En mi carta-saludo, que se ha publicado en el programa de la “Bajada de la Virgen de Guadalupe” del presente año 2018, se puede leer:
«El Arciprestazgo de La Gomera y la Cofradía de Ntra. Sra. de Guadalupe, han puesto como lema para esta Bajada de la Virgen: “Gracias, Madre”. Es una invitación a todos los gomeros, y a quienes se acerquen a la isla para celebrar la Bajada de la Virgen, a dar gracias a María por tantos bienes con los que Dios enriquece nuestra vida y en los cuales ella ha tenido un protagonismo de primer orden. Toda la Bajada, en sí misma, es alabanza y gratitud a la que es “Bendita entre la mujeres”, porque con su fe y obediencia engendró para nosotros al Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor y salvador.
Nadie como ella ha consentido ser instrumento de Dios -dócil y activo- en favor de toda la humanidad. A lo largo de la historia ha sido la mejor compañera de camino de los discípulos de su Hijo. Con su ejemplo, nos guía y estimula a vivir la fe, guardando los mandamientos de Dios y dando testimonio de Jesús. Ella, con su intercesión, nos ayuda a recibir los dones de Dios, a superar las dificultades, a entregarnos al servicio de los demás».
Ahora, que ya tenemos la venerada imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe entre nosotros y durante dos meses –como auténtica misionera- estará recorriendo los caminos de La Gomera y visitando nuestros pueblos, les escribo para animarles a ponernos ante la Morenita de Puntallana y decirle a la Virgen María: “Gracias, Madre”.
“Dar gracias” es una de las grandes expresiones del corazón humano. La gratitud es una actitud del alma que nace en lo más profundo de nuestro ser cuando nos sentimos gratuitamente amados, protegidos, beneficiados… Para “dar gracias” es necesario el reconocimiento del don recibido como un regalo y no como algo que nos merecemos.
El acto de dar gracias, ciertamente, es un impulso interior que brota espontáneamente y se expresa en gestos de alegría y palabras de reconocimiento por el bien recibido. Pero, no es un mero gesto instintivo, fruto de la satisfacción inmediata, ni tampoco una simple muestra de buena educación o algo que se hace por compromiso para quedar bien.
La acción de gracias es un gesto que, o se hace con todo el corazón o no es auténtica gratitud. Y, para hacer algo “con todo el corazón”, es necesario ejercitar el entendimiento, la voluntad y los sentimientos. Es decir, ser consciente del don recibido, querer agradecerlo y expresar la gratitud con amor afectivo y efectivo (no solo con palabras y gestos, sino también con obras).
Si seguimos la recomendación de San Pablo de ser siempre agradecidos (cf. Col. 3,15-17) y de dar gracias en toda ocasión (cf. 5,18), entonces, la “acción de gracias” debe ser una actitud permanente en todos nosotros, porque siempre tenemos algo que agradecer. Para ello, hace falta pararse a pensar, pues, muchas veces no somos conscientes de “todo lo que recibimos” gratuitamente.
Para vivir en esta Bajada de Ntra. Sra. de Guadalupe el lema “Gracias, Madre”, necesitamos reflexionar sobre la grandeza de la Virgen María, sobre aquello que ella nos regala y que le tendríamos que agradecer.
¿Quién es la Virgen María? ¿Qué le tenemos que agradecer? ¿Cómo debemos agradecérselo?
¿QUIÉN ES LA VIRGEN MARÍA?
La Virgen María es, en sí misma, un regalo de Dios para toda la humanidad. Ella es el regalo que tenemos que agradecer. Toda su vida es una “pro-existencia”, es decir una vida para los demás. Dios la eligió para hacerse hombre naciendo de ella y María puso su vida a disposición de los planes de Dios en nuestro favor. Ella es consciente que su valía es fruto de la acción de Dios en ella y así lo dijo al recibir la felicitación de su prima Isabel: “Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi salvador… desde ahora, todas las generaciones me llamarán bienaventurada; porque grandes cosas ha hecho en mí el Poderoso”.
La Virgen María “nos pertenece”. El propio Jesucristo nos la ha regalado como Madre en el momento supremo de la entrega de su vida en la cruz. Ella no es una mujer del pasado que recordamos como un personaje maravilloso. María es una persona viva, que ahora, desde el cielo, continúa cumpliendo su maternal función de cooperadora en el nacimiento y en el desarrollo de la vida cristiana de los discípulos de Cristo. Esta es una verdad que forma parte integrante del misterio de la salvación y de la fe católica.
