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sábado, 14 de septiembre de 2019

¿Qué dice la Iglesia sobre la Eutanasia?



+ Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
La doctrina de la Iglesia y su apuesta por la vida tiene como centro y meta el bien integral de la persona, de toda persona y se fundamenta en la razón y en la fe en Dios Padre, creador de la vida, por amor, en Jesucristo, su Hijo, que vino a enseñarnos a vivir y salvar la vida, y en el Espíritu Santo que, como dice el Credo, es Señor y Dador de Vida. Es verdad que el sufrimiento está ahí, pero como decía Paul Claudel: “Jesús no ha venido a suprimir el sufrimiento. Ni siquiera a explicarlos. Ha venido a llenarlo con su presencia”.
Dios es amor, amor cercano, solidario, que lleva compartir alegrías y penas, vida y muerte; el supremo acto de amor solidario es la encarnación del Hijo, su muerte y resurrección: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó su propio Hijo, y este vino no a condenar sino a salvar», le dijo Jesús a Nicodemo (Cfr. Jn 3, 13-17); es el Buen pastor que vino a dar vida y vida abundante (Jn 10, 10).
La doctrina, recogida en el Catecismo de la Iglesia Católica, dice lo siguiente sobre la Eutanasia: «Aquellos cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un respeto especial. Las personas enfermas o disminuidas deben ser atendidas para que lleven una vida tan normal como sea posible.
Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa consiste en poner fin a la v ida de personas disminuidas, enfermas o moribundas. Es moralmente inaceptable.
Por tanto, una acción o una omisión que, de suyo o en intención, provoca la muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador. El error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe no cambia la naturaleza de este acto homicida, que se ha de rechazar y excluir siempre.
La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el “encarnizamiento terapéutico”. Con esto no se pretender provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tienen competencia y capacidad o si no por los que tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente.
Aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma no pueden ser legítimamente interrumpidos. El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana si la muerte no es pretendida, ni como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable. Los cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de caridad desinteresada. Por esta razón deben ser alentados» (Catecismo Iglesia Católica, nº, 2276-2279).
La Iglesia recoge esta doctrina e invita a ser consecuente con ella. Una manera concreta de hacerlo, además de conocerla y extenderla, es plasmarla en el llamado “Testamento vital” cuyo texto ofrece la Conferencia Episcopal Española. Es un documento que cada uno firma y en el que manifiesta su voluntad que debe ser respetada. El que yo tengo firmado y llevo en mi cartera dice lo siguiente:

TESTAMENTO VITAL
A mi familia, a mi médico, a mi sacerdote, a mi notario:
Si llega el momento en que no pueda expresar mi voluntad acerca de los tratamientos médicos que me vayan a aplicar, deseo y pido que esta Declaración sea considerada como expresión formal de mi voluntad, asumida consciente, responsable y libre, y que sea respetada como si se tratara de un testamento.
Considero que la vida en este mundo es un don y una bendición de Dios, pero no es el valor supremo y absoluto. Sé que la muerte es inevitable y pone fin a mi existencia terrena, pero desde la fe creo que me abre el camino a la vida que no se acaba, junto a Dios.
Por ello, yo, el que suscribe...., pido que si por mi enfermedad llegara a estar situación crítica incurable, no se me mantenga en vida por medio de tratamientos desproporcionados o extraordinarios; que no se me aplique la eutanasia activa, ni se me prolongue abusiva e irracionalmente mi proceso de muerte; que se me administren los tratamientos adecuados para paliar los sufrimientos. Pido igualmente ayuda para asumir cristiana y humanamente mi propia muerte, Deseo poder prepárame para este acontecimiento final de mi existencia, en paz, con la compañía de mis seres queridos y el consuelo de mi fe cristiana.
Suscribo esta Declaración después de una madura reflexión. Y pido que los que cuidarme respetéis mi voluntad. Soy consciente de que os pido una grave y difícil responsabilidad. Precisamente para compartirla con vosotros y para atenuaros cualquier posible sentimiento de culpa, he redactado y firmo esta declaración”.
Viene después un espacio para la fecha y la firma.

Fuente: Diócesis de Palencia. 

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