ACTUALIDAD

domingo, 31 de mayo de 2020

«Pediremos al Señor que nos haga salir de los miedos que nos paralizan»


El domingo 31 de mayo celebramos la Solemnidad de Pentecostés y el día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. Este año se sitúa «en continuidad con el Congreso de Laicos, en el que hemos sentido la llamada a vivir como Iglesia un renovado Pentecostés».
FUENTE: DIÓCESIS DE MÁLAGA. 
«Celebraremos que Jesús, que nos ha enviado como testigos suyos, permanece con nosotros en la tarea evangelizadora, fortaleciéndonos y guiándonos con su mismo Espíritu. De Él esperamos que en la Iglesia de nuestros días pueda vivirse “un renovado Pentecostés”. Así lo anuncia el lema de esta jornada, en el cual resuena el eco del Congreso “Pueblo de Dios en salida”», afirma el sacerdote Francisco Castro, delegado de Apostolado Seglar. 
En la Eucaristía de las 11.30 horas del domingo 31 de mayo, en la Catedral, se visibilizará «la comunión de las muchas asociaciones eclesiales que enriquecen nuestra Iglesia de Málaga. Este año no podemos animar a una participación numerosa, debido a las limitaciones de aforo. En cualquier caso, si, representando a vuestra asociación, deseáis participar en esa Eucaristía, nos piden que lleguemos con suficiente antelación y provistos de los elementos de protección habituales (mascarilla y guantes)», explica el delegado. 
Este año tampoco será posible celebrar el Encuentro Diocesano de Apostolado Seglar, que se venía organizando con mucho cariño y empeño, «bajo el lema “Sal en la noche”, una verdadera fiesta del apostolado seglar en Málaga. El proyecto y los primeros preparativos quedan ahí, para retomarlos en cuanto sea posible, D. m., el próximo curso», añade Francisco Castro. 
Y es que, «este año, Pentecostés nos hará revivir la experiencia de los primeros discípulos que, estando con las puertas cerradas, recibieron el soplo de lo alto. Este les hizo salir con valentía para anunciar a todos la alegría de la resurrección. También nosotros empezamos a salir de una situación que nos ha mantenido físicamente encerrados y que sigue preocupando y afectando a toda la sociedad. Todos tenemos en el corazón a quienes han sufrido y siguen sufriendo las consecuencias de la terrible epidemia del coronavirus, a las personas y las familias que han visto cambiados sus proyectos y sienten la amenaza del paro. Juntos pediremos al Señor que nos haga salir de los miedos que nos paralizan, de las clausuras que no nos permiten vivir como hermanos y de todo lo que nos impida manifestar, con obras y palabras, el amor desbordante de Dios por nosotros. Son muchos los que esperan signos de la misericordia. Os animamos a vivir con hondura esta fiesta de la Iglesia en vuestras comunidades parroquiales, acompañándola quizá con algún gesto sencillo que manifieste el envío del Señor y nuestro compromiso por testimoniar y anunciar la alegría del Evangelio».
Para preparar la celebración
Los obispos de la Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida han publicado un mensaje para esta fiesta, en el que recuerdan, en primer lugar, a todas las personas que están sufriendo en este tiempo, y en segundo lugar, lo vivido en el Congreso de Laicos, Pueblo de Dios en salida; y animan a «dar continuidad a este sueño, a este anhelo de trabajar como Pueblo de Dios, valorando la vocación laical y lo que aporta a nuestra Iglesia en el momento actual. Se trata de redescubrir la importancia del sacramento del bautismo, como fuente de donde brotan los diversos carismas para la comunión y la misión». 
Y es que, «tras el camino recorrido en las fases precongresual y congresual, hemos identificado cuatro itinerarios (primer anuncio, acompañamiento, procesos formativos y presencia en la vida pública) que serán los hitos que habremos de desarrollar en los próximos años en la pastoral con el laicado y, concretamente, desde las Delegaciones de Apostolado Seglar, los Movimientos y Asociaciones. Además, el sueño de un renovado Pentecostés en nuestra Iglesia española se irá haciendo realidad en la medida en que incorporemos en todas nuestras acciones un estilo de trabajo pastoral que venga marcado por dos ejes transversales: la sinodalidad y el discernimiento», añaden. 
Además del mensaje, que pueden leer íntegramente aquí, desde la Comisión han preparado una Catequesis para niños y jóvenes y otra para adultos, que pueden consultar y descargar. Son un medio para, desde una actitud de conversión, renovar ese Pentecostés en el que «el Espíritu hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua» (EG, n. 259).
Iglesia en Salida en Málaga
Este día es también una buena oportunidad para conocer un poco mejor la riqueza de movimientos, instituciones y asociaciones laicales que son Iglesia en Salida en nuestra diócesis de Málaga, desde diversos carismas y ámbitos, y que estamos publicando en los medios diocesanos desde hace un año. 

Encarni Llamas Fortes

Encarni Llamas Fortes es esposa y madre de tres hijos. Periodista que desarrolla su labor profesional en la Delegación de Medios de Comunicación de la Diócesis de Málaga. Es Bachiller en Ciencias Religiosas por el ISCR San Pablo y está realizando el Máster de Pastoral Familiar del Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II.

