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viernes, 28 de abril de 2017

Gestos y símbolos en la celebración litúrgica



Nuestra liturgia está tachada de verbalista, centrada en exceso en el Libro y la Palabra. Lo racional y lo discursivo tienen gran importancia en nuestro culto, pero lo visual y la expresión corporal, bastante menos. Claro que la palabra es el primer signo que empleamos para expresar nuestras ideas, pero eso no basta para una celebración que debería afectar a todo el ser humano.

La reforma conciliar ha revalorizado la Palabra, con lo que todavía ha adquirido más relieve. Pero a la vez, y seguramente sin pretenderlo, se ha empobrecido lo simbólico, el lenguaje del movimiento y de los signos. Es interesante oír las voces que se han levantado del Tercer mundo protestando contra la excesiva simplificación de elementos simbólicos por parte de la nueva liturgia. Desde África, por ejemplo se han hecho ver los inconvenientes que para aquella cultura tiene esta liturgia tan fría y esquemática, sin pausas, sin tiempos “perdidos”, sin fiesta, sin movimiento ni símbolos. Y han citado el famoso dicho de Leopoldo Senghor: “los occidentales dicen: pienso, luego existo; nosotros los africanos decimos: danzo, luego existo”. Los jóvenes, por una parte, y la religiosidad popular por otra, son otros factores que mueven a un repensamiento de la dinámica interior de la liturgia; también ellos buscan una mayor expresividad de los signos y del lenguaje simbólico.
El por qué de los gestos y símbolos en la celebración
a) Razón antropológica: El ser humano está hecho de tal manera de todo lo realiza desde su espíritu interior y desde su corporeidad: no sólo alimenta sentimientos e ideas en su interior, sino que los expresa exteriormente con palabras, gestos y actitudes. Y no es que el ser humano tenga sentimientos, y luego los expresa pedagógicamente, para que los demás se enteren. Sino que se puede decir que esos mismos sentimientos no son del todo humanos, ni completos, hasta que no se expresan. Hasta que la idea no se hace palabra, no es plenamente realidad humana. Y es que en el fondo del ser humano no es una dualidad “cuerpo y espíritu”, sino una unidad: es “cuerpo-espíritu” y desde su totalidad se expresa y realiza, con palabras y gestos.
Así, en la celebración litúrgica, la alabanza no es plenamente ni humana ni cristiana hasta que suena en la voz el canto.

b) El simbolismo es una categoría religiosa universal: El ser humano, no sólo para su propia expresión, o para su actividad social, sino también y sobre todo para su relación con la divinidad, se sirve del lenguaje simbólico, expresando y realizando con signos y gestos corporales la comunión religiosa con lo Invisible. La dinámica de los signos religiosos funciona de muchas maneras: sacrificios, palabras, cantos, objetos sagrados, acciones, reverencias, comidas, fiestas, templos…
c) Para los cristianos el motivo fundamental de estos signos es el teológico: el mejor modelo de actuación simbólica lo tenemos en el mismo  Jesús. En su misma persona. El es el lenguaje más expresivo de , que nos quiere mostrar su Alianza, su cercanía y su perdón. Y también es Cristo el lenguaje mejor de la humanidad en su respuesta a : nuestra alabanza y nuestra  han quedado plasmadas en Cristo, cabeza de la nueva humanidad. O como dijo Pablo en su segunda carta a los corintios: Cristo es el “sí” más claro de  a los hombres y el “sí” también más concreto de los hombres a .
Además Cristo utilizó continuamente el lenguaje de los gestos simbólicos en su actuación salvadora: palabras, acciones, contacto con sus manos, la incisividad de su mirar, los milagros….

