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viernes, 9 de octubre de 2015

Padre Nuestro

Enrique Martinez de la Lama, CMF - 
Fuente Ciudad Redonda
 En esta segunda entrega de nuestra reflexión en torno a la oración del Padre Nuestro nos fijamos de un modo especial en las diversas versiones que se han dado de esta oración, en los evangelios de Mateo y Lucas. Es una forma de comprender mejor lo que Jesús nos quiere transmitir en esta oración, para dirigirnos al Padre como lo hizo Él en muchas ocasiones.
Nos puede resultar sorprendente que la llamada «oración de Jesús» haya sido conservada por dos de los evangelistas y que en su formulación no coincidan exactamente. Su libertad a la hora de transcribirnos su visión, su experiencia de Jesús, les permite hacer algunas modificaciones en las palabras de Jesús, para mejor adaptarlas a sus respectivas comunidades. Vamos a entrar en el «texto» de esta «plegaria».
Las dos «versiones» del Padre Nuestro
Mateo
Padre nuestro
que estás en los cielos
santificado sea tu nombre
venga tu reino
sea hecha tu voluntad
corno en el cíelo, así en la tierra.
Nuestra pan cotidiano
dánosle hoy,
y perdónanos nuestras deudas
como también nosotros hemos perdonad
a nuestros deudores,
y no nos introduzcas en tentación
más líbranos del Malo.
(Mt 6,9-13).

Lucas
Padre
santificado sea tu nombre. Venga tu reino,
Nuestro pan cotidiano
dánosle cada día
y perdónanos nuestros pecados
pues nosotros también perdonamos
a todo el que nos debe.
Y no nos introduzcas en tentación,
(Lc 12,2-4).
Ambos evangelistas nos transmiten la oración del Señor tal como se rezaba en su tiempo y en su comunidad cristiana.
El Padre Nuestro de Lucas (más breve) está incluido en la versión de Mateo, que es más larga. Es razonable pensar que Mateo añadió dos peticiones nuevas, ya que es poco probable que Lucas suprimiera una petición formulada por el Señor. Además, las «novedades» de la versión de Mateo son temas propios de su teología como el «hágase tu voluntad» (Mt 7, 21; 18, 14; 21, 31; 26, 42) y el «líbranos del Malo» (Mt 13,19-38). Así pues, podemos deducir que la versión de Lucas es la más antigua y la más cercana al original.
¿En qué contexto enseñó Jesús el Padre Nuestro a los suyos? Mateo nos sitúa la plegaria en el Sermón del Monte. Una parte del mismo aborda el tema de la oración, teniendo Jesús como perspectiva la hipocresía de los fariseos en sus prácticas de devoción, a las que opone el verdadero modelo de oración. Este enmarque es poco probable que sea histórico. El de Lucas parece más verosímil, ya que los discípulos se sintieron impresionados por la actitud habitual de oración de su Maestro y era normal que un maestro enseñase a su grupo una fórmula particular de oración.

