San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, laico indígena, padre de familia, converso al cristianismo gracias a la presencia de los franciscanos en la Ciudad de México, a quien se le apareció la Virgen de Guadalupe. Nació hacia 1474 en Cuauhtitlán (México). De origen chichimenca fue bautizado y educado en la fe católica por los franciscanos. Juan Diego murió el 30 de mayo de 1548. Fue beatificado el 6 de mayo de 1990 y en 2002 canonizado por el papa Juan Pablo II.
Palabras del papa Juan Pablo II en la homilía de beatificación de Juan Diego
El 6 de mayo de 1990 tuvo lugar en México, durante el viaje apostólico de Juan Pablo II a ese país, tuvo lugar el acto de beatificación de Juan Diego. En la homilía el Santo Padre destacó el ejemplo de humildad, su fe sencilla, su confianza en Dios y en la Virgen y su pobreza evangélica.
“Su amable figura es inseparable del hecho guadalupano, la manifestación milagrosa y maternal de la Virgen, Madre de Dios, tanto en los monumentos iconográficos y literarios como en la secular devoción que la Iglesia de México ha manifestado por este indio predilecto de María.
A semejanza de los antiguos personajes bíblicos, que eran una representación colectiva de todo el pueblo, podríamos decir que Juan Diego representa a todos los indígenas que acogieron el Evangelio de Jesús, gracias a la ayuda maternal de María, inseparable siempre de la manifestación de su Hijo y de la implantación de la Iglesia, como lo fue su presencia entre los Apóstoles el día de Pentecostés.
Las noticias que de él nos han llegado encomian sus virtudes cristianas: su fe sencilla, nutrida en la catequesis y acogedora de los misterios; su esperanza y confianza en Dios y en la Virgen; su caridad, su coherencia moral, su desprendimiento y pobreza evangélica.
Llevando vida de ermitaño aquí, junto al Tepeyac, fue ejemplo de humildad. La Virgen lo escogió entre los más humildes para esa manifestación condescendiente y amorosa cual es la aparición guadalupana. Un recuerdo permanente de esto es su rostro materno y su imagen bendita, que nos dejó como inestimable regalo. De esta manera quiso quedarse entre vosotros, como signo de comunión y de unidad de todos los que tenían que vivir y convivir en esta tierra”.

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