Signo y 
Las celebraciones sacramentales no habría que verlas sólo de la perspectiva de “signos”, por muy eficaces que se quiera, sino de la “símbolos” o “acciones simbólicas”.
El signo, de por sí, apunta a una cosa exterior a sí mismo: el humo indica la existencia de fuego, y el semáforo verde nos hace saber que ya podemos pasar… El signo no “es” lo que significa, sino que nos orienta, de un modo más o menos informativo, hacia la cosa significada. Es una especie de “mensaje” que designa o representa otra realidad.
El símbolo es un lenguaje mucho más cargado de connotaciones. No sólo nos informa, sino que nos hace entrar ya en la dinámica propia. Para felicitar a una persona en su cumpleaños o en su aniversario de bodas, podríamos emplear sólo palabras. Pero normalmente recurrimos a un lenguaje simbólico: regalos, felicitaciones poéticas, un pastel con velas encendidas, una buena comida. El gesto simbólico de dos novios que se entregan el anillo de bodas no sólo quiere “informar” del amor: es un lenguaje que vale por muchos discursos, y que seguramente contiene más realidad que las palabras y que la vida misma.
Los símbolos litúrgicos no sólo informan, catequéticamente, de lo que quieren representar, sino que tienen un papel mediador, comunicante, unificador, transformador, productor. Las palabras y el gesto de la absolución levan a su realidad el encuentro reconciliador entre Dios y el pecador. El comer y beber de la  es el lenguaje simbólico y eficaz, de la comunicación que Cristo nos hace de su Cuerpo y su Sangre, y de la fe con que nosotros le acogemos…

Dejemos hablar a los símbolos
Es lo primero a tener en cuenta. Si el agente de tráfico quiere que yo tuerza a la derecha o izquierda; que me pare o ande de nuevo, lo primero que deberá hacer es dejarse ver. Lograr que sus gestos de brazos, manos y silbato sean vistos -¡bien vistos!- por la gente.
Dejemos hablar a nuestros símbolos orantes. Que la luz, luzca en abundancia, en precario o que sea una simple mecha humeante, dependerá de lo que nosotros queremos simbolizar; no de nuestro raquitismo o mezquindad.
Dejemos hablar a nuestros símbolos. ¡No hablemos nosotros por ellos!. El símbolo en la realidad, no habría que explicarse nunca. ¡Ya está bien de esas moniciones que insisten: “El celebrante hace esto porque…”; “nos vamos a dar el  de  en señal de que…”; “hemos puesto delante de nosotros este pan para representar que…”. Hacer todo esto es la mejor prueba de que utilizamos símbolos que no significan nada apenas o nada. Cuando damos un beso a un amigo o saludamos estrechando la mano del otro, a nadie se le ocurre explicar: te doy un beso en señal de amistad, etc.
Es preciso recordar lo de siempre: que la palabra, el símbolo, el rito, etc., no son sino  de preparar la llegada o la acción del Espíritu. Sin fe en esa fuerza que viene de lo alto y que es quien en realidad ora en nosotros, todo puede reducirse a simple decoración teatral. Podemos salir de un encuentro de oración en el que no haya habido más que simbolismo y ritualismo. Esto es, puro teatro. En nuestro convivir social estamos cansados de saludos hueros, sonrisitas ficticias, invitaciones y visitas de puro compromiso, duelos con lágrimas de cocodrilo… Total: urge llenar de contenido, de misterio, de Espíritu cualquier símbolo en el que apoyemos nuestra actitud orante.
Siempre tendremos que partir de esta pregunta: ¿Qué pretendemos con la utilización de éste o aquél símbolo o conjunto de símbolos dentro del marco de nuestro momento orante?. ¿Orar única y exclusivamente a partir del símbolo?.
Utilicemos los símbolos con sentido de adaptación: a la verdad celebrada; a las personas concurrentes; al conjunto o al momento de querer potenciar; al espacio en que uno se desenvuelve y al estado emocional de las personas.
Tengamos también un notable sentido de cercanía respecto del símbolo. No ha de estar ni lejano ni confuso. Al contrario, muy cercano y libre de toda interferencia. Y, si es posible, pegado a la empatía personal de los orantes.
El sentido coyuntural lo ha tener en cuenta siempre todo símbolo. Cada momento, cada circunstancia parece que está siempre exigiendo unas apoyaturas muy concretas. Los símbolos son una de ellas. tener tacto para elegir uno u otro es potenciar o interferir la oración que pretendemos.
Fuente: Diócesis de Canarias. 
¡¡¡La Iglesia con Todos y entre Todos. Soy Tierra de Misión!!!.

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