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miércoles, 1 de noviembre de 2017

Espíritu Misionero. La Resurrección en la Biblia


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La Resurrección es un hecho fundamental en la fe del cristiano que debe ser conocido y profundizado por todo creyente, particularmente en el tiempo pascual. Intentaremos en este estudio desglosar los distintos significados enmarcados por el mismo término e investigar su riqueza:

– Etimología:
El N.T. es el tomo de la Biblia donde más se habla de la Resurrección. Para ello se emplea el término griego Anástasis (resurrección), que está emparentado con Anastao (sacar, levantar). El vocablo castellano proviene del latín “Resurrectio”, que también tiene el significado de resurgir. De manera que resucitar significaría levantarse, salir o ser sacado de entre los muertos. Los muertos yacen acostados, por eso volver a la vida se entiende como “levantarse”.

– La resurrección como fenómeno:
El fenómeno de “volver a la vida” y la resurrección “bíblica” no son siempre la misma cosa, aunque están profundamente relacionados. En Gn 2, 7 se describe el origen de la vida: el cuerpo es moldeado de arcilla y lo que da la vida es el soplo vital, el ruaj o pneuma (a la vez aliento y espíritu, en hebreo y griego). La muerte entonces se entendería como en la separación del principio vital del cuerpo (…porque eres polvo y al polvo retornarás. Gn 3, 19). En consecuencia, la resurrección sería la reunión de la materia corpórea con el “principio animador” o alma (cf. 1 Re 17,17ss; 2 Re 4,18-37). La imagen más extrema de la “vuelta a la vida” en el sentido corpóreo está figurada en la profecía de Ezequiel 37, 1-10.

La resurrección como esperanza en el A.T.:
Al explicar el origen del sufrimiento, el texto de Gn 3 establece una relación causa-efecto entre el pecado y la muerte. Todo lo que implicaba enfermedad o muerte era visto como producto del pecado, mientras que, por una analogía inversa, todo lo bueno (salud, prosperidad) era visto como señal de bendición. De allí se derivó en el antiguo Israel el concepto de teología retributiva, que quiere decir que Dios te da salud, descendencia y bienes materiales en la medida en que gozas de su favor por tus oraciones, sacrificios y ofrendas (un ejemplo de ello es el desconcierto de Job frente a la prueba: si Job era justo ¿por qué pierde todo?). El “punto débil” de la teología de la retribución está en la muerte: ¿acaso la mayor bendición no es la vida? ¿De qué te vale tener bienes si igual has de morir? Y si irremisiblemente mueres ¿para qué sirve vivir? ¿Qué sucede al creyente al morir? (Qo 3;12,7) ¿Qué diferencia existiría entonces entre ser bueno y ser malo si todos mueren igualmente? La inserción de estas reflexiones en el pensamiento teológico de Israel dio paso a una nueva etapa en la Revelación donde la muerte se empezó a entender como un nuevo estadio (el Seol) (Sir 17,25ss) y la resurrección se fue perfilando como una nueva esperanza (Is 26,19; OS 13,14) para los que son fieles a Yahvé. Dios se convierte entonces en el liberador de Israel de las garras de la muerte (Is 25,8). Esta certeza de una vida futura es ya un hecho en la época de los Macabeos (2 Ma 7).

– Jesús y la resurrección:
Sólo un profeta poderoso como Elías podía resucitar a un muerto. Jesús no solo resucitó a la hija de Jairo (Mt 9,18-26), sino que superó a Elías al resucitar un cadáver con 4 días de descomposición (Jn 11,39). También al morir Jesús, varios muertos resucitaron (Mt 27,52). Sin embargo lo más importante es que Jesús se identifica a sí mismo con la Resurrección (Jn 11,25-26) y tras anunciar su anunciar su futura resurrección (Mc 8,31) la ejecuta (Mt 28; Mc 16; Lc 24; Jn 20). La resurrección de Cristo no es solo una vuelta a la vida corpórea, sino un nuevo estado de vida en el cual Él posee un cuerpo real pero libre de las limitaciones materiales (come Lc 24,30.41-43; no está sometido al espacio ni al tiempo Mt 28,9.16-17; Lc 24,15.36; Jn 20,14.19.26;21,4; luce como desea Jn 20,14-15; Mc 16,12; Lc 24,16). Jesús conserva las señales de su Pasión, aunque no todas (Lc 24,40; Jn 20,20.27), sino solamente las que le fueron hechas en la cruz, pues su sacrificio es eterno y está eternamente ligado a la raza humana. Las víctimas ofrecidas en el altar del Templo se consumían, tras lo cual el oferente tenía la necesidad de una nueva víctima para expiar culpas futuras. Jesús conserva las señales que recibió en el altar de su sacrificio (la cruz); éstas no se borran porque el sacrificio de Cristo no es perecedero, sino que la ofrenda está siempre viva.
La Resurrección también implica el culmen de una misión. Al encarnarse Jesús se despoja de todo (Fil 2,6-8), al resucitar lo recobra todo por virtud de su entrega (Mt 28,18). A partir de ese momento es constituido Juez y Regente de todo lo creado (Ef 1,20-23). La Resurrección también inaugura una nueva forma de economía o relación entre Jesús y su Iglesia, donde la Escritura y la Eucaristía vivida en Comunidad son los elementos fundamentales de encuentro con el Resucitado (Lc 24,13-35).
La Resurrección y la Vida: un hecho curioso en la Resurrección es el famoso noli me tangere (no me toques) de Jn 20,17. Jesús no le dice a Magdalena “no me toques, que todavía no subo al Padre” como una prohibición de ser tocado. Tampoco lo dice porque era un fantasma. La traducción adecuada es “deja de tocarme, que todavía no subo al Padre”. La subida definitiva se realiza en la Ascensión, pero Juan se refiere a otro hecho: Resucitar es volver a la vida, pero ¿qué es la vida? “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, al único Dios verdadero y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17,3). No basta volver a la vida corporal, hay que reunirse con el Padre para vivir realmente.

– La Resurrección para el creyente:
Apocalipsis habla de dos resurrecciones (Ap 20,1-6), la primera es una resurrección en un sentido espiritual. Resucitar es “levantarse” no solamente del sepulcro sino también del pecado (Ef 5,14). La primera resurrección hace mención al seguimiento voluntario, maduro y desinteresado de Jesucristo, que es en sí mismo una nueva vida orientada hacia las buenas obras (Rm 8,11.14-17), como sucedió con Pablo (Fil 3,8-16).
Todos resucitaremos en la segunda resurrección (es decir, la resurrección al final de los tiempo) lo creamos o no, pero el creyente que orienta su vida hacia Dios por la fe en la resurrección de Jesús (1 Co 15,1-34) resucitará para la vida eterna (1 Ts 4,14), en cambio el que se ponga voluntariamente en contra de Dios resucitará para la eterna condenación (Jn 5,29), que no es más que el dolor de la ausencia eterna de Dios en su vida. Por tanto, la vida plena que posee el resucitado se convierte en un elemento interpelador para nosotros ¿qué clase de vida queremos vivir? De la manera en que vivas tu vida en el presente dependerá tu vida eterna.
La segunda resurrección traerá para quien opte por Jesús una vida nueva, gloriosa, distinta y plena (1 Co 15, 35ss). Un cuerpo glorioso para una vida gloriosa.

Fuente: Diócesis de Canarias. 


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