El Papa Benedicto XVI, en su encíclica “Spe salvi” sobre la esperanza cristiana, también recoge esta experiencia: “A lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su vida. A veces puede parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra. En la juventud puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su vida. Sin embargo, cuando estas esperanzas se cumplen, se ve claramente que esto, en realidad, no lo era todo. Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá” (30).
Y el Papa Benedicto apunta directamente a la razón de esa insatisfacción: “quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida. La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando «hasta el extremo»” (27). La gran esperanza sólo puede ser Dios, de ahí que cuando nos apartamos de Él, o vivimos como si Él no existiera, la consecuencia es que nada ni nadie podrá llenar de verdad nuestra vida, por muy humanamente dichosa que sea.
De ahí las palabras de Jesús en el Evangelio: aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes. Ya sean bienes materiales o inmateriales, nuestra vida necesita un fundamento verdaderamente sólido, y éste sólo puede ser Dios.
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