¿Qué podemos «pedir» en nuestra oración?
A propósito del contexto que Mateo le da a esta plegaria, quiero detenerme en «los contenidos» que debe tener la oración para ser del agrado de Dios. Aprovecho algunas ideas de A. Pronzato en su libro El Padrenuestro, la oración de los hijos.
Jesús critica a los paganos en su oración porque «charlan mucho y se figuran que con su palabrería van a ser escuchados» (Mt 6,7). Los paganos entendían la oración como el uso de «fórmulas» para captar la atención de los dioses, y convencerles de que se pongan de su I lado y atiendan sus deseos.
Esta es la misma mentalidad de muchos cristianos. Y se funda en dos errores: 1) Dios tiene necesidad de que le informe de lo que me pasa y me falta; 2) Dios está a mi disposición, para atender lo que a mí se me ocurra.
Retomando a Mt 6, 8: «Vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo». Es decir: es inútil la oración entendida como presentación de una lista (a menudo interminable) de necesidades. Dios no necesita que le cuentes lo que te ocurre. Más que eso, la oración consiste en manifestarle tu confianza, tu abandono en sus manos. Le comunicas lo que es tu necesidad más profunda: que se muestre como Padre. Tener fe consiste en saber... que Él ya sabe.
Por otra parte, no tengo que convencer a Dios de que actúe en mi favor, sobre todo si tenemos en cuenta que nuestra oración siempre comienza así: Padre. Y un Padre que ve a su hijo en necesidad no necesita ser «convencido» para que nos ayude. Y en todo caso la plegaria nunca es para poner a Dios a mi servicio (usar a Dios), sino para adaptar nuestro ritmo vital, nuestra voluntad a la suya. No es otra la oración de Jesús.
Existen situaciones límite (Getsemaní) en las que experimentamos nuestra impotencia radical, nos damos cuenta de que no podemos hacer absolutamente nada. Dice san Pablo: «No os agobiéis por nada: en lo que sea, presentad ante Dios vuestras peticiones con esa oración y súplica que incluyen acción de gracias; así la paz de Dios custodiará vuestros corazones» (Flp 4, 6). Tiene su sentido compartir nuestros agobios con él, para sabernos acompañados en ellos y recibir la. paz, la serenidad para asumirlos. Es algo que podemos aprender del propio Jesús en el Huerto de los Olivos. Y la propia oración del Padre Nuestro nos va a enseñar qué debemos pedir y cómo.

La estructura del Padre Nuestro
  • Una invocación solemne: «Padre nuestro que estás en ¡os cielos».
  • Tres deseos dirigidos a Dios y para Dios: «la santificación del nombre de Dios, la venida del Reino, el cumplimiento de la voluntad de Dios».
  • Una fórmula-eje: «así en la tierra como en el cielo».
  • Tres peticiones en relación con el hombre: «el pan, el perdón la liberación (del mal)».

La fórmula-eje no va ligada necesariamente al tercer deseo, sino que puede referirse también a los otros dos: deseamos que el nombre de Dios sea santificado en la tierra como en el cielo, que su reino llegue a la tierra como está en el cielo, que su voluntad se cumpla en Ja tierra como se cumple en el cielo.
Los Tres deseos. Más que de tres peticiones, habría que hablar de una sola petición en tres términos: la llegada definitiva del reino, la hora en que el nombre de Dios será plenamente glorificado por todos y en que su reino se manifestará con toda claridad (Ez 36,23). Con la llegada de Jesús hemos entrado en los últimos tiempos de la historia de la salvación (Mt 4,17). Por eso, el cristiano en su oración expresa a la vez una petición y una certeza. Pide la plena revelación del misterio de Dios (Padre) y de su designio sobre el mundo (el Reino).
Abrirse en la Oración. El Padre Nuestro nos enseña a dirigir nuestras miradas al Padre, a su nombre, a su reino, a su voluntad... antes de pensar en nuestra comunidad terrena. Lo que nos pasa y lo que de verdad necesitamos sólo puede comprenderse si pensamos ante todo en nuestro Padre, en sus objetivos, en su obra. Antes de pedirle a Dios que colme nuestras necesidades, el creyente se pone ante él en una actitud de humilde adoración, dando la prioridad a la realización del designio amoroso de Dios sobre el mundo. El que ora se prohibe a sí mismo decidir por sí solo. Se ere a la acción de Dios y consiente en la relación interpersonal. Se abre a una fuerza de atracción que, no sin una lucha dolorosa, realiza en él una transformación. El objeto de la oración resulta entonces secundario. Lo que importa ante todo es la relación con Dios.

Para dialogar y orar

1. Comentamos lo que nos ha resultado nuevo, sorprendente, lo que hemos descubierto, lo que nos ha hecho pensar.
2. Siguiendo el estilo de los evangelistas, intentar actualizar el Padre nuestro escribiendo una oración al Padre.
3. Analizar y revisar nuestros encuentros de oración, nuestras liturgias, nuestra oración personal: ¿Adolecen de palabrería? ¿Son formas de orar?

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