Es normal que quienes reconocemos a la Virgen como nuestra Madre, nos unamos a Ella para dar gracias a Dios por haber obrado en María cosas grandes para beneficio de toda la humanidad. Pero, también, es necesario recordar que la grandeza de María, teniendo su causa y fundamento en la gracia de Dios, es también el fruto de la continua y generosa correspondencia de su libre voluntad a las mociones del Espíritu Santo. De ahí que, con toda verdad, el pueblo cristiano rinda a María un verdadero culto de alabanza, de gratitud y de amor. La perfecta armonía, que observamos en la Virgen María, entre la gracia divina y la actividad de su naturaleza humana es lo que la ha convertido en la primera y más perfecta discípula de Cristo. Sí, con toda razón le decimos: “Llena eres de gracia”, “bendita tú entre todas las mujeres”.
La fe es la nota más característica de la actitud espiritual de María. Por la fe se abrió a la acción de Dios y permitió que el proyecto de Dios se realizara en ella. Creer no ha sido nunca fácil, ya que siempre implica una renuncia a las medidas propias para aceptar la medida de Dios. Confiar en Dios, como lo hizo la Virgen María, implica renunciar al propio querer y sentir para adherirse de corazón a la voluntad de Dios.
«Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega. En la visita a Isabel, reconoció la obra de Dios en ella y entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él. Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad. Confiada en la providencia de Dios, con su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes. Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario. Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, habiendo guardado todos los recuerdos en su corazón, los transmitió a los apóstoles, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo» (Benedicto XVI).
La fe de María es un testimonio para nosotros, creyentes de hoy, que a veces tenemos la tentación de dividirnos en dos, relegando la fe a la intimidad de la conciencia, a un asunto privado, como se dice ahora. “El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época”. Si fuera así, la fe se convierte es algo accesorio, una cosa insignificante que no afecta al modo de pensar, sentir y actuar; algo separado de la vida cotidiana. Como dice el apóstol Santiago, sería una fe muerta, pues, no se manifiesta en las obras. Sería una vana credulidad, sin incidencia en la vida y que nos cierra la posibilidad de captar lo invisible en lo visible: ver a Dios en todo y verlo todo en Dios.
El Papa Francisco, con su acostumbrada claridad, lo formula así: “Somos cristianos, pero vivimos como paganos”. María es ejemplo eminente de lo contrario. Nos enseña a encarnar la fe en la vida, a hacer que sea ofrenda a Dios todo acontecimiento, grande o pequeño, de nuestra existencia y de la de los demás.
¿QUÉ LE TENEMOS QUE AGRADECER A LA VIRGEN MARÍA?
Cuando nos detenemos a contemplar la vida de la Virgen María, descubrimos en ella a una mujer firme en la fe, pronta a la obediencia, sencilla en la humildad, exultante al proclamar la grandeza del Señor, ardiente en la caridad y el servicio a los demás, fuerte y constante en cumplir su misión, siempre en plena comunión con los sentimientos con su Hijo, sobre todo, cuando sobre la cruz se inmolaba para dar a los hombres una nueva vida. “Tú eres el honor de nuestro pueblo”, le decimos en una oración litúrgica.
En María vemos la grandeza del ser mujer, del ser madre, del ser amiga, compañera, maestra, esposa…, todo ello desde su condición de mujer creyente. Lógicamente, ante una persona así, se despierta en nosotros la admiración y el respecto. Si, además, creemos en la gran influencia que esta mujer, cooperando libremente con los planes de Dios, ha tenido y tiene en nuestra salvación, no podemos menos que tributarle un culto de alabanza, de gratitud y de amor.
La Virgen María -Madre de Dios y Madre nuestra- movida por su gran amor hacia nosotros, sus hijos, y viendo nuestras necesidades, mediante su incesante plegaria ante su Hijo Jesucristo, se convierte -como proclamamos en las letanías- en nuestra abogada, auxilio de los cristianos, consuelo de los afligidos, refugio de los pecadores, salud de los enfermos… Ella nos libra de las tristezas de la vida presente y nos conduce por el camino que nos lleva a las alegrías del cielo.
Cómo no decirle “con alma, corazón y vida”: “Gracias, Madre”.
Así queremos hacerlo en toda la isla de La Gomera durante esta Bajada de Nuestra Señora de Guadalupe de 2018. Ante los beneficios recibidos a lo largo de los siglos, sus hijos gomeros hacen fiesta y se unen a María para dar gracias a Dios que –por medio de ella- nos colma de bienes para la salud del alma y del cuerpo.
Gracias, Madre, por tu fe y obediencia, por tu sí incondicional a la voluntad de Dios.
Gracias, Madre, porque aceptaste engendrar en la tierra al Hijo mismo del Padre, que se hizo hombre para salvarnos a todos.
Gracias, Madre, por acogernos como tus hijos y cuidar de nosotros.
Gracias, Madre, por el testimonio de tu vida, que nos enseña a ser verdaderos cristianos.
Gracias, Madre, porque estimulas nuestra fe, nos muestras a Jesús y nos atraes hacia Él.
Gracias, Madre, porque constantemente intercedes por nosotros ante tú Hijo.