Carta del Papa Francisco a los sacerdotes de Roma por Pentecostés

El Papa Francisco. Foto: Vatican Media
El Papa Francisco. Foto: Vatican Media
Fuente: Aciprensa.
El Papa Francisco envió a los sacerdotes de la Diócesis de Roma, de la que es Obispos, una carta con motivo de la Solemnidad de Pentecostés mediante la cual quiere hacerse cercano a cada uno de ellos en un momento en el que todavía duran las consecuencias de la pandemia causada por el coronavirus que tanto sufrimiento ha causado, y todavía causa, en tantas personas.
A continuación, el texto completo de la carta del Papa Francisco:
Queridos hermanos:
En este tiempo pascual pensaba encontrarlos y celebrar juntos la Misa Crismal. Al no ser posible una celebración de carácter diocesano, les escribo esta carta. La nueva fase que comenzamos nos pide sabiduría, previsión y cuidado común de manera que todos los esfuerzos y sacrificios hasta ahora realizados no sean en vano.
Durante este tiempo de pandemia muchos de ustedes me compartieron, por correo electrónico o teléfono, lo que significaba esta imprevista y desconcertante situación. Así, sin poder salir y tomar contacto directo, me permitieron conocer “de primera mano” lo que vivían.
Este intercambio alimentó mi oración, en muchas situaciones para agradecer el testimonio valiente y generoso que recibía de ustedes; en otras, era la súplica y la intercesión confiada en el Señor que siempre tiende su mano (cf. Mt 14,31).
Si bien era necesario mantener el distanciamiento social, esto no impidió reforzar el sentido de pertenencia, de comunión y de misión que nos ayudó a que la caridad, principalmente con aquellas personas y comunidades más desamparadas, no fuera puesta en cuarentena. Pude constatar, en esos diálogos sinceros, cómo la necesaria distancia no era sinónimo de repliegue o ensimismamiento que anestesia, adormenta o apaga la misión.
Animado por estos intercambios, les escribo porque quiero estar más cerca de ustedes para acompañar, compartir y confirmar vuestro camino. La esperanza también depende de nosotros y exige que nos ayudemos a mantenerla viva y operante; esa esperanza contagiosa que se nutre y fortalece en el encuentro con los demás y que, como don y tarea, se nos regala para construir esa nueva “normalidad” que tanto deseamos.
Les escribo mirando a la primera comunidad apostólica que también vivió momentos de confinamiento, aislamiento, miedo e incertidumbre. Pasaron cincuenta días entre la inamovilidad, el encierro y el anuncio incipiente que cambiaría para siempre sus vidas. Los discípulos, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban por temor, fueron sorprendidos por Jesús que «poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”.
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes!” Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban al Espíritu Santo”» (Jn 20,19-22). ¡Que también nosotros nos dejemos sorprender!
«Estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor» (Jn 20,19). Hoy, como ayer, sentimos que «el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo y no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón» (Const. past. Gaudium et spes, 1).
¡Cuánto sabemos de esto! Todos hemos oído los números y porcentajes que día a día nos asaltaban y palpamos el dolor de nuestro pueblo. Lo que llegaba no eran datos lejanos: las estadísticas tenían nombres, rostros, historias compartidas. Como comunidad presbiteral no fuimos ajenos ni balconeamos esta realidad y, empapados por la tormenta que golpea, ustedes se las ingeniaron para estar presentes y acompañar a vuestras comunidades: vieron venir el lobo y no huyeron ni abandonaron el rebaño (cf. Jn 10,12-13).
Sufrimos la pérdida repentina de familiares, vecinos, amigos, parroquianos, confesores, referentes de nuestra fe. Pudimos mirar el rostro desconsolado de quienes no pudieron acompañar y despedirse de los suyos en sus últimas horas. Vimos el sufrimiento y la impotencia de los trabajadores de la salud que, extenuados, se desgastaban en interminables jornadas de trabajo preocupados por atender tantas demandas.
Todos sentimos la inseguridad y el miedo de trabajadores y voluntarios que se expusieron diariamente para que los servicios esenciales fueran mantenidos; y también para acompañar y cuidar a quienes, por su exclusión y vulnerabilidad, sufrían aún más las consecuencias de esta pandemia.
Escuchamos y vimos las dificultades y aprietos del confinamiento social: la soledad y el aislamiento principalmente de los ancianos; la ansiedad, la angustia y la sensación de desprotección ante la incertidumbre laboral y habitacional; la violencia y el desgaste en las relaciones. El miedo ancestral a contaminarse volvía a golpear con fuerza. Compartimos también las angustiantes preocupaciones de familias enteras que no saben cómo enfrentarán “la olla” la próxima semana.
Estuvimos en contacto con nuestra propia vulnerabilidad e impotencia. Como el horno pone a prueba los vasos del alfarero, así fuimos probados (cf. Si 27,5). Zarandeados por todo lo que sucede, palpamos de forma exponencial la precariedad de nuestras vidas y compromisos apostólicos.
Lo imprevisible de la situación dejó al descubierto nuestra incapacidad para convivir y confrontarnos con lo desconocido, con lo que no podemos gobernar ni controlar y, como todos, nos sentimos confundidos, asustados, desprotegidos. También vivimos ese sano y necesario enojo que nos impulsa a no bajar los brazos contra las injusticias y nos recuerda que fuimos soñados para la Vida.
Al igual que Nicodemo, en la noche, sorprendidos porque «el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va», nos preguntamos: «¿Cómo puede suceder eso?»; y Jesús nos respondió: «¿Tú eres maestro en Israel, y no lo entiendes?» (cf. Jn 3,8-10).
La complejidad de lo que se debía enfrentar no aceptaba respuestas casuísticas ni de manual; pedía mucho más que fáciles exhortaciones o discursos edificantes incapaces de arraigar y asumir conscientemente todo lo que nos reclamaba la vida concreta.
