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viernes, 29 de noviembre de 2019

«Cambiar el mundo exige primero nuestra transformación interior»

JAVIER BENITO

Fuente: Archidiócesis de Burgos. 

Javier Benito Silvestre nació en Burgos en 1991. Estudió en León un curso de la carrera de Derecho, que finalizó posteriormente en la Universidad de Burgos. También posee estudios de Grado en Educación Social. Pertenece a la parroquia de Santo Domingo y tiene un hermano con el que vive junto con sus padres. Desde hace 14 años pertenece a la Juventud Obrera Cristiana (JOC), un movimiento del que es responsable diocesano desde hace poco más de un año. Sus señas de identidad son el componente cristiano y obrero, a la luz del Evangelio, para transformar la sociedad y hacerla más justa y solidaria.

Su vinculación a la JOC surgió a través de un sacerdote amigo de su madre, muy vinculada al movimiento juvenil de Acción Católica, que le animó a que asistiera a unos campamentos en Laguna de Duero, en Valladolid, organizados por este movimiento. «Asistí y me gustó mucho la experiencia, porque había estado antes en otros campamentos y estos eran muy especiales, ya que los jóvenes éramos protagonistas de las actividades, no meros espectadores. Además había un ambiente de cercanía y confianza, hablábamos de muchos temas que nos interesaban, de la realidad, de nuestros problemas y de cómo el Evangelio tiene las respuestas para cambiar la sociedad. Así empezó todo», recuerda.

Hoy aún se realizan estos campamentos a nivel regional y este año han participado 35 jóvenes. «No buscamos un número elevado, sino que los campamentos sean activos y los jóvenes protagonistas, para ello es conveniente no estar masificados», advierte.

Javier reconoce que en el ámbito local la JOC ha vivido «momentos mejores y peores, en los que hemos sido más y menos protagonistas en la diócesis. En estos momentos diría que nos sentimos acogidos y valorados». Recientemente han celebrado un acto de campaña en Burgos a nivel nacional, sobre las relaciones entre las personas, los roles de género y el papel de las redes sociales y asegura que han tenido «todo el respaldo de la diócesis, tanto a nivel institucional, como del resto de movimientos que han querido participar con nosotros. Creo que estamos en un buen momento».

En la JOC tenemos un pie dentro de la parroquia y otro fuera, porque debemos llegar a los jóvenes que no conocen el mensaje del Evangelio

Su reflexión ante el importante déficit de jóvenes en la Iglesia es que «quizá necesitamos encontrar la manera de acercarnos a ellos de forma atractiva y con las manos abiertas. Tenemos militantes en la JOC que no terminan de encontrar su sitio en las parroquias, aunque en otros casos, como el mío, eso no sucede y vemos en la parroquia un lugar de acogida para profundizar y vivir el Evangelio. Debemos hacer un esfuerzo por entender y comprender a los jóvenes».

«Tenemos dos realidades: los jóvenes que conocen a Jesús y la Iglesia y los que están totalmente alejados. En la JOC tenemos un pie dentro de la parroquia y otro fuera, porque debemos llegar a los jóvenes que no conocen el mensaje del Evangelio. Intentamos llegar al ambiente de esos jóvenes, a través de sus actividades laborales, en el trabajo o en el estudio, y hacemos un esfuerzo de adaptación y comprensión en cada caso. Hay jóvenes que lo están pasando muy mal, no tienen trabajo, viven en familias desestructuradas, sin apoyo, algunos no terminan los estudios, tienen una inestabilidad vital que les condiciona su comportamiento y en esas condiciones es muy complicado que acudan a la parroquia o entiendan que hay una Iglesia que está dispuesta a acogerles».

Lo importante, continúa, es «que sientan nuestra presencia, que nos tienen ahí con ellos, como amigos que quieren ayudarles y compartir lo que están viviendo. No buscamos hacer proselitismo, que se hagan militantes de la JOC, no es ese el objetivo. Nuestra misión es provocar un despertar en esos jóvenes y tratar de llevarles un mensaje de esperanza, porque el problema no es solo suyo, es también colectivo y debemos resolverlo entre todos. Y el Evangelio es un instrumento eficaz, porque transmite esperanza y nos ayuda a enfocar los problemas desde la solidaridad, el amor y sobre todo la alegría que es importante que sepamos transmitir. El valor fundamental que buscamos es lo que denominamos “hacer-hacer”, que el joven no sea pasivo, que tenga una puesta en acción y transmitirle que Dios le ama y desea para él una vida digna, basada en el amor y la solidaridad con los demás».

La tarea es complicada, admite, porque existen muchos prejuicios. «Muchos jóvenes vinculan la Iglesia con la inquisición, las imposiciones, la pederastia… y ello es un freno para la evangelización. Tenemos que hacer todos un esfuerzo. La experiencia de llevar el Evangelio a otras personas es muy bonita y lo intentamos hacer con naturalidad, con el testimonio de vida, que es lo importante. Además, la semilla del Evangelio lleva consigo la esperanza de que otro mundo es posible».

Como indica el propio nombre del movimiento, uno de los ámbitos principales donde se afanan en cambiar el mundo «es el del trabajo, que repercute directamente en la dignidad de las personas y que afecta a la vida diaria. Las condiciones laborales son uno de los ejes principales para transformar, porque para los jóvenes supone la base de nuestro proyecto de vida, debemos buscar la dignidad en nuestro medio de trabajo en salarios, horarios y tiempo de ocio y unas relaciones sociales y laborales en las que la persona debe situarse en primer lugar, dejando espacio a la participación y el desarrollo personal. De todo ello se derivan otros temas como el acceso a la vivienda, la participación política…etc.», explica.

«El cambio material en las estructuras es necesario, pero es imprescindible una transformación interior de cada uno de nosotros», matiza. «Porque los cambios deben comenzar por desprendernos de nuestro propio ego para pensar en los demás y valorar a los otros, para compartir lo que tenemos. El cambio debe comenzar por nosotros mismos».

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