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domingo, 28 de septiembre de 2014

LA CATEQUESIS DE LOS CATEQUISTAS

  
Lo que el Papa Francisco espera de los catequistas. Ante el 'Día de la Catequesis'
Hace un año miles de catequistas se reunían en Roma en un congreso internacional. El Papa tuvo dos importantes intervenciones. En su discurso del viernes 27 de septiembre, Francisco trazó lo que podríamos denominar la catequesis de los catequistas. Y en la homilía del domingo 29 aplicó la correspondiente de la Palabra del domingo 26 del tiempo ordinario, ciclo C, a la identidad y a la misión de los catequistas, imprescindibles cooperadores de la Iglesia. Reproducimos, ante el Día de la Catequesis a celebrar este domingo 28, el artículo de Jesús de las Heras, director de Ecclesia.
A luz de sus dos espléndidas intervenciones, he aquí las claves, de lo que el Papa Francisco espera de los catequistas, una aportación todavía más precisa y preciosa al comenzar también un nuevo curso catequético.
1.- La identidad
El primado, lo primero es ser catequistas, no solo  trabajar como catequistas. Ser catequista es una vocación y un servicio. Ser catequista significa dar testimonio de la fe; ser coherente con la propia vida.
Catequista es  que custodia y alimenta la memoria de Dios; la custodia en sí mismo y sabe despertarla en los demás. El catequista es precisamente un cristiano que pone esta memoria al servicio del anuncio; no para exhibirse, no para hablar de sí mismo, sino para hablar de Dios, de su amor y su fidelidad. Hablar y transmitir todo aquello que Dios ha revelado.
El catequista, pues, es un cristiano que lleva consigo la memoria de Dios, se deja guiar por la memoria de Dios en toda su vida, y la sabe despertar en el corazón de los otros. Esto requiere esfuerzo. Compromete toda la vida.
El catequista es un hombre de la memoria de Dios si tiene una relación constante y vital con él y con el prójimo; si es hombre de fe, que se fía verdaderamente de Dios y pone en él su seguridad; si es hombre de caridad, de amor, que ve a todos como hermanos; si es hombre de paciencia y perseverancia, que sabe hacer frente a las dificultades, las pruebas y los fracasos, con serenidad y esperanza en el Señor; si es hombre amable, capaz de comprensión y misericordia.
2.-  Volver a partir desde Cristo en un doble movimiento: ser discípulo y después misionero
Esto significa, en primer lugar, tener familiaridad con Él.  ¡Permanecer en Jesús!  Solo así el catequista dará fruto. ¡Dejarse mirar por el Señor! Después, volver a partir de Cristo significa también imitarlo en el salir de sí mismo e ir al encuentro del otro. El corazón del catequista vive siempre este movimiento de “sístole – diástole”: unión con Jesús-encuentro con el otro. Son las dos cosas: yo me uno a Jesús y salgo al encuentro con los demás. Si falta uno de estos dos movimientos el corazón no late más, no puede vivir.
Asimismo, volver a partir de Cristo significa no tener miedo de ir con Él a las periferias.  Si un cristiano sale por las calles en las periferias, puede tener, sí, un accidente… Tantas veces hemos visto accidentes… Pero –dice el Papa- “¡prefiero mil veces una iglesia accidentada y no una iglesia enferma! ¡Una iglesia, un catequista que tenga el valor de arriesgar para salir y no un catequista que sabe todo, pero cerrado siempre y enfermo!”.
3.- Amor, fidelidad, alerta
“Ser” catequistas requiere amor, amor a Cristo cada vez más fuerte, amor a su pueblo santo. El catequista debe amor a Jesucristo y a su Iglesia. Debe amar, pues, a sus catequizandos. El catequista ha de vivir y mostrar la doctrina cristiana en su totalidad. Sin quitar ni agregar.
Y por ello el catequista ha de evitar y alertar del riesgo de apoltronarse, de la comodidad, de la mundanidad en la vida y en el corazón, de concentrarnos en nuestro bienestar, en su propio yo y en nuestro propio grupo.

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