El dolor de nuestro pueblo nos dolía, sus incertidumbres nos golpeaban, nuestra fragilidad común nos despojaba de toda falsa complacencia idealista o espiritualista, así como de todo intento de fuga puritana. Nadie es ajeno a todo lo que sucede. Podemos decir que vivimos comunitariamente la hora del llanto del Señor: lloramos ante la tumba del amigo Lázaro (cf. Jn 11,35), ante la cerrazón de su pueblo (cf. Lc 13,14; 19,41), en la noche oscura de Getsemaní (cf. Mc 14,32-42; Lc 22,44).
Es la hora también del llanto del discípulo ante el misterio de la Cruz y del mal que afecta a tantos inocentes. Es el llanto amargo de Pedro ante la negación (cf. Lc 22,62), el de María Magdalena ante el sepulcro (cf. Jn 20,11).
Sabemos que en tales circunstancias no es fácil encontrar el camino a seguir, ni tampoco faltarán las voces que dirán todo lo que se podría haber hecho ante esta realidad altamente desconocida. Nuestros modos habituales de relacionarnos, organizar, celebrar, rezar, convocar e incluso afrontar los conflictos fueron alterados y cuestionados por una presencia invisible que transformó nuestra cotidianeidad en desdicha.
No se trata solamente de un hecho individual, familiar, de un determinado grupo social o de un país. Las características del virus hacen que las lógicas con las que estábamos acostumbrados a dividir o clasificar la realidad desaparezcan. La pandemia no conoce de adjetivos ni fronteras y nadie puede pensar en arreglárselas solo. Todos estamos afectados e implicados.
La narrativa de una sociedad profiláctica, imperturbable y siempre dispuesta al consumo indefinido fue puesta en cuestión develando la falta de inmunidad cultural y espiritual ante los conflictos. Un sinfín de nuevos y viejos interrogantes y problemáticas —que muchas regiones creían superados o los consideraban cosas del pasado— coparon el horizonte y la atención.
Preguntas que no se responderán simplemente con la reapertura de las distintas actividades, sino que será imprescindible desarrollar una escucha atenta, pero esperanzadora, serena pero tenaz, constante pero no ansiosa que pueda preparar y allanar los caminos que el Señor nos invite a transitar (cf. Mc 1,2-3).
Sabemos que de la tribulación y de las experiencias dolorosas no se sale igual. Tenemos que velar y estar atentos. El mismo Señor, en su hora crucial, rezó por esto: «No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno» (Jn 17,15).
Expuestos y afectados personal y comunitariamente en nuestra vulnerabilidad y fragilidad y en nuestras limitaciones corremos el grave riesgo de replegarnos y quedar “mordisqueando” la desolación que la pandemia nos presenta, así como exacerbarnos en un optimismo ilimitado incapaz de asumir la magnitud de los acontecimientos (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 226-228).
Las horas de tribulación ponen en juego nuestra capacidad de discernimiento para descubrir cuáles son las tentaciones que amenazan atraparnos en una atmósfera de desconcierto y confusión, para luego hacernos caer en derroteros que impedirán a nuestras comunidades promover la vida nueva que el Señor Resucitado nos quiere regalar. Son varias las tentaciones, propias de este tiempo, que pueden enceguecernos y hacernos cultivar ciertos sentimientos y actitudes que no dejan que la esperanza impulse nuestra creatividad, nuestro ingenio y nuestra capacidad de respuesta.
Desde querer asumir honestamente la gravedad de la situación, pero tratar de resolverla solamente con actividades sustitutivas o paliativas a la espera de que todo vuelva a “la normalidad”, ignorando las heridas profundas y la cantidad de caídos del tiempo presente; hasta quedar sumergidos en cierta nostalgia paralizante del pasado cercano que nos hace decir “ya nada será lo mismo” y nos incapacita para convocar a otros a soñar y elaborar nuevos caminos y estilos de vida.
«Llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes!”» (Jn 20,19-20).
El Señor no eligió ni buscó una situación ideal para irrumpir en la vida de sus discípulos. Ciertamente, nos hubiera gustado que todo lo sucedido no hubiera pasado, pero pasó; y como los discípulos de Emaús, también podemos quedarnos murmurando entristecidos por el camino (cf. Lc 24,13-21).
Presentándose en el cenáculo con las puertas cerradas, en medio del confinamiento, el miedo y la inseguridad que vivían, el Señor fue capaz de alterar toda lógica y regalarles un nuevo sentido a la historia y a los acontecimientos. Todo tiempo vale para el anuncio de la paz, ninguna circunstancia está privada de su gracia.
Su presencia en medio del confinamiento y de forzadas ausencias anuncia, para los discípulos de ayer como para nosotros hoy, un nuevo día capaz de cuestionar la inamovilidad y la resignación, y de movilizar todos los dones al servicio de la comunidad. Con su presencia, el confinamiento se volvía fecundo gestando la nueva comunidad apostólica.
Digámoslo confiados y sin miedo: «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20). No le tengamos miedo a los escenarios complejos que habitamos porque allí, en medio nuestro, está el Señor; Dios siempre ha hecho el milagro de engendrar buenos frutos (cf. Jn 15,5). La alegría cristiana nace precisamente de esta certeza.
En medio de las contradicciones y de lo incomprensible que a diario debemos enfrentar, inundados y hasta aturdidos de tantas palabras y conexiones, se esconde esa voz del Resucitado que nos dice: «¡La paz esté con ustedes!».
Reconforta tomar el Evangelio y contemplar a Jesús en medio de su pueblo asumiendo y abrazando la vida y las personas tal como se presentan. Sus gestos le dan vida al hermoso canto de María: «Dispersa a los soberbios de corazón; derriba a los poderosos de su trono y enaltece a los humildes» (Lc 1,51-52).
Él mismo ofreció sus manos y su costado llagado como camino de resurrección. No esconde ni disfraza o disimula las llagas; es más, invita a Tomás a hacer la prueba de cómo un costado herido puede ser fuente de Vida en abundancia (cf. Jn 20,27-29).
En reiteradas ocasiones, como acompañante espiritual, pude ser testigo de que «la persona que ve las cosas como realmente son y que se deja traspasar por el dolor y llora en su corazón, es capaz de tocar las profundidades de la vida y de ser auténticamente feliz.
