Si cayéramos en la cuenta del tesoro
que es orar,
si pudiéramos medir el poder sanador
de la oración,
si valoráramos suficiente tu impulso vital,
intentaríamos cada día sacar un rato
para Ti, Señor.
Orar es hablar la vida contigo,
es vivir la amistad más profunda
y fuerte posible en la vida,
es saberse acompañado y querido por Ti.
Orar es comunicarse íntimamente
contigo, Señor,
es acariciar la propia vida en tu presencia,
es reflexionar sobre tu mensaje,
aplicado a uno mismo,
es dejar que el Evangelio se haga vida
de mi vida.
La oración es el regalo que vivimos
tus amigos,
es la posibilidad posible de gozar
tu intimidad,
es la maravilla de sentirse entendido
hasta el hondón del alma,
es el tesoro oculto que dinamiza
la historia personal.
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