Soy Gabriel Morales. Hace ya un buen número de años que soy capellán en el Hospital de Nuestra Señora de La Candelaria. Lo que estamos viviendo estos días es un reto inédito. Uno trata de escuchar, llevar consuelo, acompañar, orar, dentro de los límites que las medidas de protección nos imponen.
En estos momentos duros y difíciles debido a esta pandemia del Covid-19, en el Hospital, como pueden imaginar, lo vivimos de una manera mucho más tácita. El silencio, a veces la lejanía, el miedo, la tensión se respira por doquier.
Sin embargo, con todo y a pesar de todo, hay esperanza. Se pone lo mejor de uno mismo, del servicio médico, enfermería, auxiliares, celadores, lavandería, cocina…. Todos ponemos lo mejor de nosotros mismos para que esta pandemia se termine.
Es verdad que no solo está sufriendo el enfermo del coronavirus, sino todos los pacientes que están ingresados, ya que sus familias no los pueden visitar. Las situaciones, a veces, límites se hacen palpables. En todo el recinto hay más silencio, mucha soledad, quizá miedo. Pero la entrega de todo el personal impresiona, edifica.
Por ello, con todo, resurge la esperanza de que esta dura situación se va a terminar, de que todo es posible.
Ponemos todos los medios, como señalé, lo mejor de nosotros mismo, nuestro tiempo, nuestro amor, nuestra entrega para que superemos esta situación de una vez por todas. La fe, en estos momentos, también nos fortalece interiormente y nos ayuda a prestar el mejor servicio. Cuando  celebro solo y a puerta cerrada en la capilla, tengo presente a todos los difuntos del Covid-19, a los ingresados, a todos los que aquí trabajan, a las familias que viven esta penosa situación. Pido para ellos aliento, fortaleza, salud, fe, acierto en sus decisiones complejas no pocas veces. Sé que Jesús está aquí y con ellos. Con nosotros.
Así, ante la imagen de la Virgen de Candelaria desahogo mis afanes y penas para volver, con ánimo renovado, al servicio de capellán de hospital en tiempos de pandemia.