Gracias, Madre, porque nos visitas en nuestra vida familiar para servirnos y colmarnos de alegría como lo hiciste con tu prima Isabel.
Gracias, Madre, por llevarnos en tu corazón y escuchar las súplicas de tus hijos.
Gracias, Madre, porque estás a nuestro lado en nuestras tribulaciones, como estuviste con tu Hijo al pie de la cruz.
Gracias, Madre, por haber dicho siempre “hágase”, en todos los acontecimientos de tu vida, y así cooperaste con tu Hijo en la obra de nuestra salvación.
Gracias, Madre, porque nos consigues consuelo en la tribulación, alivio en la enfermedad y fuerza liberadora contra el pecado.
Gracias, Madre, porque nos enseñas a ser libres siendo “esclavos del Señor”, aceptando la única esclavitud que libera, sin enredarnos en todas las otras esclavitudes que nos atan.
Con toda seguridad, a poco que nos paremos a pensar, cada uno de nosotros puede descubrir en su vida personal y en la de otras personas, muchos motivos para decirle a La Virgen María: “Gracias, Madre”. Hagamos de esta Bajada de la Virgen de Guadalupe una acción de gracias continua a nuestra Madre por tantos bienes recibidos.
¿CÓMO DARLE GRACIAS A LA VIRGEN MARÍA?
Sin duda, con palabras y con gestos. El pueblo cristiano rinde culto de alabanza, de gratitud y de amor a la Virgen María con las oraciones, las celebraciones religiosas, los cantos, las procesiones, etc. Mediante todo ello reconoce y manifiesta la grandeza de la Madre de Dios y Madre nuestra, le suplica en las necesidades y le da gracias por los favores recibidos. A todo esto, se unen también los gestos como, el peregrinar, la ofrenda de flores, los adornos a la imagen de la Virgen, la ofrenda de una joya, los exvotos, las manifestaciones culturales, el folklore, etc.
Ahora bien, todas estas expresiones de culto –por muy hermosas y elocuentes que sean- se quedan a medias, no son verdadera gratitud y alabanza a la Virgen María, si no van unidas a nuestra firme voluntad de honrar a Jesucristo y a la Virgen Santa con la imitación de sus virtudes.
Jesús, al darnos a María como Madre, nos la presenta como el modelo de fe que hay que seguir. Lo normal es que los hijos tengan los mismos sentimientos de sus madres y reflejen en su vida las virtudes que vieron y aprendieron de ella. El ejemplo arrastra. “De tal palo, tal astilla”, dice el refrán popular. Nuestro amor y gratitud a la Virgen María no se puede quedar en las palabras y gestos. No debemos caer en aquel absurdo que ya denunció Jesucristo: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.
Nos enseña el Concilio Vaticano II: “Recuerden, pues, los fieles que la verdadera devoción a María no consiste ni en un estéril y transitorio sentimentalismo, ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, que nos lleva a reconocer la excelencia de la Madre de Dios y nos inclina a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes”. No debemos olvidar que “la finalidad última del culto a la bienaventurada Virgen María es glorificar a Dios y empeñar a los cristianos en una vida absolutamente conforme a su voluntad” (Pablo VI).
Como a la mujer del Evangelio que, a voz en grito, le dijo a Jesús “Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron” también a nosotros, que emocionados y agradecidos, gritamos ¡Viva la Virgen de Guadalupe! Cristo nos dice: “Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”. Es decir, nos pide que vivamos según los mandamientos de Dios, pues, “no todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.
La Virgen María es la figura ejemplar para todo creyente porque no se contentó con decir “Señor, Señor”, sino que hizo siempre, y en todo, la voluntad de Dios. Ella es modelo perfecto de amor a Dios y al prójimo, modelo de lo que significa unir la fe y la vida. En ella podemos admirar, también, el ejemplo de cómo cumplir -con humildad y generosidad-, la misión que Dios confía a cada uno en este mundo en orden a la salvación propia y la del prójimo.
A lo largo de dos meses la imagen de la Virgen de Guadalupe se acercará a todas las parroquias de la Gomera. Tenemos la oportunidad de meditar todo esto y así, fijándonos en María y apoyándonos en su intercesión, podremos avanzar hacia un más pleno cumplimiento de la voluntad de Dios en nuestra vida. Para vencer el pecado y crecer en santidad debemos levantar los ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad cristiana como modelo de virtudes. Así, nuestro “Gracias, Madre”, será completo y colmará de satisfacción a nuestra Madre, representada en la “Morenita de Puntallana”.
En esto de imitarla, también ella nos ayuda. De todo corazón desea que, por la fe en Dios, seamos dichosos como ella. Por eso le suplicamos: Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo, y como tú.
Que les acompañe siempre la protección de la Virgen María, Nuestra Señora de Guadalupe.
† Bernardo Álvarez Afonso
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