Esa persona es consolada, pero con el consuelo de Jesús y no con el del mundo. Y de ese modo se anima a compartir el sufrimiento ajeno y a no escapar de las situaciones dolorosas. De ese modo se da cuenta de que la vida tiene sentido socorriendo al otro en su dolor, comprendiendo la angustia ajena, aliviando a los demás.
Esa persona siente que el otro es carne de su carne, no teme acercarse hasta tocar su herida, se compadece y experimenta que las distancias se borran. Así es posible acoger aquella exhortación de san Pablo: “Lloren con los que lloran” (Rm 12,15). Saber llorar con los demás, esto es santidad» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 76).
«“Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban al Espíritu Santo”» (Jn 20,22).
Queridos hermanos: Como comunidad presbiteral estamos llamados a anunciar y profetizar el futuro como el centinela que anuncia la aurora que trae un nuevo día (cf. Is 21,11); o será algo nuevo o será más, mucho más y peor de lo mismo.
La Resurrección no es sólo un acontecimiento histórico del pasado para recordar y celebrar; es más, mucho más: es el anuncio de salvación de un tiempo nuevo que resuena y ya irrumpe hoy: «Ya está germinando, ¿no se dan cuenta?» (Is 43,19); es el porvenir que el Señor nos invita a construir. La fe nos permite una realista y creativa imaginación capaz de abandonar la lógica de la repetición, sustitución o conservación; nos invita a instaurar un tiempo siempre nuevo: el tiempo del Señor.
Si una presencia invisible, silenciosa, expansiva y viral nos cuestionó y trastornó, dejemos que sea esa otra Presencia discreta, respetuosa y no invasiva la que nos vuelva a llamar y nos enseñe a no tener miedo de enfrentar la realidad.
Si una presencia intangible fue capaz de alterar y revertir las prioridades y las aparentes e inamovibles agendas globales que tanto asfixian y devastan a nuestras comunidades y a nuestra hermana tierra, no tengamos miedo de que sea la presencia del Resucitado la que nos trace el camino, abra horizontes y nos dé el coraje para vivir este momento histórico y singular.
Un puñado de hombres temerosos fue capaz de iniciar una corriente nueva, anuncio vivo del Dios con nosotros. ¡No teman! «La fuerza del testimonio de los santos está en vivir las bienaventuranzas y el protocolo del juicio final» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 109).
Dejemos que nos sorprenda una vez más el Resucitado. Que sea Él desde su costado herido, signo de lo dura e injusta que se vuelve la realidad, quien nos impulse a no darle la espalda a la dura y difícil realidad de nuestros hermanos.
Que sea Él quien nos enseñe a acompañar, cuidar y vendar las heridas de nuestro pueblo, no con temor sino con la audacia y el derroche evangélico de la multiplicación de los panes (cf. Mt 14,13-21); con la valentía, premura y responsabilidad del samaritano (cf. Lc 10,33-35); con la alegría y la fiesta del pastor por su oveja perdida y encontrada (cf. Lc 15,4-6); con el abrazo reconciliador del padre que sabe de perdón (cf. Lc 15,20); con la piedad, delicadeza y ternura de María en Betania (cf. Jn 12,1-3); con la mansedumbre, paciencia e inteligencia del discípulo del Señor (cf. Mt 10,16-23).
Que sean las manos llagadas del Resucitado las que consuelen nuestras tristezas, pongan de pie nuestra esperanza y nos impulsen a buscar el Reino de Dios más allá de nuestros refugios convencionales.
Dejémonos sorprender también por nuestro pueblo fiel y sencillo, tantas veces probado y lacerado, pero también visitado por la misericordia del Señor. Que ese pueblo nos enseñe a moldear y templar nuestro corazón de pastor con la mansedumbre y la compasión, con la humildad y la magnanimidad del aguante activo, solidario, paciente pero valiente, que no se desentiende, sino que desmiente y desenmascara todo escepticismo y fatalidad.
¡Cuánto para aprender de la reciedumbre del Pueblo fiel de Dios que siempre encuentra el camino para socorrer y acompañar al que está caído! La Resurrección es el anuncio de que las cosas pueden cambiar. Dejemos que sea la Pascua, que no conoce fronteras, la que nos lleve creativamente a esos lugares donde la esperanza y la vida están en lucha, donde el sufrimiento y el dolor se vuelven espacio propicio para la corrupción y la especulación, donde la agresión y la violencia parecen ser la única salida.
Como sacerdotes, hijos y miembros de un pueblo sacerdotal, nos toca asumir la responsabilidad por el futuro y proyectarlo como hermanos. Pongamos en las manos llagadas del Señor, como ofrenda santa, nuestra propia fragilidad, la fragilidad de nuestro pueblo, la de la humanidad entera.
El Señor es quien nos transforma, quien nos trata como el pan, toma nuestra vida en sus manos, nos bendice, parte y comparte, y nos entrega a su pueblo. Y con humildad dejémonos ungir por esas palabras de Pablo para que se propaguen como óleo perfumado por los distintos rincones de nuestra ciudad y despierten así la discreta esperanza que muchos —silenciosamente— albergan en su corazón: «Atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados.
Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Co 4,8-10). Participamos con Jesús de su pasión, nuestra pasión, para vivir también con Él la fuerza de la resurrección: certeza del amor de Dios capaz de movilizar las entrañas y salir al cruce de los caminos para compartir “la Buena Noticia con los pobres, para anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (cf. Lc 4,18-19), con la alegría de que todos ellos pueden participar activamente con su dignidad de hijos del Dios vivo.
Todas estas cosas que pensé y sentí durante este tiempo de pandemia quiero compartirlas fraternalmente con ustedes para ayudarnos en el camino de la alabanza al Señor y del servicio a los hermanos. Deseo que a todos nos sirvan para “más amar y servir”.
Que el Señor Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Y, por favor, les pido que no se olviden de rezar por mí.
Fraternalmente,
FRANCISCO

