Sr. Cardenal-Arzobispo de Barcelona y Presidente de la Conferencia Episcopal Española; Sr. Arzobispo de Zaragoza; Sr. Obispo de Tenerife; Sr. Obispo de Barbastro-Monzón; Sr. Obispo de Teruel y Albarracín; querida familia de D. Damián; queridas Hermanitas de los Ancianos Desamparados; queridos hermanos sacerdotes; queridos hermano diácono; Sra. Subdelegada del Gobierno; Sr. Alcalde y miembros de la Corporación Municipal; autoridades civiles, militares y académicas; queridos hermanos y hermanas:

1) En esta Eucaristía damos gracias al Dios de la vida por la vida de D. Damián; pedimos que el Señor le acoja en el abrazo de su eterna misericordia y nos confortamos recíprocamente con la esperanza de la resurrección.

Fiel a su lema episcopal “El último de todos y el servidor de todos”, D. Damián Iguacen predicó con su vida y sus palabras a Jesucristo Vivo, que hoy nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida”. “Si en el misterio de la encarnación la eternidad ha entrado en el tiempo, en la resurrección el tiempo se ha abierto a la eternidad”.

Estoy seguro de que D. Damián, fiel a su espíritu humilde y sencillo, desearía que en esta eucaristía ni se cuente ni se cante su vida. Pero tenemos que dar gracias al Dios de la vida por D. Damián y a D. Damián por su vida y su testimonio.

En las expresiones “yo soy” del evangelio según san Juan, siempre hay un contenido de vida, una exigencia y una promesa. Jesús nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Jesucristo es el pan de vida; la luz del mundo; la puerta de las ovejas; el Buen Pastor; la resurrección y la vida; el camino, la verdad y la vida; la vid. En este caso, la exigencia es: “el que cree en mí”, “el que está vivo y cree en mí”. La promesa es también doble: “aunque haya muerto vivirá”, “no morirá para siempre”. Esta es nuestra certeza. Esta es nuestra confianza. Creer en Jesús significa apoyarse en Él, escuchar su palabra, abrirse a su anuncio, descubrir su persona, su vida y su mensaje.

A quien cree en Él, Jesús le asegura que no morirá para siempre y aunque haya muerto vivirá. No es un sueño que nos separa de la construcción del mundo. No es una utopía que nos adormece. Es una certeza que nos da una orientación decisiva en nuestra vida. A partir del encuentro con Jesucristo cambia nuestra vida, se reorientan nuestros criterios y valores.

2) El gozoso anuncio se hace buena noticia en el texto del Apocalipsis que hemos proclamado: Dios nos prepara un cielo nuevo y una tierra nueva, donde el mar no existe. Para el pueblo de Israel, pueblo de interior, el mar representa la incertidumbre, el riesgo. También nosotros decimos: “estoy en un mar de dudas”, “estoy mareado” (es decir: tengo el mal del mar). Así sucede cuando nos sentimos zarandeados, sacudidos por los acontecimientos. Pues bien, el mar, la inseguridad, las aguas procelosas ya no existen en la nueva realidad que el Señor nos concede.

Se trata de un regalo que desciende del cielo, de parte de Dios. Este descenso de la nueva Jerusalén indica su origen divino. Se trata del regalo de una alianza nueva, definitiva, eterna, que se expresa según el modelo de la primera alianza: “He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, y el “Dios con ellos” será su Dios”.

La muerte, que es inexorable, se convierte en un tránsito. Y se describe la nueva y eterna situación con palabras muy expresivas: Dios “enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido”. Hay algo nuevo, distinto, inexpresable: “Mira, hago nuevas todas las cosas”.

Jesucristo Resucitado nos dice: “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin”. Realmente, Él es la primera y la última de las letras del abecedario, y todas las letras en su conjunto. D. Damián, con el testimonio de su vida, con el ejemplo, y también con sus palabras ha anunciado incansablemente que Jesucristo era para Él el principio y el fin y todo lo que se desarrolla en medio de estos puntos.

 D. Damián experimentó la bondad y el amor de Dios. Vivió su identificación con Jesús en un camino propio de encuentro vital y se transformó en apóstol del amor de Jesucristo.

