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lunes, 7 de marzo de 2022

La limosna en tiempo de Cuaresma

 


Del dar al dar-se, signo de conversión
Por Vicente Martín Muñoz, director del secretariado de la Subcomisión para la Acción Caritativa y Social

La limosna, junto al ayuno y la oración, es condición y expresión de conversión, porque supone una apertura a los otros y ayuda a vivir una fe más auténtica, una esperanza más viva y una caridad más operante. Jesús en su predicación invita a practicar la limosna como gesto de amor al prójimo y como acto salvífico, haciendo de ella un requisito para acercamiento al Reino de Dios (cf. Lc 12,32-33) y camino para la santificación, según el protocolo de Mt 25: “tuve hambre y me distes de comer”. 

La palabra “limosna” tiene mala prensa, probablemente a causa de malas prácticas, que han hecho de ella algo humillante e ineficaz para resolver el problema de la pobreza. Suena a beneficencia, a dar de lo que sobra y a “acallar” la conciencia. Sin embargo, en la tradición bíblica la limosna es signo de compasión y, lejos de suponer un acto de puro paternalismo, equivale a hacer justicia en nombre de Dios a quienes no se la hacen los hombres. En ese sentido, la limosna suple de momento la falta de justicia, pero no renuncia a ella y la reclama.


El sentido actual de la limosna no es simplemente “dar”, sino “dar-se”, hacer de aquella un don de sí mismo para los demás. San Pablo nos enseña que no es una simple acción: “podría repartir en limosna todo lo que tengo… si no tengo amor de nada me sirve” (1ª Cor 13,3). La limosna resulta insuficiente si en ella no se puede percibir el amor por el que sufre, un amor que se alimenta del encuentro con Cristo. Así la participación en las necesidades y sufrimientos del otro se convierte en un dar-me a mí mismo, lo cual implica gestos de ternura y cuidados, pero, también, compromiso por el bien común y la transformación de estructuras sociales injustas que provocan sufrimiento y exclusión. El voluntariado social, por ejemplo, en Cáritas, es una buena manera de canalizar este dar-se gratuitamente y de manera organizada al servicio de los últimos de nuestra sociedad.

En este tiempo de pandemia enfermos, ancianos, migrantes, personas sin hogar, familias vulnerables… nos piden dignidad, no limosna, y esperan nuestros oídos, corazones y manos, para mostrarles con gestos concretos el rostro misericordioso de Dios. El modelo, como propone Fratelli tutti, es el buen samaritano que, con entrega y gratuidad, cuida la fragilidad humana con proximidad solidaria y atenta, se hace cargo del dolor sin pasar de largo de los que están al costado de la vida, y lo hace con otros, no individualmente, buscando ese “nosotros” que sea más fuerte que la suma de acciones individuales. 

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