Esta es la oración al Espíritu Santo que el Papa invitó a rezar en Pentecostés 2020


Celebración de la Solemnidad de Pentecostés en el Vaticano. Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa / Vatican Pool
Celebración de la Solemnidad de Pentecostés en el Vaticano. Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa / Vatican Pool
Al finalizar su homilía en la Misa de la Solemnidad de Pentecostés, celebrada este domingo 31 de mayo en la Basílica de San Pedro del Vaticano, el Papa Francisco propuso una oración para rezar al Espíritu Santo y pedirle que reavive “en nosotros el recuerdo del don recibido”.
A continuación, la oración propuesta por el Papa Francisco:
“Espíritu Santo, memoria de Dios, reaviva en nosotros el recuerdo del don recibido. Líbranos de la parálisis del egoísmo y enciende en nosotros el deseo de servir, de hacer el bien. Porque peor que esta crisis, es solamente el drama de desaprovecharla, encerrándonos en nosotros mismos”.
“Ven, Espíritu Santo, Tú que eres armonía, haznos constructores de unidad; Tú que siempre te das, concédenos la valentía de salir de nosotros mismos, de amarnos y ayudarnos, para llegar a ser una sola familia. Amén”.

La Visitación


Fiesta Litúrgica, 31 de mayo


Por: P. Ángel Amo. | Fuente: Catholic.net



Fiesta Litúrgica

Fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María, con motivo de su viaje al encuentro de su prima Isabel, que estaba embarazada de un hijo en su ancianidad, y a la que saludó. Al encontrarse gozosas las dos futuras madres, el Redentor que venía al mundo santificó a su precursor, que aún estaba en el seno de Isabel, y al responder María al saludo de su prima, exultante de gozo en el Espíritu Santo, glorificó a Dios con el cántico de alabanza del Magníficat.


Después del anuncio del ángel, María se pone en camino (“de prisa” dice san Lucas) para ir a visitar a su parienta Isabel y prestarle un servicio. Uniéndose probablemente a una caravana de peregrinos que se dirigen a Jerusalén, atraviesa la Samaría y llega a Ain-Karim (en Judea), en donde vive la familia de Zacarías.

Es fácil imaginar los sentimientos que invadían su espíritu al meditar el misterio que le había anunciado el ángel. Son sentimientos de humilde agradecimiento con la grandeza y bondad de Dios, que María expresará en su encuentro con la prima con el himno del Magnificat, la expresión del amor jubiloso “que canta y alaba al amado” (san Bernardino de Siena): “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija...”.

La presencia del Verbo encarnado en María es causa de gracia para Isabel, que, inspirada, descubre los grandes misterios que se han obrado en la joven prima, su dignidad de Madre de Dios, su fe en la palabra divina y la santificación del precursor, que salta de alegría en el seno de la madre. María se queda con Isabel haste el nacimiento de Juan Bautista, esperando probablemente ocho días más para el rito de la imposición del nombre. Aceptando este cómputo del período transcurrido con la parienta Isabel, la fiesta de la Visitación, de origen franciscano (los frailes Menores la celebraban ya en el 1263), se celebraba el 2 de julio, es decir, al final de la visita de María. Hubiera sido más lógico colocarlo después del 25 de marzo, fiesta de la Anunciación, pero se quiso evitar que cayera en el período cuaresmal.


Después el papa Urbano VI extendió la fiesta a toda la Iglesia latina para pedir por intercesión de María la paz y la unidad de los cristianos divididos por el gran cisma de Occidente. El sínodo de Basilea, en la sesión del 1 de julio de 1441, confirmó la festividad de la Visitación, que al principio no habían aceptado los Estados que estaban de parse del antipapa.

El actual calendario litúrgico, sin tener en cuenta la cronología según la narración evangélica, abandonó la fecha tradicional del 2 de julio (antiguamente la Visitación se conmemoraba también en otras fechas) y estableció la memoria para el último día de mayo.

El Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad


El Papa en su homilía en la Misa en la Solemnidad de Pentecostés.


