"Tendremos que
hacer un esfuerzo evangélico de austeridad pensando en los más
pobres, privarnos de parte de lo que tenemos para compartir con
quienes más lo necesitan y, sobre todo, descubrir juntos que la
mayor fecundidad de nuestra vida siempre se ha dado cuando
hemos partido de nuestras pobrezas y limitaciones. Junto con ello,
habremos de aumentar nuestro compromiso de salir de nuestras
realidades eclesiales para acompañar a cuantos sufren y para tratar
de transformar las estructuras generadoras de ese sufrimiento.
Como Iglesia, no podemos «quedarnos en casa», no podemos
permanecer al margen. Nuestra misión continúa siendo construir
puentes. Es cierto que, de algún modo, nuestra casa es espacio de
protección, en el que nos sentimos seguros. Sin embargo, en tanto
que Iglesia, seguimos estando llamados a hacernos presentes, a
través de los distintos medios con los que contamos, en los sufrimientos de cuantos están a nuestro lado. Hemos de compartir con
ellos el tesoro de la fe, que nos ofrece la certeza del amor personal
y personalizado de Dios. Así debe ser siempre, pero más aún en un
contexto en el que un pequeño virus ha paralizado nuestras vidas, a
nivel personal y social. Despreciar a Dios y vivir como si no existiera
nos había conducido a eludir todo lo referido al sufrimiento y la
muerte. Nos creíamos eternos. Uno y otra, sufrimiento y muerte,
parecen haber vuelto de repente, mostrándose implacables con
todos, pero afectando de forma distinta a unos y otros. Efectivamente, como siempre, quienes más están sufriendo son los más
vulnerables: enfermos y ancianos, pobres y marginados socialmente. Ellos han de ser nuestros predilectos.
Esta pandemia ha acelerado no pocos de los problemas que
ya teníamos como sociedad: la crisis económica, la polarización
política, el drama de la inmigración, la fractura social. Como Iglesia,
también nosotros debemos acelerar nuestras respuestas. Lo hemos
hecho durante la cuarentena y hemos de continuar haciéndolo para
ofrecer lo mejor que somos y tenemos a quienes más nos necesitan.
En este sentido, no podemos olvidar que nuestra fe es, en esencia, diálogo. Diálogo con Dios, pero también diálogo el mundo, con
los hombres y mujeres que están a nuestro lado, con la cultura".
Francisco Cerro. Carta Pastoral "Sal y Luz".
Arzobispo de Toledo.
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