En la gran figura de este santo podemos encontrar motivos de aliento y esperanza para vivir nuestra fe de discípulos misioneros hoy día. Juan, al igual que los profetas, recibe la vocación desde el seno materno: «Antes de formarte en el vientre te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré» (Jer 1,5) y por ello el mismo Jesús dirá de él que era profeta y «más que profeta» (Mt 11,9). La Iglesia le venera como el «Precursor» ya que de él está escrito: «Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti» (Lc 7,27). Juan también dice de él mismo: «yo soy la voz que grita en el desierto». La voz que anuncia y denuncia llamando a la conversión. Una vida, como tendría que ser la nuestra, hecha anuncio para la llegada del Reino proclamado por Jesús.
El hecho de contemplar la vida de san Juan, austera, coherente, y fiel a la misión que había de realizar nos ha de situar en su misma lógica. También nosotros hemos sido elegidos por Dios, que nos ha llamado por nuestro nombre y que nos ha invitado a ser sus precursores para hacer que la buena noticia de la salvación pueda germinar, crecer y dar fruto entre nuestros contemporáneos. Ciertamente que no nos resultará fácil, pero también san Juan llegó a dar su vida en el martirio. Hablando de nuestro santo, Benedicto XVI destacó que «celebrar el martirio de san Juan Bautista nos recuerda también a nosotros, cristianos de nuestro tiempo, que no se puede descender a negociar con el amor a Cristo, a su Palabra, a la Verdad. La Verdad es verdad y no hay componendas. La vida cristiana exige, por decirlo de alguna manera, el «martirio» de la fidelidad cotidiana al Evangelio, es decir, el valor de dejar que Cristo crezca en nosotros y sea Él quien oriente nuestro pensamiento y nuestras acciones» (Catequesis sobre san Juan Bautista, agosto de 2012).
Fuente: La Voz de Los Obispos.
Carta de Mons. D. Fidel Herráez Vegas
Arzobispo de Burgos
Arzobispo de Burgos
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