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martes, 10 de marzo de 2020

«Hay que tirar para adelante tengas lo que tengas. Mientras hay esperanza, hay vida»

rodrigo de mateo vida

Fuente: Archidiócesis de Burgos.

Rodrigo de Mateo tiene espina bífida, pero su silla de ruedas no le impide cumplir con sus aficiones y conquistar sus metas. «La vida son dos días y hay que disfrutarla a tope», afirma.

Es aficionado del Real Madrid y un entusiasta del mundo taurino. Se considera «un tipo majete», «bastante simpático» y «solidario con quien lo necesita». A sus 33 años, Rodrigo de Mateo Benito es un joven como todos los de su edad, al que también le gusta navegar por internet, detenerse en la web mundotoro.com para conocer todo lo que se cuece en ese mundo, actualizar su muro de Facebook y escuchar todo tipo de música. Su grupo favorito, revela, es La voz del desierto, el conjunto formado por sacerdotes de la diócesis de Getafe que evangeliza a ritmo de rock. Y es que Rodrigo también se considera católico «desde el día que me bautizaron».

La silla de ruedas a la que está atado desde el inicio de su existencia no parece suponer para él ningún obstáculo. Es más, asegura que eso le ha hecho tirar «siempre para delante» pues «la vida son dos días y hay que disfrutarla a tope». De hecho, siempre que puede le gusta ir al bar a ver los partidos de fútbol con sus amigos o participar en tertulias con sus colegas taurinos. Sin olvidar las sesiones de televisión viendo CSI, su serie preferida, o las tardes de paseo junto a su madre, Socorro, quien no se separa nunca de él.

Ella fue la que el 18 de junio de 1986, un día después de nacer Rodri, decidió «apostar por la vida», tal como recuerda emocionada y con los ojos vidriosos. Su marido estaba en Ibiza de viaje y a ella se le adelantó el parto. El niño nació con siete meses y con apenas 1.800 gramos de peso. Como madre primeriza, preguntaba qué tal se encontraba su hijo, pero solo recibió por respuesta que «tenía una pequeña heridita». Hasta que el médico la llamó a su despacho y le reveló la gravedad del problema. El pequeño nació con espina bífida, una afección del tubo neuronal consecuencia de un desarrollo imperfecto del feto, que al impedir que se cierre completamente la columna vertebral, causa daños en los nervios y la médula espinal. «Me dijeron que el niño tenía pocas defensas y podrían aparecer infecciones en la médula espinal y que debía decidir en menos de 24 horas si operábamos al niño. En nosotros estaba operarlo y esperar que saliera adelante la intervención o dejarlo tal cual y esperar que muriera en unos días, como decidían algunos padres», recuerda todavía hoy con cierto asombro. «Llamé a mi marido y le conté todo. Queríamos a nuestro hijo tal como había venido y haríamos lo posible por salvarlo. Fue una lucha por la vida desde el minuto uno. Fue duro, durísimo, pero hoy Rodrigo es un cielo, el rey de casa. Estoy súper contenta, me alegro de haber tomado esa decisión», revela. Mientras él apostilla con una sonrisa: «Aquí estoy, vivito y coleando».

«Fue una lucha por la vida desde el minuto uno. Fue duro, durísimo, pero hoy Rodrigo es un cielo, el rey de casa»

Rodrigo vive anclado a la silla desde su infancia. De cintura para abajo, no siente nada ni puede mover las articulaciones. Eso le obliga a ir cada cierto tiempo al fisio «para que no se me atrofien los músculos» y pasar alguna que otra temporada en el hospital nacional de parapléjicos de Toledo «para pasar la ITV a mi cuerpo serrano», bromea, o meter varios goles jugando al futbolín incluso al mismo rey Felipe, como cuando realizó una visita institucional al centro hace algunos años. También participan en las actividades de APACE, la asociación burgalesa de parálisis cerebral.

