Cecilia Cortacans.- Cuando era pequeña estaba de moda un poemita del que hoy solo recuerdo el inicio “¿Qué tendrá lo pequeño que a Dios tanto le agrada?”…
Ya los clásicos griegos hablaban del valor de la repetición de actos pequeños para poder adquirir un hábito y la naturaleza nos lo vuelve a recordar cada año cuando nos deja disfrutar de hojas y flores preciosas, de arbustos, de árboles en cuyo comienzo solo hay pequeñas semillas.
Lo pequeño puede parecernos insignificante, como si tuviera pocos adeptos porque carece de brillo, y sin embargo en la base de obras muy grandes siempre encontramos la fuerza, la constancia de lo pequeño. Muchas pinceladas certeras generan una obra de arte, muchas pequeñas, casi invisibles puntadas crecen un tapiz único, muchos copos de nieve cubren nuestro Teide y llenan galerías de agua…
Posiblemente no esté en manos de todos ser héroes intermitentes de un día, ¿o sí? Aunque sirva de poco… lo que si podemos es ser valientes contantes cada día en lo pequeño.
Siempre es bueno no olvidar aquella historia que nos contaban en la que se afirmaba que por un pequeño clavo mal puesto en una herradura de un caballo se perdió una importante batalla. ¡Por un clavo!
Una situación tan nueva y tan extraña como la que nos toca vivir a causa del coronavirus ha venido a recordarnos el valor de lo pequeño, del gesto sencillo, de la palabra amable, de la sonrisa franca y sincera, del valor de encontrarse, del abrazo cordial, del apretón de manos sentido, … y nos ha puesto de manifiesto una vez más el valor único, incalculable de la persona humana, capaz de los mayores heroísmos, capaz de las acciones más sencillas, pero llenas de grandeza, capaz de hacer el bien.
Nos lo dijo el Génesis, “Varón y hembra. A imagen de Dios los creó” (Gen 1,27) Y nos lo dejó muy claro Jesús en el Evangelio “Lo que hicisteis a uno de mis hermanos pequeños, a Mí me lo hiciste” (Mt 25,49).
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