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martes, 27 de septiembre de 2016

MI CÁRCEL ES UNA "AVENTURA"


La semana pasada viniendo desde el norte por el autopista leí la frase que nos regala esa persona tan 
ocurrente y creativa: MI COLE ES UNA AVENTURA. Pues bien, esas palabras me llevaron con el pensamiento a un lugar al que voy casi todos los días  y llegué a la conclusión que MI CÁRCEL TAMBIÉN ES UNA AVENTURA.   Digo mi cárcel, con toda intención, porque la prisión no es del Director, ni de los Funcionarios, ni de la Secretaría General que está en Madrid; es de la sociedad, es nuestra, por tanto es mía. Y los presos, también son nuestros.
Y, ¿por qué es una aventura?
Lo es en primer lugar para ellos porque pueden buscar, pensar, caminar, porque no se si lo sabes, en la cárcel se camina mucho. Llegar a reconocer el daño causado a las víctimas, soñar y esperar en silencio, crecer, cambiar y preparar un futuro incierto en libertad.
Lo es, o lo debe ser para todos los profesionales que realizamos tareas de guardia, de educadores, de psicólogos, maestros, médicos y enfermeros, trabajadores sociales, capellanes, monitores… ¡Cuántas personas! al servicio de ayudar y favorecer la inserción integral de los reclusos. Y pocas veces se consigue. Esa es la aventura.  Hay que seguir trabajando y sembrando aunque la respuesta humana sea así de frágil.
Lo es también para tantas personas voluntarias vinculadas a distintas entidades sociales que se hacen  presentes en el centro penitenciario para acompañar, escuchar, proponer, orientar. Y a pesar de fracasos,  empeñarse en ayudar a estos hombres y mujeres privados de libertad  que cumplen una deuda de justicia con la sociedad.
Tiene que ser una aventura para las autoridades, pues ellos tienen la obligación de garantizar el bien común de toda la sociedad. Es una responsabilidad ineludible. Deben asumir el compromiso de poner medios materiales y humanos que procuren la rehabilitación de quienes hayan cometido un acto contra los derechos de las personas.
Y es también una aventura para la Iglesia. Esa Iglesia que el Papa envía a las periferias del mundo para que sea extensión del corazón misericordioso del Padre Dios. La Iglesia debe ir y tiene que estar en la cárcel con los hombres y mujeres presas. Tiene que hacer resonar la misericordia de Cristo en el corazón de esas personas privadas de muchas cosas, pero nunca de la libertad de poder elegir el ponerse bajo el amparo y el favor de Dios que siempre escucha, perdona y ofrece una nueva forma de vivir.
Para muchos la Virgen María es Madre. La que comprende y alivia siempre. La que acerca a su hijo Jesucristo. A ella le pedimos su protección para todos los que carecen de libertad, para cuantos tienen que ayudarles a enderezar el camino equivocado de una conducta que les ha conducido a la prisión.
Felicidades a tod@s por el día de La Merced.
Agustín Domingo,
Delegado Diocesano de Pastoral Penitenciaria y Capellán del Centro Penitenciario de Tenerife

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