En estos 33 años, su madre Socorro ha visto cómo la sociedad ha cambiado con respecto al modo de mirar y tratar a personas como su hijo. Recuerda cómo en sus primeros años de vida, transcurridos en el pueblo, Canicosa de la Sierra, no había rampa de acceso al colegio ni a la iglesia y tuvieron que solicitarlas. Una vez en Burgos, Rodrigo estudió en el Francisco de Vitoria y en el instituto Comuneros de Castilla por ser los centros que tenían mejores accesos y servicios para Rodrigo. Y, respecto al trato con la gente, reconoce que el joven nunca ha tenido dificultades: «Es un chico muy sociable, nunca ha tenido problemas y sabe relacionarse con todo el mundo. Cuando vamos por la calle, saluda a gente a la que no conozco porque él dice que hay que hablar con todos», reconoce su madre mientras él afirma: «Me gusta darle a la sinhueso». Ahora, incluso, se preparan con ilusión para vivir unos días de vacaciones en Benidorm, donde Rodrigo tendrá todo lo necesario para descansar, aprender e, incluso, ir a la playa.

El valor de la vida

Tanto él como Socorro reconocen que este tipo de vida tiene sus «limitaciones», pero intentan sobrellevarlo todo de la mejor manera posible y siempre con una sonrisa. «Yo digo que en el mundo hay guapos, feos, cojos, mancos… hay de todo, pero hay que vivir con lo que sea. Igual vienen las cosas para los que están en silla como para los que no, hay que seguir y vivir la vida con lo que te viene, con lo bueno y lo malo», relata Socorro. «Lo de tirar la toalla no va conmigo, si no, no hubiera optado por sacar adelante a mi hijo. A mí me gusta la vida, yo apuesto por la vida», sentencia. Parecida opinión es la que mantiene Rodri, quien a pesar del frío que ha pasado en la antigua plaza de toros o la envidia que le produce a veces ver salir a su hermano Ramón de fiesta tiene continuamente en sus labios un mensaje de esperanza: «Cuando uno está en una silla hay que tirar para adelante, tengas lo que tengas. Hay vida. Mientras haya esperanza hay vida», sostiene convencido, mientras afirma que «aún con limitaciones, se puede ser muy feliz».

«Aún con limitaciones, se puede ser muy feliz», asegura este joven. «La vida son dos días y hay que vivirla a tope».

«Me gusta tener a Jesucristo en mi corazón; no solo venir a misa, sino aprender más de él, que es la luz del mundo».

En el día a día, Rodrigo y Socorro aseguran que la fe también les ayuda pues, sin ella «no entenderíamos nada de lo que nos ocurre». Para el joven, participar en las actividades de formación en su parroquia –San Martín de Porres– y en la celebración de los sacramentos suponen un acicate a la hora de mantener encendida la ilusión: «Me gusta tener a Jesucristo en mi corazón; no solo venir a misa, sino aprender más de él, que es la luz del mundo». «Sin fe no se puede ir a ningún sitio y yo procuro leer la Biblia por Internet e ir a misa y si no puedo, la veo por la tele».

Entrega y gratitud

En medio del debate social generado en las últimas semanas, Socorro sostiene que el valor de la vida debe estar por encima de cualquier otra consideración pues, asegura, «ha aprendido muchísimo» de su hijo: «Creo que somos egoístas, que no nos damos cuenta de lo que tenemos cuando estamos bien y ellos, que no tienen nada, cómo sonríen a la vida y te agradecen tu ayuda. Son agradecidísimos, es una maravilla. Tú les das lo que puedes y ellos te devuelven muchísimo más».

Rodri, por su parte, reafirma convencido ese agradecimiento: «Yo soy feliz, muy feliz por la familia que tengo, mis abuelos, mis tíos, primos, mi hermano Ramón, mi padre… Los meto a todos en una cajita pequeña y los quiero a todos». Y a su madre, en concreto, le dice: «Muchísimas gracias por la vida que me ha habéis dado. Eres la mejor madre que tengo», y concluye «con el dicho», una vez más, «soy feliz como una perdiz».

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