Por: Patricia Ynestroza | Fuente: Vatican News



“«Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu», escribe el apóstol Pablo a los corintios; y continúa diciendo: «Hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios». Diversidad-unidad: San Pablo insiste en juntar dos palabras que parecen contraponerse. Quiere indicarnos que el Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad; y que la Iglesia nació así: nosotros, diversos, unidos por el Espíritu Santo”.
Con estas palabras, el Papa Francisco explicó en la homilía, en la misa por la celebración de la Solemnidad de Pentecostés, que así como los apóstoles eran diversos entre ellos, sin embargo formaron “un solo pueblo: el pueblo de Dios, plasmado por el Espíritu, que entreteje la unidad con nuestra diversidad, y da armonía, porque el Espíritu, es armonía, dijo el Papa. El Espíritu es la unidad que reúne a la diversidad. Jesús no cambió a los apóstoles, no los uniformó, ni convirtió en ejemplares producidos en serie. Jesús dejó las diferencias que caracterizaban a cada uno de ellos: los pescadores, quien era gente sencilla, quien recaudador de impuestos.
Había dejado sus diferencias y, ahora, expresó Francisco, ungiéndolos con el Espíritu Santo, los une. La unión se realiza con la unción. En Pentecostés los Apóstoles comprendieron la fuerza unificadora del Espíritu.
Alcanzar la unidad por el Espíritu Santo
Y hoy día, se preguntó el Santo Padre, nosotros en medio de nuestras diferencias: de opinión, de elección, de sensibilidad. El Papa nos pide que no caigamos en la tentación de querer defender a capa y espada las propias ideas, considerándolas válidas para todos, y en llevarnos  bien sólo con aquellos que piensan igual que nosotros. Esta es una fe, manifestó, construida a nuestra imagen y no es lo que el Espíritu quiere. La humanidad, dentro de las diferencias, alcanza la unidad por el Espíritu Santo, porque, como dijo Francisco, el Espíritu Santo nos recuerda que, ante todo, somos hijos amados de Dios.
“El Espíritu desciende sobre nosotros, a pesar de todas nuestras diferencias y miserias, para manifestarnos que tenemos un solo Señor, Jesús, y un solo Padre, y que por esta razón somos hermanos y hermanas. Empecemos de nuevo desde aquí, miremos a la Iglesia como la mira el Espíritu, no como la mira el mundo”.


El secreto de la unidad: donarse
La mirada mundana, dijo el Pontífice, ve estructuras que hay que hacer más eficientes; la mirada espiritual ve hermanos y hermanas mendigos de misericordia. El Espíritu nos ama y conoce el lugar que cada uno tiene en el conjunto: para Él no somos confeti llevado por el viento, sino teselas irremplazables de su mosaico. El día de Pentecostés, en la primera obra de la Iglesia: el anuncio, los Apóstoles salen a proclamar el Evangelio, sin ninguna estrategia ni plan pastoral. Se lanzan, dijo el Papa, corriendo riesgos, poco preparados, salen con el solo deseo que les anima: dar lo que han recibido. Porque es ese el secreto de la unidad, y del Espíritu, donarse.
“Porque Él es don, vive donándose a sí mismo y de esta manera nos mantiene unidos, haciéndonos partícipes del mismo don. Es importante creer que Dios es don, que no actúa tomando, sino dando. ¿Por qué es importante? Porque nuestra forma de ser creyentes depende de cómo entendemos a Dios. Si tenemos en mente a un Dios que arrebata y se impone, también nosotros quisiéramos arrebatar e imponernos: ocupando espacios, reclamando relevancia, buscando poder. Pero si tenemos en el corazón a un Dios que es don, todo cambia. Si nos damos cuenta de que lo que somos es un don suyo, gratuito e inmerecido, entonces también a nosotros nos gustaría hacer de nuestra vida un don”.
Examinar nuestro corazón
El Papa pide a cada uno de nosotros, que examinemos que nos impide darnos al otro, si dentro de nosotros tenemos a los “tres enemigos del don”: el narcisismo, el victimismo y el pesimismo.
El narcisismo, que lleva a la idolatría de sí mismo y a buscar sólo el propio beneficio. Y en esta pandemia que el mundo sufre, duele ver en la humanidad el narcisismo, gente que se preocupa de sus propias necesidades, que es indiferente a las de los demás, que  no admite las propias fragilidades y errores.
El victimismo, es peligroso, dijo Francisco. El victimista está siempre quejándose de los demás: “Nadie me entiende, nadie me ayuda, nadie me ama, ¡están todos contra mí!”.  Y al respecto, en el drama que vive actualmente la humanidad, que grave es el victimismo, exclamó el Papa, pensar que no hay nadie que nos entienda y sienta lo que vivimos. Y el pesimista que “arremete contra el mundo entero, pero permanece apático y piensa: “Mientras tanto, ¿de qué sirve darse? Es inútil”. Y así, en el gran esfuerzo que supone comenzar de nuevo, qué dañino es el pesimismo, ver todo negro y repetir que nada volverá a ser como antes”.

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El pesimista, es quien piensa que que ya no hay esperanza, y hoy día dijo por último el Papa Francisco, nos encontramos ante una carestía de esperanza y necesitamos valorar el don de la vida, el don que es cada uno de nosotros. Por esta razón, necesitamos el Espíritu Santo, don de Dios que nos cura del narcisismo, del victimismo y del pesimismo.

sábado, 30 de mayo de 2020

Balance detallado de las donaciones y repartos realizados por Cáritas Inter- Parroquial durante el Covid- 19 presentado en el Consejo de Pastoral


Festejar. Parroquia en Red Misionera.
Transparencia.


El viernes 29 de mayo 2020, la coordinadora de Cáritas Inter- Parroquial, presentó en el Consejo de Pastoral Parroquial y de Economía de Ntra. Sra. de Guadalupe, el balance detallado de los repartos realizados durante el tiempo de pandemia Coronavirus Covid- 19 y que se detalla a continuación: 



* 24 de abril 2020. Cáritas Arciprestal, 10 cajas de nata y 540 litros de leche. 
* 24 de abril de 2020. Fundación Jose Luis Montesinos:
4 Kg de ajos. 
25 Kg de yogur. 
15 Kg de pepinos. 
40 Kg de plátanos. 
36 litros de leche. 
1 caja de barritas energéticas. 
1 caja de ambrosías. 
1 caja de chocolates Kinder. 
4 Kg de bombones. 

* 28 de abril 2020. Cáritas Arciprestal 20 cartones de huevos. 600 unidades. 



* 1 de mayo 2020. Fundación Jose Luis Montesinos:
30 Kg de plátanos.
108 litros de leche. 
30 bolsas de pan de sésamo.
6 Kg de mermelada. 
3Kg de panceta. 
1 caja de ambrosías. 
15 Kg de bubangos. 
4 Kg de bombones. 
8 Kg de queso. 
22 Kg de yogur natural. 
6 Kg de pepinos. 