Cuenta la tradición que un anciano rabino que solía pasear cada atardecer junto al río con su viejo libro de oraciones bajo el brazo. Pero una tarde, en su paseo vespertino, olvidó el libro de las plegarias, y se dijo a sí mismo: – “¿qué puedo hacer si no recuerdo las oraciones, porque mi memoria ya es débil?”. Y dirigiéndose a Dios dijo: – “Ya sé lo que haré: recitaré cinco veces seguidas las letras del abecedario, y cuando las letras lleguen hasta ti, compón con ellas la más bella de las oraciones”. Y así fue: en el cielo se compuso una bellísima plegaria.

El ministerio de D. Damián ha ido madurando día a día, con todas las letras del abecedario.

– Con la A  del amor y la amabilidad.

– Con la B de la bondad y la benevolencia.

– Con la C del cariño y la comprensión.

– Con la D de la dulzura y la delicadeza.

– Con todas las demás letras: con la E de la entrega y el entusiasmo; con la P de la paciencia y de la paz; con la R del respeto y la responsabilidad; con la T del trabajo y la tenacidad.

– Con la Z del zambullirse en la vida de cada día, llena de alegrías, gozos y penas, ilusiones, júbilo y dificultades. Supo zambullirse en la vida, y muchas veces nadar contra corriente, para llegar a buen puerto.

3) D. Damián supo pastorear desde la sencillez y la humildad, porque conocía al Buen Pastor.

“En una reunión familiar, un célebre actor dramático fue solicitado para hacer una demostración de su talento y de su arte. El actor aceptó y pidió que alguien sugiriera el pasaje que iba a recitar. Un clérigo, también miembro de la familia, sugirió el salmo del Buen Pastor (salmo 23). El actor aceptó, con una condición: que el sacerdote recitara, después de él, el mismo salmo.

– No soy orador -se disculpó el sacerdote-, pero ya que usted lo desea, lo haré.

El actor recitó el salmo magníficamente. Su voz y su dicción fueron perfectas. Todos estaban pendientes de sus labios. Al terminar su “actuación” estallaron calurosos aplausos.

Entonces lo tocó recitar el salmo al clérigo. Su voz sonaba un tanto áspera y su dicción algo entrecortada. Pero las palabras brotaban como si estuvieran vivas, y el ambiente parecía embargado por un misterio espiritual. Cuando acabó, siguieron unos momentos de silencio reverente; a algunos les asomaban las lágrimas.

El actor se puso en pie y dijo con voz emocionada: – Yo he llegado a vuestros ojos y oídos; pero nuestro sacerdote ha llegado hasta vuestros corazones. La razón es, sencillamente ésta: yo conozco el salmo; ¡pero él conoce al Pastor!”.

D. Damián nos ha acercado a Jesucristo Buen Pastor que nos hace recostar en verdes praderas; que nos conduce hacia fuentes tranquilas y repara nuestras fuerzas; que nos guía por el sendero justo, por el honor de su nombre, y prepara ante nosotros la mesa de su palabra y de su cuerpo.

4) El funeral por un obispo es su última y definitiva homilía. Se le acerca al altar, se le sitúa con la cabeza junto al presbiterio, desde donde, tantas veces, él mismo ha presidido la eucaristía. A diferencia de los demás fieles, cuyo féretro se coloca mirando al altar, al obispo, como al sacerdote, se le sitúa frente al pueblo, indicando su misión sacerdotal.

            La homilía que pronuncia desde sus restos mortales es silenciosa, pero vibrante y elocuente. Ahora ya no usa palabras, ni sonidos, ni gestos. Todo su ser, expresa toda su vida. Hoy D. Damián se dice totalmente, porque ha dicho definitivamente a Dios nuestro Señor: ¡Amén!

D. Damián no solamente anuncia que Jesús resucitó en un momento definido de los siglos precedentes, sino que nos comunica que Cristo sigue vivo, que su resurrección conmueve el cómputo del tiempo y que su presencia viva y vivificante estimula nuestros pasos y acompaña nuestros proyectos.

Hoy resuena en los oídos de nuestros corazones toda la vida y todo el testimonio de D. Damián que nos diría: “no os canséis de hacer el bien”. Que el Señor le conceda la paz, la luz que no se extingue y el descanso eterno.

+ Julián Ruiz Martorell
            Obispo de Huesca y de Jaca