Queridos diocesanos:

Con frecuencia, a lo largo de mi vida de sacerdote y de obispo, muchas personas me dicen: “Rece por nosotros, usted que está más cerca de Dios”. Y, también, “rece por nosotros que Dios le escucha más a usted”.
Son expresiones sinceras que ponen de manifiesto la confianza que los fieles cristianos tienen en el sacerdote, como alguien que intercede ante Dios en favor de su pueblo. Dicho popularmente, ven al sacerdote como quien “tiene manga con Dios” y le piden que use “esa ventaja” en favor de la gente. Lo que piden es que el sacerdote haga de “mediador” entre ellos y Dios.
De hecho así es. La vocación, vida y ministerio de los sacerdotes consiste en estar «Cerca de Dios y de los hermanos», como dice el lema del Día del Seminario de este año 2017. “Estar”: una palabra que, en este caso, indica el existir de modo permanente en situación de cercanía a Dios y a la gente. Es presencia y permanencia con Dios y con los hermanos. Es un “estar” activo y dinámico, respondiendo con la vida a las demandas de Dios y a las de los hombres. Es decir, llevando a la gente los dones de Dios y presentando a Dios las necesidades de sus hermanos.
Esta dinámica, de “estar cerca de Dios y de los hermanos”, es lo que significa la palabra “pontífice” (= hacer de puente). Igual que un puente une dos orillas, así se entiende el ministerio de los sacerdotes: acercar a Dios a los hombres y acercar los hombres a Dios. Es lo que se llama estar en medio o ser “mediador”.
Ahora bien, el único y verdadero “pontífice” y, por tanto, el único y verdadero sacerdote es Cristo, pues Él -Dios y hombre verdadero- une en su propia persona a Dios y a los hombres. Él, el Hijo de Dios, “engendrado no creado”, es consustancial con el Padre. En consecuencia, nadie como Él,  no sólo está en “la orilla de Dios” sino que “está en Dios”. Pero, además, era necesario estar en la otra orilla, la del lado de los hombres. Y para eso, el Hijo de Dios se hace hombre para que se dé el verdadero puente, se dé la verdadera mediación. En la persona de Cristo, Dios no viene simplemente a “estar” con los hombres, sino que en Cristo Dios “se hace” hombre.
A partir esta realidad es como se debe entender la grandeza y la importancia de los sacerdotes. Estos, son llamados, consagrados y enviados para que, participando en el sacerdocio de Cristo, sean signo e instrumento de su mediación entre Dios y los hombres. “El sacerdote, sólo perteneciendo a las dos esferas –la de Dios y la del hombre–, puede ser mediador, puede ser “puente”. Esta es la misión del sacerdote: combinar, unir estas dos realidades aparentemente tan separadas, es decir, el mundo de Dios –lejano a nosotros, a menudo desconocido para el hombre– y nuestro mundo humano. La misión del sacerdocio es la de ser mediador, puente que une, y así llevar al hombre a Dios, a su redención, a su luz verdadera, a su vida verdadera” (Papa Benedicto XVI).
Para realizar tan importante misión, en necesario contar, por así decir, con la autorización de Dios. Esta capacitación se da en el Sacramento del Orden, por medio del cual quienes lo reciben son introducidos en el ser de Cristo y “quedan consagra­dos como verdaderos Sacerdotes a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote”.
Así se comprende, también, la importancia del Seminario, como institución encargada de preparar a los futuros sacerdotes, preparar hombres para estar “Cerca de Dios y de los hermanos”. Una tarea en la que están implicados todos los fieles de la Diócesis, que son los grandes beneficiarios del ministerio de los sacerdotes. De ahí que no debe faltar nuestra oración pidiendo a Dios vocaciones al sacerdocio, oración por los seminaristas para que lleguen a ser buenos y santos sacerdotes. Apoyo, asimismo, al trabajo del Seminario con la aportación económica, haciendo donativos en cualquier momento del año y, particularmente, en la colecta de las misas del 18 y 19 de marzo.
“Cerca de Dios y de los hermanos”. Ciertamente, los sacerdotes “no podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de otra vida más que de la terrena, pero tampoco podrían servir a los hombres si permanecieran extraños a su vida y a sus condiciones. Su mismo ministerio les exige de una forma especial que no se conformen a este mundo; pero, al mismo tiempo, requiere que vivan en este mundo entre los hombres y, como buenos pastores, conozcan a sus ovejas y busquen incluso atraer a las que no pertenecen todavía a este redil, para que también ellas oigan la voz de Cristo y se forme un solo rebaño y un solo Pastor” (PO 3).
Un sacerdote ha de vivir siempre cerca de Dios, a quien glorifica y sirve con la obediencia entregada de su vida. Pidamos a Dios que los seminaristas incorporen esta certeza en su proceso de formación. Necesitamos testigos de la grandeza de Dios, pero no teóricos, sino hombres que han entrado en la cercanía de Dios por la oración, por la adoración. Hombres que respondan al amor que han experimentado, que piensan desde la mente de Cristo, que tienen sus mismos sentimientos y que viven conquistados por el amor de Dios. Los pensamientos, los criterios, los sentimientos, las decisiones, todo se vive desde Dios. Sacerdotes muy de Dios, “muy divinos”.
Al mismo tiempo, queremos formar sacerdotes convencidos y dispuestos a vivir siempre cerca de los hermanos. Así nos lo enseñó el Maestro. Aquellos que tienen hambre, sed, que están solos o enfermos, en la cárcel o padeciendo cualquier dificultad, son, en algún modo, sacramentos de la presencia de Jesús. Sacerdotes cerca de donde vive la gente su vida, cerca de las alegrías y de las dificultades de los fieles; cercanos del confesonario ofreciendo el perdón de Dios y próximos a la cama de los enfermos dando consuelo y alivio espiritual. Sí, sacerdotes cerca de los hermanos, haciendo cercana la presencia de Dios, cuya alegría es “estar con los hijos de los hombres”.
Allí donde un sacerdote está, Cristo tiene la posibilidad de estar, como fuente de gracia, como ministro de la Palabra, como guía y pastor de la comunión fraterna. ¡Qué importante es un sacerdote! ¡Qué importante es cuidar mucho la formación de los sacerdotes!
También en esto hay que INVOLUCRARSE. Es lo que les pido en nombre del Señor.
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense