De esta manera, y a lo largo de estas cuatro intensas y esperanzadas semanas, tenemos el reto de avanzar gradualmente en la fe. Y lo hacemos de las manos de la mejor y más noble, tierna y bendita MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA. Ella no se cansa de esperar por cada uno de nosotros.
No se cansa de sonreír desde lejos, y de preparar su cariñoso, abrazo a quiénes esperan con entusiasmo la llegada de su divino Hijo. Hemos de aprender como ella, a estar firmes en la espera del Señor, y, pedirle cada día de nuestra vida, especialmente en este tiempo de Gracia, que se nos regala, nos enseñe a caminar.
Somos conscientes que por nuestra cuenta y riesgo no podemos alcanzar la meta. Para ello, hemos de cultivar comunitariamente, a través de las celebraciones litúrgicas, y en el plano más personal, el compromiso serio de allanar las sendas de la vida potenciando durante la primera semana del Adviento, el diálogo. En la segunda, la acogida. En la tercera, la alegría. Y en la cuarta, la misión corresponsable y apasionada.
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