Nací hace 54 años en Sevilla, me fui a vivir al pueblo de mis padres y con 12 años volví a Sevilla a estudiar. Aquí hice la E.G.B. y F.P. I administrativo. Despúes volví al pueblo y con 16 años conocí a la que fue mi mujer y madre de mi hija. Mi padre falleció cuando yo tenía 21 años, y me quedé con tres hermanos más pequeños y mi propia familia. Me hice cargo del negocio de mi padre que era agricultor. A raíz de su fallecimiento empezaron a cambiar las cosas. Yo empecé con el alcohol y otras sustancias, y. aunque trabajaba, ya no era lo mismo. Así, hasta que mi mujer se cansó y se fue. Seguí en el pueblo viviendo sólo, dedicando más tiempo a trasnochar y a otro tipo de cosas que a mis obligaciones. Me dediqué a dar tumbos: Pirineos, Ibiza, Málaga.., dándome topetazos por donde iba. Volví a Sevilla con mi madre, pero ella también se cansó de que no conservara un trabajo, habiendo estado en tantos.
Hasta que por circunstancias me vi en la calle. Mi familia no me aguantaba. Primero me quede en casa de un amigo, después en la de otro y al final en la calle, con lo que todo eso significa. Buscándome la vida, con trapicheos, hurtos y demás. Los veranos. a la playa con un colega artesano; y el invierno en Sevilla, pasando días terribles. Estuve unos cuatro años pasando el verano fuera, hasta que llegue al punto de tener mi vida totalmente en la calle.
Recuerdo perfectamente mi primera noche en la calle. No tenía nada de ropa. Mis pertenencias se definían por lo que tenía puesto encima en ese momento. Me acerqué a casa del colega con el que me iba a la playa: me dejó dinero, mantas y un saco de dormir, pero allí no podía quedarme, él tenía familia, mujer e hijos, y yo no estaba bien como para estar allí.
Encontré un derribo que compartíamos cuatro o cinco personas según la noche. Tiempo adelante, llegó a aparecer uno de los amigos que compartíamos derribo muerto en el suelo. No dormí absolutamente nada esa noche, por varios motivos: mi adicción y un desasosiego que me inundaba por dentro. El pensamiento de ir por la mañana a aparcar coches y volver a tener que dormir en el derribo no paraba de darme vueltas. Si la primera noche en calle es dura y no se olvida, el primer amanecer en la calle es igual de duro. Se me cayó el mundo encima; me acerqué a un bar donde tenía conocidos, me aseé y pase el día intentando olvidar la noche, y pensando en la noche siguiente. Pasó mucho tiempo hasta volver a estar tan bien como hoy lo estoy.
Después de haber vivido todo el infierno anterior, estoy viviendo el momento de ahora gracias a hombres y mujeres que hacen posible que personas como yo tengamos otra oportunidad. Llevaba ocho años sin estar como estoy ahora. Me he dado cuenta de lo que es estar en la calle, solo, de cómo te mira la gente, o de cómo evita mirarte. Esa gente que cuando tenías posibilidades estaba a tu lado y que después ni se interesa en preguntarte cómo estás. Gente que te mira al pasar (si te miran) y hacen como si no existieras. Hasta parte de tu familia a la que tú has ayudado en todo lo que has podido, no se interesan en si sigues vivo o estás muerto. Me he dado cuenta de que todos los que hemos pasado por esa terrible situación, somos alguien y merecemos algo, por lo menos un poco de atención, ya no solo por parte de la gente corriente, también de las administraciones. Si no fuera por las ayudas privadas y de la Iglesia, la mayoría de nosotros no existiríamos. Nosotros tenemos parte de responsabilidad de encontrarnos así, pero los que queremos dar un paso adelante en nuestras vidas, necesitamos ayuda y comprensión.
Fuente: Al Encuentro. Cáritas Diocesana de Sevilla.
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