146 Kg. 


* 5 de mayo 2020. Fundación Jose Luis Montesinos: 90 Kg de calabacines. 

* 8 de mayo 2020. UMAC Norte:
8 Kg de arroz.
6 paquetes de judías. 
6 paquetes de lentejas. 
3 Kg de sal.
3 Kg de nocilla. 
4 Kg de gofio. 
24 cajas de bombones. 
20 cajas de tampax. 
20 Kg de salsa carbonara.

10 cajas de salva slip.


* 11 de mayo 2020: Cáritas Arciprestal aporta 10 cartones de huevos. 300 unidades. 


* 22 de mayo 2020. Fundación Jose Luis Montesinos: 
5 cajas de calabacines (50 Kg).
11 cajas de mantequillas (22 Kg).
6 piezas de jamón de (5Kg).
2 Kg de pastel de salmón. 169 Kg. 
5 Kg de zanahorias. 
60 Kg de queso rallado. 




Consejo de Pastoral Parroquial Ntra. Sra. de Guadalupe, 12 de junio 2020


Festejar. Parroquia en Red Misionera

El 12 de junio de 2020, a las 19 horas, los miembros del Consejo Extraordinario de Pastoral Parroquial de Ntra. Sra. de Guadalupe, en Toscal-Longuera, Los Realejos, mantendrán una nueva convocatoria como se indicó en la sesión ordinaria celebrada el 29 de mayo de 2020.

Orden del día:

1. Rezo de Vísperas que serán proyectadas en la sala Juan XXIII y se rezarán aprovechando los medios que se han ido implementando a lo largo de este curso: pantalla, proyector e internet en este espacio parroquial. 

2. Lectura de las Actas del Consejo de Pastoral Parroquial de fechas 24 de abril y  29 de mayo. 

3. Revisión y seguimiento a la II Fase de la Desescalada en nuestra Comunidad Parroquial y elaboración del III Vídeo informativo. 

4. PREPARACIÓN DE LA ASAMBLEA PARROQUIAL a celebrar el 20 de junio de 10 a 13 horas. 

6. Consejo de Pastoral Parroquial de la Infancia. 

7. Ruegos y Preguntas. 

NUESTRAS PARROQUIAS UNIDAS AL PAPA FRANCISCO EN EL REZO DEL ROSARIO POR EL FIN DE LA PANDEMIA


Festejar. Parroquias en Red Misionera

Las Comunidades Parroquiales de Ntra. Sra. de Guadalupe, Toscal-Longuera, Los Realejos y San Antonio de Padua en Puerto de La Cruz, se unen a la convocatoria realizada por el Papa Francisco para este sábado 30 de mayo 2020, y rezar juntos el Rosario por el fin de la pandemia del Coronavirus "Covid- 19". 

Se hará siguiendo estos horarios: 

* Parroquia San Antonio de Padua: 16 horas. Al finalizar proyección del II vídeo de la desescalada. 
* Parroquia Ntra. Sra. de Guadalupe: 18:00 horas. SE RUEGA LLEVAR LA ORACIÓN A LA VIRGEN DE GUADALUPE QUE DESDE EL 11 DE MAYO, HEMOS ESTADO REZANDO. A su término, proyección del II vídeo con las Medidas Parroquiales en esta segunda fase de la desescalada. 

Ambos serán presididos por nuestro párroco. 
«Perseverantes y unidos en la oración junto a María» (cfr. Hch 1, 14). Está organizado por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización.

EN ESTA SEGUNDA FASE DE LA DESESCALADA NUESTROS HORARIOS EUCARÍSTICOS




COMUNIDAD PARROQUIAL NTRA. SRA. DE GUADALUPE
TOSCAL-LONGUERA. LOS REALEJOS.

AFORO: 60 PERSONAS. 

* Sábados: 18:30 horas. 
* Domingos: 09 y 12 horas. 

COMUNIDAD PARROQUIAL SAN ANTONIO DE PADUA
PUERTO DE LA CRUZ. 

AFORO: 36 PERSONAS. 

* Sábados: 17 horas. 

Ven a fraternizarnos con tu Amor

ninos

ORACIÓN

Ven a empujarnos con tu fuerza.
Ven a dinamizarnos con tu viento.
Ven a espabilarnos con tu sabiduría.
Ven a despertarnos con tu música.
Ven a removernos con tu energía.
Ven a fraternizarnos con tu Amor.
Ven a hacernos bailar con tu melodía.
Ven a sacarnos de nuestra mediocridad
con tu maravilla.
Ven a enseñarnos a perdonarnos y perdonar.
Ven a despertarnos la creatividad
para abrir caminos nuevos.
Ven a cada casa, cada rincón,
cada familia, a llenarla de tu amor.
Ven a cada fábrica, obra, despacho y comercio a que trabajemos contentos.
Ven a cada transporte, a cada esquina,
a cada kiosco a ser palabra amiga.
Ven a los listos y a los torpes, a los ricos y a los pobres, a traer igualdad.
Ven a las cocinas, a las tabernas,
a los palacios y más a las chabolas,
a traer reparto.

