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martes, 19 de mayo de 2020

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?»


Me parece oportuno, ante la cantidad de católicos encerrados en sus casas y LLENOS DE MIEDO", que no comparten la fe en COMUNIDAD,  rescatar las Palabras que el Papa Francisco, nos dijo a todos desde Roma y que te hagas la siguiente pregunta: ¿de qué te ha valido tu fe hasta ahora, si en los momentos de prueba es donde hay que darla a conocer y no esconderla debajo del celemín?.

Papa Francisco ha rezado por la pandemia de coronavirus que afecta al mundo y ha pedido al Señor que bendiga “al mundo”, de salud “a los cuerpos” y consuele “los corazones”. Al final de la celebración, ha dado la bendición "Urbi et Orbi". 27 de marzo de 2020. 
Fuente del texto: Vatican News. 
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos, solos, nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.
El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.

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