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lunes, 16 de julio de 2018

La caridad oculta tiene un valor maravilloso





Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.Net 



Atender a una persona necesitada cuando las cámaras filman, cuando los medios observan, cuando la sociedad aplaude, tiene su valor, porque la persona necesitada recibe ayuda, y eso siempre se agradece.


Pero si atender a unos porque los medios observan implica desatender a otros en los que casi nadie presta atención, entonces se produce un daño serio a la caridad y un riesgo de convertirla en algo publicitario.



Gracias a Dios, millones de personas viven la caridad oculta. Esa del hijo que cuida un día sí y otro también a su madre anciana y con Alzheimer.

O la de los padres y las madres que hacen milagros para que en casa haya comida y ropa digna para todos.

O la del voluntario que sencillamente acude a servir a los pobres que los gobernantes descuidan.

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La caridad oculta tiene un valor maravilloso. Porque es evangélica, porque no busca aplausos que pueden desvirtuarla, porque ayuda sin reflectores.

Se vive así lo que pedía el Maestro: "Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha" (Mt 6,3).

Es una enseñanza sencilla, que da a entender la importancia de la limosna y de cualquier obra de caridad: ofrecer ayuda a quienes la necesitan, sobre todo a los más olvidados.

En un mundo donde las imágenes corren el peligro de distorsionar la realidad al hacer que nos fijemos en unos y olvidemos a otros, la caridad oculta, que no aparece en redes sociales ni la prensa, llega a tantos hermanos nuestros que necesitan bienes materiales, escucha y cariño...

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