanente”. Dios la eligió para hacerse hombre naciendo de ella y María puso su vida a disposición de los planes de Dios en nuestro favor. En la anunciación, María recibe un encargo divino que marcará el destino y la misión de su persona y de su vida. Ella es llamada a tomar parte en el plan querido por Dios. A la voluntad del Padre, María responde con una fe que es a la vez confianza absoluta, entrega total y disponibilidad sin condiciones. María no responde “creo”, sino “hágase”, ya que la fe es ante todo acogida de Dios y de su plan. Dejar hacer a Dios, creyendo que puede realizar lo que promete y, por tanto, consentir en que lo haga.
La misión fundamental que Dios encomienda a María en la historia es acoger y escuchar su palabra; hacerla carne en su vida y ofrecerla al mundo como salvación para todos. Así, cumpliendo la misión encomendada, María es por excelencia la primera discípula misionera, pues, acogió la Palabra en su corazón y en su seno bendito, no sólo para ella, sino para ofrecerla al mundo. “Llevó en su seno el cuerpo de Cristo, pero más aún guardó en su corazón la verdad de Cristo” (San Agustín). Encontrarse con María es encontrarse con el evangelio vivo y sentirse impulsado a vivirlo y a comunicarlo a los demás.
Además, la misión de la Virgen María, no quedó limitada a su existencia histórica hace dos mil años. Como sabemos, en el momento en que Cristo entregaba su vida en la cruz, María vio prolongada su misión al recibir el encargo de ser nuestra Madre. Desde entonces Ella cuida de nosotros, pues, “desde su Asunción a los cielos, acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina, y protege sus pasos hacia la patria celeste, hasta la venida gloriosa del Señor”. Su misión, ayer y hoy, es mostrarnos a Cristo y llevarnos hacia Él.
Como nos recordaba San Juan Pablo II: “Desde hace dos mil años, la Iglesia es la cuna en la que María coloca a Jesús y lo entrega a la adoración y contemplación de todos los pueblos”.
María realiza su acción misionera y nos evangeliza con su propia vida. Una vida en la que podemos comprobar la verdad y la eficacia de la Palabra de Dios. Nos enseña a creer, a acoger, a responder humildemente, generosamente, plenamente la voluntad de Dios. María, también, nos ayuda a ser misioneros para llevar el mensaje a los demás y ayuda a quienes lo escuchan, así colabora activamente para que todos puedan creer y vivir el Evangelio como lo hizo ella.
Virgen María de La Candelaria, Madre de Dios y Madre nuestra, gracias por ser nuestra misionera y mostrarnos a Cristo, la luz del mundo. Ayúdanos para que, acercándonos cada vez más al esplendor de esa luz, crezca nuestra fe y se vayan disipando las tinieblas de nuestra vida.
MARÍA MISIONERA, MODELO PARA NOSOTROS.
Jesús nos dijo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn. 8,12). Los cristianos, gracias a la acción misionera de la Iglesia, hemos recibido esa luz. Como dice San Pablo: «El mismo Dios que dijo, brille la luz del seno de las tinieblas ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para que demos a conocer la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo» (2Cor. 4,6). Es decir, somos iluminados por la luz de Cristo para darlo a conocer a los demás. Esto se ha cumplido plenamente en la Virgen María y es lo que se nos pide a nosotros.
El mismo Cristo nos dice: «Vosotros sois la luz del mundo… No se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt. 5,14-16). No podemos guardarnos la fe para nosotros. San Pablo, consciente de esto, dice de sí mismo: “Porque yo os transmití en primer lugar, lo que también yo recibí”.
Una vez evangelizados hemos de ser evangelizadores. Vivimos tiempos en los que es necesaria una nueva evangelización, nueva en sus métodos, en su ardor, en sus expresiones. Evangelizar no es anunciar una idea, una teoría o una ideología, sino anunciar a una persona, Jesucristo, que nos ama y nos salva y continuamente nos ofrece su voz amiga, que pide entrar en nuestro corazón, en nuestra vida. El mejor y más precioso servicio que los cristianos podemos prestar en este momento a la sociedad es evangelizar.
En nuestra sociedad, junto a las cosas positivas, se perciben situaciones que hacen que muchas personas aparezcan cansadas o desilusionadas ante la aventura de la vida: las desigualdades sociales se agravan y hay un enorme desequilibrio en la distribución de los bienes que son de todos; se suceden los ataques a la vida y a la dignidad de la persona; se debilita la institución familiar; se vive en medio del error, especialmente en el campo moral, en lugar de caminar iluminados por la verdad objetiva; el relativismo moral se impone como norma de conducta; se presenta como legítimo lo que no lo es y el materialismo lo impregna todo; las leyes no siempre favorecen el bien común; se prescinde de Dios, se vive al margen de Dios, sin Dios o, lo que es peor, contra Dios; se presenta la religión como un asunto individual y privado, sin relevancia alguna exterior o social…
Nosotros creemos que, frente a estas y otras situaciones que deterioran el desarrollo integral y armónico de las personas y de la sociedad, el mejor servicio que podemos ofrecer está en la evangelización, en sembrar generosamente la Palabra de Dios. Este debe ser el compromiso más querido y urgente de todo el Pueblo de Dios. Como hicieron los apóstoles en los comienzos de la Iglesia, hemos de “salir a predicar el Evangelio por todas partes”. Es el momento de ir al encuentro de los demás y, con la palabra y el ejemplo, anunciar las maravillas de Dios a los hombres y mujeres, a los jóvenes, los niños, los ancianos, las familias, a quienes han nacido aquí y a quienes nos visitan.
Ser misionero es ser portador de Jesús, llevarlo a los demás, especialmente a los que no le conocen o no lo aceptan o no siguen su ejemplo. María, después de dar el “sí” al plan de Dios, con la Palabra encarnada en su seno y acogida por la fe en su corazón, se pone en camino para visitar y “servir” a su pariente Isabel.
Nos dice el Papa Francisco, “nuestra fe nos hace salir de casa e ir al encuentro de los otros para compartir gozos y alegrías, esperanzas y frustraciones. Nuestra fe, nos saca de casa para visitar al enfermo, al preso, al que llora y alegrarse con las alegrías de los vecinos. Como María, queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad…
Que al hacerlo, les acompañe la protección de la Virgen María, Ntra. Sra. de La Candelaria.
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense
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