
Nada podía desanimar a Francisco Javier.
"Si no encuentro una barca- dijo en una ocasión- iré
nadando". Al ver la apatía de los cristianos ante la necesidad
de evangelizar comentó: "Si en esas islas hubiera minas de
oro, los cristianos se precipitarían allá. Pero no hay sino almas
para salvar". Deseaba contagiar a todos con su celo
evangelizador.
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