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domingo, 18 de agosto de 2019

¿Qué necesito purificar, en mí, a qué actitudes, creencias, hábitos…? ¿Y en mis ambientes? ¿Qué debería arder más?

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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»

Lucas 12, 49-53.



¿Vivo la fe de un modo acomodado, o comprometido? ¿Ser cristiano me ha acarreado algún enfrentamiento o división con personas cercanas? ¿Qué necesito purificar, a qué debo “prender fuego” en mí, a qué actitudes, creencias, hábitos…? ¿Y en mis ambientes? ¿Qué debería arder más?.
Jesús hoy nos invita a ser “coherentes”, no fundamentalistas sino como Él lo fue, con el fuego de su amor entregado hasta el extremo. Ser cristianos no es “el opio del pueblo”, no es un modo de tranquilizar la conciencia: es un compromiso sincero por un mundo mejor, cada uno en la medida de sus posibilidades, pero sin dejar de trabajar y luchar, “prendiendo fuego” a lo que nos estorba y el pecado que nos ata. Tengamos los ojos fijos en Jesús, y pidámosle que el fuego de su amor, que no quiere destruir sino purificar, prenda también en nosotros y nos convirtamos en parte de esa nube ingente testigos,  que hagan arder el mundo con el fuego del Evangelio

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