Ven, Espíritu Santo, y llénanos de tu armonía

Ven, Espíritu Santo, y llénanos de tu armonía
FUENTE: Archidiócesis de Madrid. 
En Pentecostés es bueno contemplar a la Iglesia en marcha, ver a la multitud de hombres y mujeres que son llamados por el Señor y enviados a anunciar el Evangelio y a ser testigos de Él en medio de este mundo. Al mirar en este día a toda la Iglesia, sentimos el gozo de vivir lo que tan bellamente nos recordaba el Papa san Juan Pablo II cuando nos hablaba de aquella parábola en la que el Señor hace un llamamiento a todos los hombres y que hoy nos sigue haciendo a pastores, miembros de la vida consagrada y laicos: «Id también vosotros a mi viña». Quisiera que esta carta tuviera un eco especial en la vida, misión y vocación a la que hemos sido llamados como Iglesia en medio del mundo.
Os invito a tomar conciencia de nosotros mismos. Hemos sido salvados sin merecimiento alguno, se nos ha amado incondicionalmente en lo que somos y como somos. Es normal que, si tomamos conciencia de ello, nos avergoncemos, pero bendita vergüenza; esta es ya una gracia. Permitidme recordar ese momento impresionante que vivieron los primeros discípulos el día de Pentecostés. Jesús había resucitado, había estado con ellos, se habían alegrado de su presencia y de sus palabras, pero aun así «estaban con las puertas cerradas», tal y como nos dice el Evangelio (Jn 20, 19-26). Tenían miedos, estaban encerrados en una estancia, no se atrevían a salir al mundo, vivían con muy pocas perspectivas y horizontes. No sabían cómo hacer lo que Jesús les pidió el día de su Ascensión: «Id por el mundo y anunciad el Evangelio». Algo parecido puede sucedernos a nosotros; tenemos muchos conocimientos, hemos logrado muchos avances, pero los miedos no se nos quitan.
Por un momento, contemplemos Pentecostés, contemplemos cuando el Señor les envía el Espíritu Santo que les había prometido. Todo cambia: sus preocupaciones se desvanecen, lo suyo no es lo importante, lo suyo es hablar y anunciar al Señor. Ni miedos ni dificultades para el camino, ni desalientos, ni preocupaciones por cómo salvar sus vidas. Dejan su encerramiento y salen a anunciar el Evangelio a todos. Marchan por el mundo conocido y entran en la realidad y en los caminos de los hombres. Les entra el deseo y el ansia de llegar hasta el último confín de la tierra.
Los primeros discípulos no eran expertos en hablar en público, pero habían sido transformados por el Espíritu Santo que no es alguien lejano y abstracto. No. Es muy concreto, es muy cercano, es quien nos cambia la vida. No es quien quita los problemas, tampoco quien realiza milagros espectaculares, ni por supuesto viene a eliminar de nuestra vida a los adversarios, ni a quienes son contrarios a lo que nosotros anunciamos. No. El Espíritu Santo trae la Vida a nuestra vida, nos da la armonía que nos falta, nos regala su misma armonía. Él es armonía. Provoca en nosotros una transformación tal que nos regala su armonía y la pone dentro de nosotros mismos y plasma este mundo como hijos y hermanos, da el contenido que estas palabras tienen realmente y nos hace trabajar para ello llevando paz donde hay discordia y conflicto. Como los apóstoles, nosotros necesitamos ser cambiados por dentro. Nuestro corazón está enturbiado, está en zozobra, está necesitado de un Amor que es regalo. Nos lo da Jesús y urge recibirlo. No nos basta ver, hay que vivir. No basta ver ni siquiera lo que vieron los primeros discípulos, que vieron al Resucitado. Urge que vivamos como resucitados. No basta verlo, es necesario que Jesús viva y renazca en nuestra vida, que nos cambie por dentro. Y aquí está la fuerza del Espíritu Santo. En este encuentro de Jesús con los discípulos del Evangelio de Juan, les dice por tres veces: «Paz a vosotros». La paz que el Señor les da no va a liberarlos de todos los problemas que se van a encontrar en el anuncio del Evangelio, en toda la misión y en todos los caminos por donde irán. Los que somos de tierra de mar quizá entendemos mejor esto de la paz porque hemos visto oleajes tremendos en la superficie del mar, pero, cuando entras en la profundidad, descubres que hay tranquilidad.
Este fue el camino de los apóstoles el día de Pentecostés: se dejaron invadir por la profundidad que da el Espíritu Santo, no se dejaron manejar por el momento en el que estaban observados y perseguidos. Y esto los mantuvo fuertes, serenos, con capacidad de hacer obras grandes como así se nos manifiesta en su camino de evangelización. «La paz os dejo» es un camino, el de la paz de Jesús, que no está en alejarnos de los problemas del momento, sino en dejarnos llevar por la profundidad que nos da el Espíritu Santo. Este no nos homologa, no elimina la diversidad que trae riqueza, pero sí da la armonía y la unidad a la diversidad.
Queridos laicos, en este día en que recordamos de un modo especial al laicado cristiano y a la Acción Católica, os invito a vivir vuestra vocación y misión que están enraizadas en vuestro Bautismo y Confirmación, para que, llenos del Espíritu Santo, os orientéis como nos dice la constitución Lumen gentium a «buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios» (LG 31). Os animo a asumir tres tareas esenciales hoy:
1. Habéis sido llamados a construir un orden justo. Con generosidad y valentía, iluminados por la fe y el magisterio de la Iglesia y siempre animados por la caridad de Cristo.
2. Habéis sido llamados a construir la sociedad con valores evangélicos. Configurados con Cristo por el Bautismo, sentíos corresponsables en la edificación de la sociedad según los criterios del Evangelio.
3. Habéis sido llamados a transformar la sociedad aplicando la doctrina social de la Iglesia. Afrontando las tareas diarias en el campo político, económico, social y cultural, trabajando por el respeto a la vida, la promoción de la justicia, la defensa de los derechos humanos y el desarrollo integral del hombre… Todo esto es dar testimonio de Cristo.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro
Arzobispo de Madrid