Fuente: Diócesis de Canarias.
Miles de familias, miles de personas carecen de vivienda propia. Creo que hay dos bloques de situaciones muy diferentes Por una parte están los “sin techo”, personas que carecen de un lugar donde guarecerse y con las típicas características de la mendicidad; a veces personas bastante deterioradas en sus formas de vida y relaciones. Por otra parte están las familias que no viven ese grado de exclusión. Están perfectamente incluidas pero están explotadas: cajeras, reponedores, parados, hasta autónomos, etcétera, que están con el agua al cuello; no es que no lleguen a fin de mes sino que, además, no saben cómo pagarán los recibos que llegan a primeros de mes.
El primer grupo (“sin techo”) está en las cloacas de la sociedad. Normalmente, han sido trabajadores pero la dureza de la vida o alguna circunstancia familiar les ha ido orillando y hoy son “descartados”, podrían desaparecer y no se resentiría el aparato social. De hecho pasa, como cuando un mendigo se murió en el banco frente a un centro de salud en nuestra ciudad. El segundo bloque es distinto: es el motor de la economía. Sé que pocos creen esto aunque es de sentido común. El motor es el trabajo. La fuente de toda riqueza.
La situación límite en que viven los “excluidos” es un asunto, desde el punto de vista económico, fácilmente solventable con muchísimo menos del 0,7% del PIB; muchísimo menos. Lo que pasa es que no se quiere hacer porque no hay voluntad política.
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